Un príncipe en el desierto - La mujer más adecuada. Rebecca Winters

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Un príncipe en el desierto - La mujer más adecuada - Rebecca Winters


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placer ayudarte, Alteza.

      Al terminar, Rashad voló de regreso al palacio. Nada más llegar, escuchó a un confidente que había hecho algunas investigaciones para él.

      –¿De qué te has enterado?

      –Ella voló a El-Joktor antes de ayer.

      El sello de entrada que habían puesto en su pasaporte lo demostraba. Lauren sólo había pasado un día en el desierto. Mustafa le había asegurado que no se habían encontrado con otras caravanas durante el trayecto, ni habían tenido contacto con nadie.

      –Cuando llegó a El-Joktor se alojó en The Casbah sola.

      ¿En The Casbah? ¿Por qué había elegido un hotel de dos estrellas en la parte pobre de la ciudad cuando había otros hoteles más modernos con todo tipo de comodidades?

      –Sus papeles están en orden. No tiene ocupación conocida, pero ha estado viviendo en Montreux, en un apartamento que pertenecía a Celia Melrose Bancroft, una mujer de setenta y cinco años recientemente fallecida.

      ¿Habría mentido Lauren Viret respecto a que era la nieta de aquella mujer? Quizá había sido una acompañante muy bien pagada. Tras la muerte de la mujer, ¿quizá había salido en busca de otro tipo de benefactor? Un hombre, tal vez. ¿O quizá cierto hombre la había encontrado a ella? ¿Era posible?

      –¿Desea que investigue más en profundidad, Alteza?

      –Todavía no. Has hecho un buen trabajo.

      ¿Qué era lo que el padre de Rashad le había enseñado cuando era pequeño? Si el camello mete el hocico en la tienda, su cuerpo entrará después. Con la ayuda de las circunstancias, la señorita Viret había entrado en su tienda y caído en sus manos.

      Cenaría con ella a solas. Tenía que descubrirlo todo acerca de ella. A pesar de todo lo que sabía, o sospechaba, necesitaba estar a solas con ella.

      Capítulo 3

      DESPUÉS de organizar una comida en el patio que había junto al jardín de flores, Rashad se duchó y se vistió con otros pantalones y otra camisa. Cuando estaba de camino hacia la otra ala del palacio, Nazir lo llamó por teléfono:

      –¿Alteza? La extranjera me ha pedido hacer una llamada desde el palacio. ¿Se lo permito?

      –Sí –el centro de control del palacio empleaba un sistema de seguimiento por satélite. Más tarde, Rashad comprobaría el número al que había llamado. Subió las escaleras y continuó por el pasillo hasta llegar a la suite. Después de llamar a la puerta, entró en la habitación y vio que Lauren estaba sentada en el escritorio del salón. Ella estaba hablando por teléfono en francés.

      Al verlo, Lauren terminó la conversación y colgó el auricular.

      –Buenas tardes, Rafi –dijo con un tono que denotaba que se alegraba de verlo, aunque no quisiera que se enterara de su conversación telefónica.

      Él se sorprendió al ver que, aunque antes de que ella partiera hacia Al-Shafeeq en misión especial hubiesen hecho unos elaborados preparativos, la atracción entre ellos era real y extraña.

      –Me alegra ver que estás más descansada.

      Ella asintió.

      –Dormí una siesta después de que te marcharas.

      Rashad pensó que su aspecto era muy apetecible. Iba vestida con la misma ropa de antes.

      –¿Tienes hambre?

      –Sí.

      Si era mentira, no le importaba porque Rashad tenía la sensación de que ella deseaba pasar la velada con él. Esa atracción inmediata era algo que nunca había sentido y que lo había pillado desprevenido.

      –Lo he organizado todo para que cenemos juntos. ¿Qué te parece?

      –Sí no estás ocupado, me encantaría…

      –Está servida en el patio.

      El rostro de Lauren se alegró de pronto.

      –Todavía no he visto las flores –se levantó y él se fijó en su silueta.

      Daba igual que estuviera vestida con ropa occidental o con un camisón de hospital, las curvas de su cuerpo hacían que fuera imposible mirar hacia otro lado.

      –¿Esto significa que no tienes que trabajar? –preguntó con la respiración acelerada, como si tampoco pudiera controlarse a sí misma.

      –Más o menos.

      –En otras palabras, eres como el doctor Tamam, ¿siempre disponible si te necesitan?

      –Es una manera de decirlo –contestó él con una sonrisa.

      –El doctor vino hace un rato para ver cómo estaba.

      –¿Qué te ha dicho?

      –Que descanse un día más para recuperar mis fuerzas. Después podré volver a ser turista.

      –Es un doctor estupendo. No te arrepentirás de seguir sus consejos.

      –Es mi intención. ¿Tú también tienes hambre?

      –Un hambre voraz –todo su cuerpo había reaccionado al verla.

      –¿Eso significa que has tenido que ir otra vez a salvar a alguien atrapado en una tormenta de arena? –bromeó ella.

      –No suceden tan a menudo. Y te diré una cosa, en los últimos cien años, tienes el honor de ser la única extranjera que ha sobrevivido a una.

      Ella se estremeció.

      –He sido afortunada. Gracias a Mustafa y a ti.

      –Fue él quien te bajó del camello a tiempo.

      –Sí –ella se volvió–. Tengo que darle las gracias en persona. Por eso he llamado por teléfono. He hablado con la agencia de viajes en Montreux para pedirles que contacten con él de mi parte.

      –Supongo que habrá salido con otra caravana. Cuando tu caravana te lleve de regreso a El-Joktor, podrás darle las gracias. Ahora, si me acompañas, el patio está por aquí.

      La agarró del brazo y la guió hasta la azotea. Había anochecido y las antorchas del patio estaban encendidas.

      Lauren suspiró al ver la vista del desierto. Él lo comprendía. Desde allí se veía el oasis con sus numerosas antorchas y la arena extendiéndose en todas las direcciones. La brisa perfumada de la noche era cada vez más fresca. Las estrellas empezaban a asomar en el cielo. Aquél era su lugar preferido en el palacio.

      –Nunca había visto un paisaje así en mi vida.

      –Yo tampoco –susurró Rashad, mirando su perfil. Si se movía una pizca hacia ella no podría evitar tocarla y no sería capaz de detenerse.

      –Es mágico y hace que tenga ganas de llorar.

      –A veces, cuando me agobia el trabajo, siento la necesidad de escapar de mi despacho y vengo aquí a contemplar la noche.

      –Es como si se pudiera tocar –dijo ella, y se volvió hacia él. La luz de la antorcha más cercana iluminó sus ojos.

      Cuando él la miró, se quedó estupefacto por su color cautivador. Eran de color verde claro y tenían un brillo especial, mucho más atractivo que el de la estrella más brillante del cielo

      ¿Cómo podían pertenecer aquellos ojos a una mujer que había ido hasta allí para hacer daño a su familia?

      –¿Tienes frío? –deseaba tener un motivo para abrazarla.

      –Todavía no –contestó ella con voz temblorosa.

      –Entonces, cenemos.

      Rashad había pedido que les prepararan una mesa junto a la celosía cubierta de flore para que Lauren pudiera


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