La distancia del presente. Daniel Bernabé

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La distancia del presente - Daniel Bernabé


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que hacían de las asambleas algo entre lo tedioso y lo pintoresco, pero sobre todo una divertida fantasía donde parecía que lo aprobado se iba a aplicar al día siguiente a todo el país. Por allí se acercaban desde curiosos a una población comprometida con el cambio, aunque, como en cualquier movimiento que presume de horizontal y asambleario, la capacidad de transacción, poder y decisión acaba siendo poco democrática. Por muchas votaciones que se hagan, todo queda en manos de quien más presencia en medios, don de palabra y tiempo libre posea. Hay periodos en que la ilusión adquiere su significado más específico, este fue uno de ellos.

      Un descriptivo intercambio de impresiones entre uno de los cocineros de la acampada y unos hermanos quiosqueros de Sol fue recogido por El Mundo en algo que podríamos denominar cómicamente como las dos Españas del 15M:

      [Alberto e Iván Pérez] Tras el 22M la acampada comenzó a degenerar y convertirse en un golferío, una vergüenza.

      [Rafael Rodríguez] Allí desayunaba todo el mundo de gratis y comían de gratis. Teníamos un almacén con jamones y todo. La gente hacía colas con bolsas… Recuerdo que la primera vez que lloré en la acampada –lloré tres veces– fue por una señora mayor: «Rafa, perdóname, soy pobre, no puedo dar más». Traía unos tomates y una escarola.

      [Alberto e Iván Pérez] Todos los indigentes de Madrid venían a desayunar y a comer.

      [Rafael Rodríguez] Un día, bajaban las prostitutas, los indigentes, las criaturas a por un plato de comida, y no tenía comida para darles a todos… Fue la segunda vez que lloré.

      Para mitad del mes de junio aquello acabó, por suerte para el propio momento y sus protagonistas, con otros ingeniosos lemas como «No nos vamos, nos mudamos a tu conciencia» o «Vamos despacio porque vamos lejos». ¿Las elecciones del 22 de mayo? La participación se mantuvo en la media de otros comicios y el PP arrasó en ayuntamientos y autonomías, algo que pasó con el 15M, al que, hipnotizado por un furor solipsista, aquello le dio completamente igual, y que hubiera pasado de igual manera sin el 15M, con un PSOE lastrado por los recortes y una Izquierda Unida que experimentó una ligerísima subida pero que daba la sensación de haber perdido el paso de los tiempos.

      La Puerta del Sol parecía haber pasado a la historia, si no fuera porque ya lo había hecho otras muchas veces. El 10 de abril de 1865, la Guardia Civil y unidades de caballería del Ejército irrumpieron en una protesta estudiantil por el cese del rector de la Universidad de Madrid en lo que se conoció como la Noche del Matadero, acabando con la vida de 14 manifestantes y dejando un par de centenares de heridos. Aquellos sucesos fueron el detonante para la caída inmediata del Gobierno conservador de Narváez y el fin del reinado borbónico de Isabel II tres años después. En 1873 se proclamaba la Primera República Española. Probablemente aquellos estudiantes y quien ordenó su represión no eran conscientes de las ondas sísmicas que aquella noche desencadenaría, como tampoco lo eran quienes convocaron una manifestación en aquel domingo de mediados de mayo de 2011.

      La indignación no acabó con el fin de los campamentos en las plazas. Uno de los episodios inmediatamente posteriores en los que se vivió una mayor tensión fue la manifestación que rodeó el Parlamento catalán el 15 de junio de 2011 en su sesión para tramitar el anteproyecto de ley de presupuestos de la Generalitat. Unas dos mil personas, según cifras oficiales, probablemente unas cuantas más, consiguieron poner en jaque simbólico a una institución. Los diputados tuvieron enormes dificultades, pese al cordón policial, para acceder a la sede del Parlament, tanto que incluso Artur Mas y Núria de Gispert, presidentes del ejecutivo y el legislativo catalán, tuvieron que llegar en helicóptero.

      Cayo Lara, más allá de lo acertado o erróneo de sus posturas, fue uno de los dirigentes más comprometidos con los derechos sociales de la época. De una larga trayectoria comunista, agricultor de profesión, impulsor del sindicato COAG, fue alcalde de Argamasilla de Alba (Ciudad Real) desde finales de los ochenta y durante toda la década de los noventa, destacando como Coordinador de IU en Castilla-La Mancha precisamente por sus acciones contra la especulación urbanística. La tabla rasa ciudadanista de los indignados, con su eje nuevo-viejo, su «no somos de izquierdas ni de derechas» y su concepto de casta política, no hizo distinciones. Más allá de la evidente injusticia de la que fue objeto Lara, este pasaje ilustra lo que sería una batalla venidera entre el ciudadanismo y la izquierda, que acaparó una buena parte


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