El único e incomparable Bob. Katherine Applegate

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El único e incomparable Bob - Katherine Applegate


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      Coches

      A la mañana siguiente comencé mi lento viaje, moviéndome a través de la hierba alta y húmeda, con las extremidades rígidas por el frío.

      De tanto en tanto bebía de un charco de fango o mordisqueaba un poco de hierba. Al anochecer, estaba mareado por el hambre y la sed.

      Seguí la autopista. Cada vez que una criatura de cuatro ruedas rugía cerca, me paralizaba de miedo. Sin embargo, y esto es lo que me tortura, sabía que en los coches iban humanos y que los humanos significaban, tanto una esperanza como una condena.

      El búho

      La oscuridad había caído cuando llegó de la nada, el búho.

      Una sombra en la sombra.

      Ellos no hacen sonido alguno, como sabes. Nada.

      Es bastante impresionante, si lo piensas.

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      Suerte

      Justo en el momento en que sus garras, esas armas impresionantes, rastrillaron mi pelaje, mi pata derecha delantera quedó atrapada en un pequeño agujero y tropecé.

      Si las garras del búho se hubieran aferrado a mi cuerpo, ya no estaría aquí. Pero lo único que pudieron sujetar fue mi cola.

      Sólo una vez en la vida me he arrepentido de estos hermosos cuartos traseros.

      Estaba en el aire, colgando boca abajo, mareado y aturdido. Y lo suficientemente loco para pensar: Eh, estoy volando, antes de que el terror me golpeara con toda su fuerza.

      Me llegó el aroma de otros animales debajo. Más tarde descubrí que eran tuzas —unos roedores—, pero en ese momento sólo supe que estaba olfateando algo completamente extraño.

      El búho debió haber decidido que las tuzas serían un alimento más apetitoso. Liberó su agarre y me precipité al suelo.

      Más suerte

      Tal vez fue porque yo era un cachorro muy gordo, o porque tenía los huesos muy suaves, o por mi increíble buena suerte.

      Pero no morí.

      No me rompí nada.

      Ya había volado dos veces en mi corta vida, y había vivido para contarlo.

      Voluntad

      Encontré un pequeño hueco en la base de un árbol caído. Metí la nariz y recibí un manotazo y el siseo de un mapache malhumorado.

      Seguí adelante. Caminando, gimiendo.

      Luces al frente. Nuevos aromas extraños.

      Seguí adelante.

      Seguí adelante.

      Es sorprendente la manera en que la simple voluntad de no morir puede mantenerte en movimiento.

      Salida 8

      Finalmente llegué a un pequeño camino en una curva de la autopista principal. Resultó ser la salida 8. Un enorme anuncio espectacular mostraba la imagen de un animal aterrador.

      Por supuesto, yo no sabía qué era un anuncio espectacular. No sabía que ese animal aterrador era un gorila ni, mucho menos, que se convertiría en mi amigo más querido.

      Pero algo me dijo que siguiera la rampa de salida.

      Y entonces terminé en el centro comercial Gran Circo, en la salida 8, con galería de videojuegos, hogar de Iván, el único e incomparable.

      Historia

      Llegué al centro comercial. Dormí en el heno sucio, junto a unos contenedores de basura. A la noche siguiente encontré un agujero en la jaula de Iván. Robé su plátano. Dormí sobre su barriga. Y el resto, como dicen, es historia.

      Durante dos años viví en ese viejo y sórdido lugar que era parte centro comercial, parte circo, y bastante horrible en cualquier caso.

      Pero eso no fue nada comparado con Iván. Él pasó veintisiete terribles años allí. Y nuestra querida amiga Stella, una vieja elefanta de circo, también estuvo atrapada allí la mayor parte de su vida.

      Cuando Stella murió, eso casi le rompió el corazón a Iván. Intenté ayudarle por todos los medios a lidiar con esos días oscuros. Pero la que en realidad lo salvó, creo, fue Ruby, nuestra amiga elefante bebé.

      Antes de que Stella muriera, Iván le prometió que sacaría a Ruby de ese horrible lugar. Y para mi sorpresa, logró cumplirlo.

      Iván y Ruby, y un grupo de amigos nuestros terminaron en diferentes lugares: zoológicos y santuarios que sabían cómo cuidarlos. Están con otros de su misma especie. Son amados y están bien atendidos. Hace más de un año que nos mudamos y parecen mucho más felices.

      Yo tuve suerte. Mi niña, Julia, cuyo padre había trabajado en el centro comercial, decidió que su familia necesitaba un perro. ¿Quién era yo para discutir? Dos comidas al día, mi propia cama, todas las caricias en la barriga que podría suplicar. ¿Qué perro en su sano juicio diría que no a eso?

      La mejor parte es que no vivimos lejos de Iván y Ruby. Los veo todo el tiempo.

      Me alegra que estén cerca. Y estoy encantado de que se hayan adaptado tan bien. De verdad. Es una buena solución.

      Pero no perfecta.

      Pelota de tenis

      Así es la manera en que yo entiendo las cosas: vivimos en una solitaria pelota llamada Tierra, y básicamente los humanos la han estado arrojando contra la pared durante tanto tiempo que la pobre pelota vieja se está cayendo a pedazos.

      Es como yo con una pelota de tenis, la muerdo hasta que no es más que trozos de caucho babeado que saben, bueno, a caucho babeado.

      Y eso significa que no quedan tantos lugares para los animales salvajes.

      Parece que hay zoológicos buenos y zoológicos malos, santuarios buenos y santuarios malos, al igual que hay familias perrunas buenas y familias perrunas malas. Los lugares buenos intentan mantener a las especies silvestres sanas y seguras. No quieren que los animales en peligro de extinción desaparezcan para siempre.

      Tampoco quieren que la Tierra se convierta en una babeada y deteriorada pelota de tenis.

      Aunque, honestamente, el caucho babeado no sabe mal.

      Deberías probarlo alguna vez.

      La cuestión aquí es que daría lo que fuera por ver a mi querido amigo Iván viviendo en lo profundo de las selvas de África, donde nació. O a Ruby corriendo por la sabana con una manada de elefantes, con sus grandes orejas agitándose al viento.

      Renunciaría a una pila de un kilómetro de alto de hamburguesas con queso y beicon sólo para ver que eso sucediera. De verdad.

      Pero eso no va a pasar. Yo lo entiendo, y ellos también.

      Cuando eres un animal, es útil ser realista.

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      Sueño

      Despierto en mi acogedora cama demasiado temprano para que Julia me prepare el desayuno. Ella y sus padres todavía están dormidos, y hasta los conejillos de Indias están callados. Mi panza gruñe, y una vez más maldigo mi falta de pulgar.

      Los humanos son un gran defecto de diseño. Narices de pésima calidad. Inescrutables y con ordinarios cuartos traseros. Y no me hagas hablar de su… ejem… olor. Pero ¿la idea del pulgar oponible? Sí, ésa fue una gran mejora.

      ¡Las latas que yo podría abrir! ¡Las puertas que podría abrir!

      El caso es que me siento preocupado. Apagado.

      La preocupación es una pérdida de tiempo. Y no encaja con mi fachada de tipo duro. Pero a veces parece que


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