Un príncipe en el desierto - La mujer más adecuada. Rebecca Winters

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Un príncipe en el desierto - La mujer más adecuada - Rebecca Winters


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Ése era su primer destino después de marcharse de El-Joktor, ¿no es así?

      Su único destino.

      –Sí –susurró ella, sorprendida por haber llegado al lugar que fue gobernado por el amante de su abuela–. ¿Cómo sabe que vengo de El-Joktor?

      –Debo saber todo lo que sucede por aquí. En realidad no soy el doctor Tamam, pero permití que lo creyera hasta asegurarme de que estaba en el camino de una completa recuperación.

      –Entonces, ¿quién es?

      Él esbozó una sonrisa al oír la pregunta. Estaba tan atractivo que ella sintió que su corazón la iba a traicionar.

      –Soy el jefe de seguridad del palacio.

      Ella lo miró con incredulidad.

      –Con razón esta habitación es tan exquisita –susurró ella–. No podía imaginar que un hotel tuviera este aspecto.

      –El palacio tiene siglos de antigüedad –le explicó él–. Cuando me notificaron que una tormenta de arena había atrapado a una caravana, volé hasta el lugar con el helicóptero. Mustafa me contó lo que había pasado y decidí traerla aquí para que el doctor Tamam se ocupara de usted.

      ¿Era el jefe de seguridad del equipo del rey?

      Encajaba más con la imagen que ella tenía de un rey. Más grande que la vida, tal y como su abuela había descrito al rey Malik.

      Lauren tragó saliva.

      –Así que es a usted a quien debo agradecerle que me dieran asistencia médica con tanta rapidez. Estoy en deuda con usted –tartamudeó ella. Le resultaba difícil creer que estaba dentro del palacio en lugar de mirarlo desde el exterior como una turista cualquiera.

      Él sonrió y dijo:

      –¿Está lo bastante agradecida como para permitirme que la llame Lauren?

      –Por supuesto.

      –Lo vi en su pasaporte y, por cierto, lo tengo en mi poder –la miró de arriba abajo–. Lauren es un nombre muy bonito, casi tan bonito como su dueña.

      Lauren sintió que una ola de calor recorría su cuerpo.

      –¿Y cómo debo llamarlo yo? –preguntó.

      –Rafi. Es más fácil que el resto de mi nombre. Es demasiado largo y difícil de pronunciar para una extranjera.

      Ella esbozó una sonrisa.

      –Me gusta la versión corta. Me recuerda al spaniel que tuve una vez.

      –¿Y por qué?

      –Se llamaba Taffy –contestó, antes de darse cuenta de que era probable que pensara que estaba coqueteando con él. «Estás coqueteando con él, Lauren». Verse tan cerca de la muerte la había convertido en alguien irreconocible. Aquello seguía pareciéndole un sueño–. ¿Alguna vez has criado una mascota?

      –Varias, pero quizá no del tipo que imaginas.

      –Suena intrigante.

      Sus ojos brillaron a la luz de la vela antes de hacerle otra pregunta.

      –¿Dónde pensabas alojarte cuando llegaras aquí?

      –Es cierto… Mi reserva… No recuerdo el nombre. Los documentos de la agencia de viaje de Montreux están en mi maleta pequeña. Me temo que todavía no pienso con claridad.

      –Eso es porque has estado en una tormenta de arena y has salido de ella con la vida cambiada de forma irrevocable.

      Irrevocable. A causa de aquel hombre.

      –Estaré encantado de explicarle la situación al conserje si me das la información. Los sirvientes han dejado las maletas en tu dormitorio. ¿Quieres que vaya a buscarla?

      –No, gracias. Iré yo –se puso en pie, pero seguía débil–. Un momento, por favor.

      Lauren sintió su mirada sobre la espalda mientras se dirigía a la habitación y se arrodillaba para abrir la maleta pequeña. Buscó el sobre donde había guardado su plan de viaje y la cerró antes de regresar a la otra habitación.

      Sin decir palabra, él agarró el sobre de su mano. Sus dedos se rozaron, y ella se estremeció. Él abrió el sobre y, tras encontrar lo que buscaba, sacó su teléfono e hizo una llamada. Ella no sabía árabe, excepto por algunas palabras. La conversación duró unos minutos y después él la miró de manera enigmática.

      –¿Hay alguien a quien tengas que informar de lo que ha pasado? ¿Alguien que deba saber dónde estás?

      –No –tras la muerte de su abuela estaba sola.

      –No me digas que no hay ningún hombre en tu vida que te esté echando de menos porque no te creería.

      –No hay nadie importante en mi vida. Sólo Paul, un amigo, y probablemente esté fuera trabajando en un nuevo encargo para un periódico francés.

      –¿Y Paul no querrá saber que has salido indemne? –su ton de voz era autoritario.

      –De hecho, preferiría que Paul no se enterara de lo que me ha pasado. Me propuso matrimonio antes de venir aquí, pero lo rechacé. No estoy enamorada de él y me parecería mal pedirle que venga en mi ayuda ahora. Creo que es mejor que continúe con su vida y encuentre a una mujer que lo ame.

      Rafi la miró por encima del borde de la taza de café.

      –Después de conocerte me atrevería a decir que dudo que llegue a olvidarte.

      –Eso es muy halagador, pero por supuesto que lo hará.

      –No trataba de halagarte –su comentario la hizo estremecer–. ¿Y qué hay de otros amigos?

      –No esperan tener noticias mías en este viaje.

      –¿Por qué no?

      –Porque he venido para intentar superar mi dolor tras perder a mi abuela. Ellos lo saben –murmuró, tratando de que no le temblara la voz.

      –¿Estabais muy unidas?

      Había algo en aquel hombre que hacía que ella confiara en él. Quizá fuera porque le había salvado la vida al llamar al doctor a tiempo. Fuera cual fuera el motivo, ella no quería contenerse.

      –Mucho. Mis padres murieron cuando yo tenía seis meses. Ella fue la única madre que he conocido. La echo muchísimo de menos.

      –Comprendo que quisieras alejarte de allí durante un tiempo pero, ¿por qué aquí en el desierto? Esta parte del Nafud es especialmente dura.

      –Supongo que será porque nunca había visitado este lugar y no tiene recuerdos para mí –«sólo los de Celia».

      –¿Eres una viajera?

      –Sí, desde que era una niña.

      –Dadas las circunstancias, te dejaré a solas para calmar tu dolor. El silencio es la medicación para la pena. Si necesitas algo sólo tienes que descolgar el teléfono que hay junto a tu cama. Nazir, uno de mis asistentes, se ocupará de ti y avisará al doctor o a mí en caso de que nos necesites.

      –Gracias –agachó la cabeza–. Sería muy maleducada si no te dijera lo agradecida que estoy porque me salvaras la vida.

      –Sólo agilicé la situación para que pudieras recuperarte en manos del doctor Tamam.

      –Sigo agradecida –insistió ella–. Te aseguro que os compensaré por vuestros servicios.

      Sin contestar, él comenzó a marcharse. Puesto que era el jefe de seguridad, ella suponía que tenía muchas cosas que hacer como para que se quedara haciéndole compañía, pero deseaba que no tuviera que marcharse.

      –¿Rafi?

      Él se volvió para mirarla.

      –¿Necesitas algo más?


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