Experiencias del dolor. David Le Breton

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Experiencias del dolor - David Le Breton


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en uno mismo de una lesión real o simbólica. Sentir el mundo, inclusive el dolor, es otra manera de pensarlo, de transformarlo en sensible e inteligible (Le Breton, 2006). La experiencia humana se trata, ante todo, de los significados con los que se vive el mundo, porque esto último no puede darse bajo otros auspicios. La afectividad siempre prevalece en la sensación de dolor, da la medida de la intensidad y la tonalidad. Todo dolor moviliza una significación, una emoción.

       El sufrimiento es el grado de dificultad del dolor. Inclina la balanza de la existencia hacia lo peor, donde desaparece el placer de vivir. Más se acentúa, más se vuelve impotencia, una invasión contra uno mismo; donde está en su mínimo nivel, se mantiene bajo el control del individuo y duele, pero no más que eso. Inmenso o irrisorio según las circunstancias, nunca está ligado orgánicamente a una lesión. Lo que aquí está en juego es la dimensión propiamente humana del significante. El dolor puede mantenerse contenido en el interior de los procesos de defensa creados por el individuo en su enfermedad, o en las secuelas de un accidente, o en su elección de una actividad dura y exigente (deportes extremos, body art...). Claro que siente dolor, pero está en una posición de control frente a su dolor, no lo deja desbordar, lo mantiene a raya. Interrogado sobre lo que siente, descarta en principio la idea del sufrimiento para insistir en que él lo soporta. Todavía no ha sufrido. El sufrimiento, sentido con fuerza, interviene cuando el dolor empieza a socavar, deviene intolerable y arruina su capacidad de resistencia, es allí donde pierde el control y siente que su existencia se deshace. Implica una identidad amenazada y el sentimiento de lo peor. La vida se transforma en un largo suplicio. Si bien el dolor (el sufrimiento en su nivel elemental) es una sensación penosa pero todavía dentro de los límites de tolerancia del individuo, el sufrimiento es ruptura, sentimiento de pérdida, un duelo de sí mismo. Varía según el significado del dolor y el control que se pueda ejercer sobre él. Cuando no se puede controlar, adviene un sentimiento trágico del dolor y lo abraza el sufrimiento.

      Si bien el dolor es una palabra en singular para quien lo experimenta, reviste una miríada de significaciones. Todo dolor produce una metamorfosis, transforma profundamente al hombre que lo sufre para mejor o para peor. Incluso modesto, se proyecta en una nueva dimensión de la existencia, abre en el ser humano una metafísica que trastorna lo ordinario de su relación con el mundo y con los demás. Pero únicamente las circunstancias que lo envuelven le dan sentido, provocando una suma mayor o menor de sufrimiento. En el contexto de la enfermedad, de un accidente o un dolor rebelde, la experiencia es como una mutilación. El individuo ha cambiado, pero sobre todo disminuido, es reducido a la sombra de sí mismo. No es el mismo y su penar es intenso (Capítulo 1). Por lo tanto, incluso en las circunstancias donde el sufrimiento desborda al dolor, la cuestión del significado introduce una modulación debida a las pertenencias sociales, culturales, a las singularidades personales (Capítulo 2). El dolor conmueve penosamente la existencia, pero a menudo el examen de los itinerarios personales muestra que también protege de otros sufrimientos más temibles aún. Sin que el paciente lo sepa, le da un sentido a su vida, paradójicamente es necesario para que la existencia no se escape (Capítulo 3).

      En cambio el sufrimiento desborda el dolor hasta el infinito en especial en la tortura, un dolor impuesto por otra persona sin posibilidades de impedirlo. Un dolor infligido de manera traumática y deliberada deja una marca de sufrimiento incluso cuando desaparece. Mutila una parte del sentimiento de identidad que no llegará jamás a olvidarlo. La tortura provoca un sufrimiento sin límites sobre el que la víctima no sólo no tiene el control, sino que depende absolutamente de la arbitrariedad de quien se lo inflige. En este sentido es el peor sufrimiento. Ejecución de una violencia absoluta sobre otro, imposibilitado de defenderse y librado totalmente a la voluntad del verdugo, técnica de aniquilación de la persona mediante la destrucción minuciosa del sentimiento de identidad por medio de una mezcla de violencias físicas y morales, su objetivo es saturar a la víctima de sufrimiento con una determinación metódica cuyo único límite es la muerte. La conciencia de que son otros hombres los que actúan así se acerca a lo impensable y fractura toda confianza hacia el mundo (Capítulo 4).

      Pero el dolor también es objeto de una búsqueda deliberada y controlada, no para hacerse mal sino para utilizar su potencia con el objetivo de transformarse: búsqueda de espiritualidad, de pruebas personales, de conocimiento, de entrenamiento… En circunstancias controladas, el sufrimiento es insignificante y el individuo conoce situaciones límites como el caso de los deportes extremos y el body art. De igual modo, por medio de la violencia de las sensaciones que se experimentan, las suspensiones corporales abren una exploración en los márgenes de la condición humana por fuera de cualquier contexto religioso, para tener una experiencia espiritual intensa. Un dolor elegido y controlado por una disciplina personal con la meta del autoconocimiento, contiene sólo una ínfima parte de sufrimiento, aunque incluso duela. Queda por asumir un dolor soportable. Así el individuo hace una obra de su cuerpo infligiéndose una prueba personal y sintiendo el dolor, pero sabiendo que puede controlarlo sobre la marcha. En este contexto de exploración de uno mismo, mujeres y hombres exploran los márgenes de lo tolerable, descifran sus límites, pero caminan sólo hasta el umbral del sufrimiento, y lo que sienten induce a un desgarro de uno mismo pero vivido de una forma favorable. Incluso una cierta erotización del dolor contribuye a veces a morigerar las heridas. La experiencia de las marcas corporales o de los ritos de suspensión, remiten profundamente a la cuestión del dualismo entre el placer y el dolor. Igualmente, pero en otro plan, también están las experiencias del sadomasoquismo (SM) y el body art. La mezcla de sensaciones desactiva la agudeza del dolor y el sentimiento de realización que acompaña a la prueba produce satisfacción, un placer difícil de explicar con las palabras ordinarias (Capítulo 5).

      La experiencia del parto también confronta con lo inasible de un dolor vivido por cada mujer de forma radicalmente diferente. Algunas se sienten atormentadas y otras lo previenen recurriendo a la anestesia peridural (epidural), sin la cual ni siquiera podrían pensar en traer al mundo a sus hijos. Otras, por el contrario, rehúsan cualquier anestesia y controlan su dolor por medio de técnicas del cuerpo y una imaginería mental personal. Rompiendo el antagonismo sin matices entre dolor y placer, algunas mujeres no dudan en expresar la ambigüedad de haber sentido una forma particular de goce difícil de desentrañar (Capítulo 6).

      El dolor también puede conducir al orgasmo en el marco de un contrato sadomasoquista, la erotización llega a su punto máximo. Pero el examen de las vidas de algunos adeptos muestra que a veces es importante la recuperación


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