Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand


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día el viejo director de la academia se había presentado en su camerino después de un concierto, con una oferta absurda… Nunca hubiera imaginado que llegaría a convertirse en una estrella del rock y que su rostro acabaría estampado en millones de posters.

      Su estilo de vida, con viajes constantes y presencia mediática, le proporcionaba la tapadera perfecta para trabajar como agente en la Interpol.

      –Las llaves, por favor.

      Celia vaciló un momento, pero finalmente se las entregó. Malcolm la introdujo en la cerradura y abrió con facilidad. Al otro lado había un espacio diáfano, con adornos discretos. Un antiguo piano vertical dominaba la estancia. Entró y se aseguró de que no hubiera más rosas. Celia desactivó la alarma y avanzó por el estrecho pasillo, rumbo al área del salón. Golpeó con las uñas una zampoña que colgaba de la pared.

      Malcolm sintió que su sexto sentido se ponía en alerta. Algo iba mal, pero el instinto se le entumecía cuando estaba junto a ella.

      De repente se dio cuenta.

      –¿Dejaste la luz del salón encendida?

      Celia contuvo el aliento.

      –No. Nunca lo hago.

      Malcolm la hizo ponerse detrás y fue justo en ese momento cuando reparó en el hombre que estaba sentado en el sofá. Era su padre.

      El juez George Patel se había hecho mayor. Los años habían dejado huella en él.

      Capítulo Tres

      Celia casi podía oír cómo reían las Parcas.

      Miró a su padre y luego a Malcolm. Nunca se habían llevado bien. Sus padres la habían mimado mucho, pero también habían intentado sobreprotegerla. Su relación con Malcolm siempre les había parecido peligrosa, y de alguna manera tenían razón. Cuando se trataba de él, siempre perdía el control.

      –Buenas noches, señor –dijo Malcolm.

      –Douglas.

      El juez Patel se puso en pie y le ofreció la mano.

      –Bienvenido.

      Se estrecharon la mano, algo que jamás hubiera sido posible dieciocho años antes. La última vez que se habían visto, el padre de Celia le había asestado un puñetazo en la mandíbula al enterarse del embarazo de su hija.

      Nerviosa, Celia se volvió hacia Malcolm y le agarró del brazo.

      –Estoy bien. Puedes irte, pero gracias de nuevo. De verdad.

      –Hablamos mañana. Pero no digas que no porque soy yo quien te lo ofrece –agarró el picaporte y se despidió de George Patel con un gesto–. Buenas noches, señor.

      Celia se quedó inmóvil unos segundos, sorprendida de ver lo bien que había ido el encuentro.

      –¿Por qué estás aquí, papá? Pensaba que tenías cita con el médico.

      –Las noticias llegan rápido –el juez Patel parecía cansado–. Cuando me enteré de la visita sorpresa de Malcolm, le dije al médico que tenía que agilizar las cosas.

      Su pelo, cada vez más canoso, no dejaba de sorprenderla. La muerte de su madre había hecho mella en él y cada día se parecía más a su abuelo. Sus padres la habían tenido siendo ya mayores. Había nacido poco después de la muerte de su hermana.

      ¿Qué raro era tener una hermana a la que nunca había conocido? ¿La hubieran tenido si su hermana no hubiera muerto? Nunca había dudado del cariño de sus padres, pero la pérdida de un hijo les había hecho sobre–protectores y la habían consentido demasiado. Mirando atrás, Celia era consciente de que había sido una niña malcriada. Había hecho daño a mucha gente y a Malcolm también.

      Miró el reloj.

      –Se presentó en el colegio hace menos de una hora. Debes de haber venido directamente.

      –Como ya te he dicho, este pueblo es muy pequeño.

      Celia se tragó el nudo que tenía en la garganta y se sentó en el brazo del sofá.

      –¿Qué te ha dicho el médico de la falta de aire?

      –Estoy aquí, ¿no? La doctora Graham no me hubiera dejado ir si no pensara que estoy bien, así que todo está en orden.

      Se recolocó las gafas. Tenía manchas de tinta en las manos, de tomar notas.

      –Estoy más preocupado por ti.

      –¿Qué tal va el caso Martin?

      –Ya sabes que no puedo hablar de ello.

      –Pero es un caso importante.

      –El sueño de todo juez es tener un caso como ese, sobre todo justo antes de retirarse –le dio un golpecito en la mano–. Bueno, deja de distraerme. ¿Por qué ha venido Malcolm Douglas?

      –Se enteró de lo del caso Martin, y de alguna forma supo lo de las amenazas que he denunciado a la policía, pero me parece muy raro porque nadie por aquí se las toma en serio.

      –¿Y Malcolm Douglas, estrella de rock, se presenta aquí después de dieciocho años?

      –Parece una locura. Lo sé. Sinceramente creo que más bien tiene que ver con el momento del año en el que estamos.

      –¿Qué momento?

      –Papá, es su diecisiete cumpleaños.

      –¿Todavía piensas en ella?

      –Claro.

      –Pero no hablas de ella.

      –¿Qué sentido tiene? Escucha, papá. Estoy bien. En serio. Tengo muchas notas que poner.

      –Deberías venirte a casa.

      –Esta es mi casa ahora. Te permití que me pusieras un sistema de alarma mejor. Es la misma que tienes en tu casa, como bien sabes, ya que tú escogiste el código. Por favor, vete a casa y descansa… Papá, estoy pensando en tomarme unas vacaciones. Quiero escaparme un tiempo cuando termine el colegio.

      –Si vienes a casa, todo el mundo te tendrá entre algodones.

      Celia guardó silencio un momento.

      –Tengo algo que decirte. Y no quiero que lo malinterpretes o que te enfades.

      –Bueno, será mejor que lo sueltes, porque la tensión acaba de subirme bastante.

      –Malcolm quiere que me vaya con él de gira a Europa.

      George Patel levantó las cejas. Se quitó las gafas y las limpió con un pañuelo.

      –¿Te lo ha ofrecido por lo de las amenazas?

      Celia decidió decirle lo de la rosa. Si no lo hacía, tampoco iba a tardar mucho en enterarse.

      –He recibido otra amenaza hoy.

      George dejó de limpiar las gafas de golpe.

      –¿Qué ha pasado?

      –Dejaron una rosa negra en mi coche. A lo mejor pronto me dejan un caballo muerto en algún sitio, como en El Padrino.

      –No tiene gracia. Tienes que venirte a casa conmigo.

      –Malcolm me ha ofrecido la protección de su gente. Supongo que las fans acosadoras y enajenadas pueden llegar a hacerles la competencia a los sicarios más curtidos.

      –Eso tampoco tiene gracia.

      –Lo sé. Me preocupa que tenga razón. Mi presencia te hace vulnerable y pongo a mis alumnos en peligro. Si me voy con él, nos ahorraremos muchos problemas.

      –¿Ese es el único motivo por el que has tomado esta decisión?

      –¿Me estás preguntando si aún siento algo


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