El único e incomparable Bob. Katherine Applegate

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El único e incomparable Bob - Katherine Applegate


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la pena correr el riesgo.

      Hice mi baile de cama. Los perros no nos sentimos bien hasta que hacemos uno de esos bailes rápidos antes de echarnos a dormir.

      Una vez que todo estaba en orden, me acosté, formé un pequeño bulto de cachorro y remonté las olas sobre esa barriga como un diminuto y endeble bote en un inmenso océano marrón.

      Cuando Iván abrió los ojos, a la mañana siguiente, no pareció sorprenderse de encontrar a un cachorro roncando sobre su vientre. Se negó a moverse hasta que yo desperté.

      Creo que estaba tan contento como yo de haber encontrado un nuevo amigo.

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      La increíble historia del mejor

      amigo del hombre

      Antes de que pasara mucho tiempo, Iván y yo nos convertimos en los mejores compañeros.

      Somos una pareja poco común, por supuesto. Iván es callado y sereno, un filósofo, un artista. Desearía poder ser más así. Nadie me ha acusado nunca de ser sensato.

      ¿De ser temperamental? Por supuesto.

      Y no puedo hablar con palabras bonitas, como Iván. Soy un perro callejero, después de todo. Y me siento orgulloso de serlo.

      Aun así, estamos conectados de una manera que nunca he conseguido con los humanos.

      ¿“El mejor amigo del hombre”? De ninguna manera. ¿“El mejor amigo del gorila”? Puedes apostar por ello.

      Me parece que la primera vez que escuché esa frase —“El mejor amigo del hombre”— fue mientras veía la televisión con Iván.

      En algún momento, Iván tuvo un pequeño televisor, y veíamos un montón de cosas juntos. Películas viejas o de vaqueros, dibujos animados, lo que se te ocurra. El pobre grandullón se encontraba atrapado en una jaula diminuta y no tenía mucho más que hacer más allá de lanzar sus “bolas de mí” a los boquiabiertos humanos.

      El caso es que Iván y yo éramos grandes admiradores de la televisión. Anuncios de comida para gatos. Concursos de bolos. Operación Triumfo. ¿Qué más se podría pedir?

      Una vez vimos un programa especial en el canal de naturaleza. Se llamaba La increíble historia del mejor amigo del hombre. Todo el programa era sobre perros famosos. Había perros de rescate y perros de terapia y perros de guerra y perros bomberos y perros actores y estos perros y aquellos perros. Y aquí, entre nos, la mayoría eran simplemente canes triunfadores.

      Luego hablaron de este perro llamado Hach-no-sé-qué. ¿Hach-chico, tal vez? Parece que su dueño murió (sólo por curiosidad, me opongo a la palabra “dueño”, pero dejemos ese detalle de lado por ahora), y Hach-no-sé-qué se sentó durante más de nueve años en el mismo lugar, en la misma estación de tren, día tras día, esperando a que éste regresara.

      La cosa es que el narrador hablaba sin parar sobre este perro, y todo lo que decía eran verdaderas exageraciones: ¡Qué leal! ¡Qué cariñoso! ¡Saca los pañuelos! ¡Bla, bla, bla, y más bla, bla, bla! ¡El mejor amigo del hombre!

      Y a Hach-no-sé-qué le hicieron su propia estatua. No es broma.

      Al perro que se sentó alrededor de nueve años a esperar a un hombre muerto.

      En mi opinión

      Ese perro era un bobo.

      Un zopenco.

      Un tonto.

      Soy tuyo

      Déjame hablarte sobre ser El mejor amigo del hombre.

      Ser El mejor amigo del hombre significa un montón de cosas. Compañerismo. Caricias en la barriga. Pelotas de tenis.

      Pero también puede significar una autopista oscura e interminable, y una ventana abierta de una camioneta.

      Puede significar el olor del viento húmedo cuando unas manos agarran la caja en la que te encuentras con tus hermanos y hermanas, y sales volando hacia la cruel noche y aun así, aun así y por más disparatado que parezca, tú estás pensando: Pero soy tuyo, soy tuyo, soy tuyo.

      Nadie

      Eso es lo que puede proporcionarte ser El mejor

      amigo del hombre.

      Una carretera oscura.

      Una caja vacía.

      Y no tener a nadie en el mundo, salvo a ti mismo.

      Primeros días

      No recuerdo mucho de mis primeros días como cachorro. Eso fue hace tres años, pero a veces siento como si hubiera sido hace trescientos. Sobre todo, recuerdo haber peleado con mis hermanos por el mejor lugar para comer. Muchos retorcimientos y quejidos. Un tumulto suave con olor a leche. Como si fuéramos un solo animal, grandioso y enorme.

      Nunca conocí a papá, y mamá no nos contó mucho sobre él, excepto que era un problema. Mamá tenía un hermoso abrigo beige. Chihuahua, algo de esto,

      algo de aquello. Bonita línea de sangre…

      Los mestizos son los mejores.

      Mamá nos cantaba. Nos narraba historias. Establecía las reglas.

      Me pregunto si sabía que no tendría mucho tiempo para prepararnos para el mundo.

      Nacimos en un lugar oscuro. Tal vez bajo las escaleras de un porche, porque recuerdo el sonido de botas subiendo y bajando, el horrible y penetrante hedor de los pies humanos.

      Ellos llamaban Reo a mamá. Y la alimentaban casi a diario, aunque algunas veces ella debía buscar sola su comida.

      Nunca mostró miedo ante los hombres, o respeto. Supongo que uno lo llamaría indiferencia. A menos que ellos intentaran arrebatarle a alguno de nosotros. Entonces, gruñía, esperando dejar claro que nosotros le pertenecíamos a ella y sólo a ella.

      A mí me agarraron un par de veces. Las manos humanas me cogieron, me sujetaron con fuerza. Eran toscas y despedían un extraño aroma amargo y carnoso.

      El gruñido de mamá me hacía perder el miedo y me retorcía y chillaba. Las manos humanas me empujaban de vuelta al lugar cálido, donde podía dormir, beber y soñar a salvo.

      Aun así, entendí, a mi simple manera de cachorro, que los perros pertenecemos a los humanos, y que así es como será siempre.

      Jefa

      Mamá no era muy buena para los nombres. Había tenido muchas camadas. Supongo que ya se había quedado sin ideas.

      Mi hermano “Primero” era, naturalmente, el primogénito. “Benjamín”, mi hermano menor, era el último. “Mancha” tenía un pequeño lunar en el lomo, y “Angus” se quejaba todo el tiempo. Yo era “Revoltoso”. Supongo que no hay que explicar por qué. Y eso deja al final a mi hermana mayor. Todos la llamábamos “Jefa”.

      Jefa era pequeña pero fuerte, con un distintivo ladrido agudo. Superaba a cualquiera de nosotros a la hora conseguir el mejor lugar para cenar.

      Yo admiraba su determinación. Incluso si me ponía de los nervios.

      Cuando nos hicimos un poco mayores, menos ciegos, más engreídos, peleaba con ella de vez en cuando. Pero Jefa ganaba la mayoría de las veces. Era valiente esa cachorra.

      Solo

      La camioneta llegó una noche, sin previo aviso. Nos arrojaron a una caja y dejaron a mamá detrás. Todavía puedo escuchar sus frenéticos aullidos.

      Aterricé en una cuneta llena de fango. Era una noche nublada, casi helada. Incluso la luna me había abandonado.

      ¡Y los olores! Todo era tan salvaje y desconocido. Animales con grandes fauces y un apetito todavía más grande. Pájaros que se lanzaban en picado a matar. La muerte y la vida, una sola y misma cosa.

      Busqué


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