Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand


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ese capítulo de tu vida para que dejes de vivir en el limbo de una vez. Me gustaría verte sentar la cabeza antes de morir.

      –Ya la he sentado. Y estoy muy feliz.

      Su padre se puso en pie y suspiró. Le dio un beso en la cabeza.

      –Tomarás la decisión adecuada.

      –Papá…

      –Buenas noches, Celia –le dio una palmadita en el brazo y agarró su chaqueta–. Pon la alarma antes de que me vaya.

      Celia fue tras él, asombrada. ¿Le había entendido bien? ¿Quería que se fuera con Malcolm a Europa?

      Tras despedirse de él, cerró la puerta y tecleó el código de seguridad.

      De repente oyó un ruido proveniente del pasillo. El estómago le dio un vuelco. Se giró rápidamente y agarró una guitarra que estaba apoyada contra una silla. La levantó como si fuera un bate de béisbol. Estiró el brazo y alcanzó la alarma en el momento en que una sombra emergía de su dormitorio.

      Un hombre.

      Malcolm.

      –Tu sistema de seguridad no vale para nada –le dijo, sonriendo.

      Malcolm la vio ruborizarse.

      –Me has dado un susto de muerte –dijo ella, quitando la mano del teclado de la alarma y dejando la guitarra sobre un butacón.

      –Lo siento –Malcolm entró del todo en el salón.

      El sitio estaba decorado con instrumentos musicales antiguos que se moría por tocar.

      –Pensé que te había dejado claro que me preocupa que estés aquí sola.

      –¿Así que entraste en mi casa?

      –Solo para demostrarte lo mala que es tu alarma.

      Había escalado un árbol y se había colado por una ventana en menos de diez minutos.

      –Piénsalo. Si alguien como yo, un simple músico, puede entrar en tu casa, ¿qué me dices de alguien que quiera encontrarte a propósito?

      –Bueno, ya me lo has dejado bien claro –señaló la puerta–. Ahora vete, por favor.

      –Pero sigues aquí, sola en un apartamento. Mi código de honor no me deja irme sin más –deambuló sin rumbo por el salón.

      Miró el lienzo que estaba sobre el hogar. Era un dibujo de los instrumentos de una banda. Encima de la repisa había un flautín antiguo sobre un soporte.

      –A juzgar por tu conversación con tu padre, no quieres volverte a casa.

      –¿Has escuchado la conversación?

      –Sí –levantó el flautín y sopló.

      No sonaba mal para ser un instrumento que parecía tener dos cientos años.

      –No tienes vergüenza –Celia le arrebató el instrumento de las manos y volvió a ponerlo en la pared.

      –Me da igual, y estoy preocupado –echó a un lado un atril lleno de partituras escritas a mano. Debían de ser para los alumnos. Tenían notas y comentarios al principio.

      Se sentó en el banco del piano.

      –Como estamos siendo sinceros, sí. Lo he oído todo. E incluso tu padre te ha dado su consentimiento para que vengas conmigo.

      –No necesito el consentimiento de mi padre.

      –Tienes toda la razón.

      Celia le observó con ojos desconfiados y se sentó en una mecedora que estaba junto al piano.

      –Tratas de manipularme.

      –Solo trato de asegurarme de que estás bien. Y sí… –le tomó la mano–. A lo mejor de esta manera logramos dejar atrás unas cuantas cosas.

      –Esto es demasiado.

      Malcolm estaba de acuerdo.

      –Entonces no lo decidas esta noche.

      –Hablamos por la mañana, ¿de acuerdo?

      –Durante el desayuno –le apretó la mano una vez más antes de soltarla–. ¿Dónde están las sábanas para el sofá?

      Celia se le quedó mirando con la boca abierta. Se alisó las arrugas de la falda.

      –¿Te estás auto–invitando a pasar la noche?

      Malcolm no lo tenía planeado, pero de alguna manera las palabras se le habían escapado de la boca. Sentir el roce de su mano había sido demasiado.

      –¿Quieres que duerma en el porche?

      En realidad había pensado dormir en la limusina.

      –Te ofrecería la posibilidad de buscar un par de habitaciones en un hotel, pero tendríamos que conducir durante horas. Podría vernos gente. A mi mánager le encanta verme en la prensa. Pero yo… No me gusta ser el centro de tanta atención.

      –Que me vean en un hotel contigo sería una complicación añadida.

      –Sí –Malcolm se arrodilló delante de ella.

      No quería tocarla, pero su corazón clamaba por besarla. Quería estrecharla entre sus brazos y llevarla a la habitación. Quería hacerle el amor hasta saciarla, hasta hacerla olvidar el pasado.

      –Déjame quedarme a cenar. Me quedaré en tu sofá. No hablaremos de Europa esta noche a menos que saques el tema.

      –¿Pero qué piensa tu novia de que estés aquí?

      –Esos malditos tabloides de nuevo. No tengo novia. Mi mánager se inventó esa historia para que parezca que estoy sentando la cabeza.

      Las mujeres con las que salía eran artistas, y los eventos mediáticos en los que se dejaba ver con ellas eran preparados por los representantes. Y en cuanto al sexo, siempre había mujeres que no querían complicaciones y que valoraban el anonimato tanto como él. Eran mujeres que estaban cansadas de la falacia del amor.

      –¿Es ese el verdadero motivo por el que estás aquí?

      Celia no dejaba de juguetear con el dobladillo de la falda y no hacía más que levantársela, revelando cada vez más centímetros de piel.

      –¿Estás sin chica?

      –¿Por qué te cuesta tanto creer que estoy preocupado por ti?

      –Es que me gusta conservar mi espacio. Disfruto de la paz que tengo viviendo sola.

      –¿Entonces no hay nadie en tu vida? –le preguntó Malcolm.

      ¿De dónde había salido esa pregunta?

      Ella titubeó un momento antes de responder.

      –¿Quién?… He salido un par de veces con el director del colegio.

      Malcolm se preguntó por qué los informes de inteligencia no incluían ese pequeño detalle.

      –¿Es algo serio?

      –No.

      –¿Lo va a ser? –Malcolm levantó una mano–. Te lo pregunto como amigo, un viejo amigo.

      Volvió a mirarle las piernas y la curva de las rodillas. No podía evitarlo.

      –Bueno, entonces mejor me lo preguntas sin ese tono celoso en la voz.

      –Claro… –le guiñó un ojo–. ¿Y bien?

      Ella se encogió de hombros y volvió a alisarse el vestido.

      –No lo sé.

      Malcolm soltó el aliento con fuerza y dio media vuelta.

      –He trabajado duro para obtener esa respuesta y… ¿Eso es todo lo que obtengo?

      –Sí


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