Manuel Mejía Vallejo (1923-1964): vida y obra como un juego de espejos. Augusto Escobar Mesa

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Manuel Mejía Vallejo (1923-1964): vida y obra como un juego de espejos - Augusto Escobar Mesa


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Por lo tanto, cuando más útil resulta la poesía es precisamente en tiempos de guerra […] Para los más, en tiempos tan viles como el presente, la poesía es también un refugio. Se sacará a los hombres pacíficos de su último refugio y se les prenderá fuego. Pero ellos no estaban allí por miedo, sino por asco. Que al menos quede eso en claro. (2011)

      Esta investigación se centra en la primera etapa de la vida y obra de Mejía, que va desde su nacimiento en 1923 hasta el primer gran premio internacional en 1964. En este estudio intentaremos seguir al hombre y escritor para dar cuenta del máximo de experiencias de vida y literarias, que de una u otra manera lo marcaron. En particular, se busca mostrar cómo se fue configurando su producción literaria y su manera de percibir e imaginar un mundo peculiar —el suyo—, determinado por hechos históricos, realidades cotidianas, ideas que circulaban en su época y las experiencias de otros escritores y pensadores del ámbito cultural antioqueño, colombiano y allende. Hablamos de una primera etapa, porque esta investigación llega hasta la escritura y publicación de la novela El día señalado en 1964, con la cual Mejía gana por primera vez para América Latina el más prestigioso premio en Lengua española del momento, el Nadal, en 1963. Podríamos decir que la visión del mundo que se percibe en general en la obra literaria de Mejía en los primeros cuarenta años de su labor creativa deja entrever una doble perspectiva. De un lado, y desde el universo recreado en sus obras y el drama vivido por sus personajes, se observa una mirada desesperanzadora y escéptica con respecto a la realidad socio-histórica colombiana del momento —la Violencia partidista— que indicaba que algo fundamental se había roto antes o comenzaba a desastillarse por la acción del poder hegemónico de ciertas élites dominantes y minoritarias que actuaban —igual que en el pasado y el presente— en detrimento de las mayorías, pero procuraban ocultar o maquillar su verdadero rostro de doble moral. De otro lado, Mejía fue un escritor comprometido que asumió siempre, por una parte, una postura crítica hacia personas e instituciones que actuaban en contravía del bien social y moral de su sociedad y, por otra, una actitud positiva y fe incólume hacia las mayorías silenciosas del país.

      Mejía creyó siempre que el país sería capaz de sortear los obstáculos para construir un futuro mejor, que tanto merecía después de haber vivido décadas de violencia ininterrumpida. Mas este íntimo deseo suyo fue solo eso, pura ilusión, buena fe de un escritor auténtico porque la realidad colombiana iba extraviada por otro lado y con demasiados sobresaltos, como aún ocurre en la actualidad5. El proceso seguido en este trabajo es, en general, de orden cronológico. Paso a paso, hemos recorrido los momentos más importantes del escritor tanto en su vida personal y familiar como en lo relativo a su formación y producción literaria. De su experiencia vital hemos procurado resaltar los hechos más significativos de su particular vida que de una manera u otra van a repercutir en su trabajo literario; por eso, los alternamos con lo que va escribiendo en el momento para corroborar la mutua interacción entre su vida y obra como si fuera un juego de espejos. En ocasiones hacemos una pausa para profundizar un poco sobre el ambiente social, político, cultura y literario de Antioquia y Colombia de la época. Hemos hecho una sinopsis de todos los cuentos, capítulos de novela y novelas en el momento en el que los escribió o publicó hasta El día señalado, para mostrar al lector las temáticas tratadas, las ideas que lo obsedían y la evolución formal de su trabajo. Asimismo, exponemos algunas ideas relevantes de los ensayos y artículos periodísticos más significativos, porque en este campo Mejía escribió mucho y casi todo es desconocido, en particular, los centenares de artículos como periodista de planta y corresponsal de varios periódicos durante sus cinco años de estancia en Venezuela y Centroamérica6.

      El mundo de los habitantes de pueblos y el campo que recrea Mejía a partir de los años cincuenta ya no es el mismo del pasado mediato y menos del lejano, aunque lleven su impronta, porque elementos exógenos irrumpen de modo abrupto hasta cambiar su condición de origen. Cuando comenzó a escribir, el mundo campesino con visos bucólicos —el de su infancia y adolescencia— casi había desaparecido y las ciudades no auguraban nada mejor, todo lo contrario, porque sus suburbios comenzaban a crecer con desmesura, gracias a un éxodo rural incontrolado debido a la violencia partidista y a tanta inequidad social que es otra forma de violencia o peor. Mejía y otros escritores y artistas de su época utilizaron todos los recursos posibles, en especial los de la imaginación, para sobrevivir a su tiempo y dar cuenta de la manera más sincera y crítica de los aprietos en los que vivían en una sociedad que los ignoraba y marginaba. En verdad son pocos los que pueden sortear tales acechos. Mejía fue uno de ellos y quizá el más importante narrador antioqueño de la segunda mitad del siglo XX; de ahí su presencia relevante no solo en la cultura regional, sino también nacional de esa segunda mitad de siglo. Mejía reivindicó y vinculó en su obra cada uno de los momentos de su experiencia personal, acontecimientos sucedidos en los distintos espacios vividos en Antioquia y fuera del país, con una forma cercana a lo natural y coloquial y un acento y tono propios, marcados por una visión profunda y cuestionadora de la condición humana.

      Esa postura y la manera de apropiársela le valdrían reconocimientos como el premio «Nadal» en 1963 y luego el «Rómulo Gallegos» en 1989; además de muchos otros premios nacionales e internacionales por varios de sus cuentos. Sin embargo, esa impronta distintiva notable en toda su obra se manifiesta de manera precoz a los veintidós años en La tierra éramos nosotros y luego en otros textos literarios que le siguen; de igual forma ocurre en cada una de sus posiciones en el medio cultural y literario antioqueño y colombiano. Mejía se distinguiría por la coherencia y continuidad de una obra que se mantuvo vigente hasta momentos antes de su derrame cerebral —a mediados de los noventa—, del que no se recuperaría.

      En este acercamiento que proponemos a los distintos momentos del transcurso personal y literario de Mejía hasta 1964, buscamos mostrar cómo el escritor pudo penetrar con hondura en el espíritu del hombre colombiano de la segunda mitad del siglo XX. Aunado a lo anterior, esperamos develar el influjo de los demás escritores de su generación y posteriores, y su afán insaciable de indagación por la razón de ser en el mundo de los seres de su vecindario y de los de su imaginación que, en última instancia, no son más que la suma de un sí mismo desdoblado y multiplicado. En síntesis, podríamos apropiarnos de unas palabras del cubano Ambrosio Fornet (1990), al referirse a Tomás Carrasquilla, que corresponden a lo que hace Mejía en su obra literaria, «ir al fondo de la voz» para mostrar «abismos propios y ajenos», «voces que se cruzan, se interceptan, se ahogan entre sí hasta que ya no queda más que un rumor, un zumbido, un blablablá, el comadreo, en suma […] el personaje colectivo […] que adquiere proporciones épicas» (pp. 186, 190, 193). Eso es la obra de Mejía, un mural que recrea la Colombia campechana y pueblerina con sus vicios y virtudes de finales de la primera mitad del siglo XX y también del momento en el que algunas capitales como Medellín comienzan a crecer de manera caótica y sin identidad, aun cuando van en busca de ella.

      En un breve balance de los personajes más representativos de la literatura de las artes de Antioquia y de Colombia de la primera mitad del siglo XX7, entendidos estos como los que lograron romper con lo establecido en su medio, época y sentaron las bases en el medio cultural y literario colombiano —secundados o no—, podemos decir que dicho grupo se inició con Tomás Carrasquilla8, seguido por algunos de los panida, en cuya cabeza figuraron León de Greiff9, Ricardo Rendón10 y Fernando González11. Contemporáneos de los anteriores o posteriores fueron: Efe Gómez12, Porfirio Barba Jacob13, Baldomero Sanín Cano14, Pedro Nel Gómez15, César Uribe Piedrahita16, Carlos Correa17, Débora Arango18 y otros. Estos son, en el decir de Pedro Nel Gómez, «un grupo importante de escritores y de artistas que trabajaban en concierto tratando de darle forma y expresión a su sociedad y al mundo en que vivimos» (Villegas, 1981, p. 41). Se cierra el ciclo con los que a partir de los años cincuenta comienzan a producir también una literatura y arte distintos: Mejía Vallejo, Carlos Castro Saavedra19, Gonzalo Arango20, Arturo Echeverri Mejía21, Rodrigo Arenas Betancur22, entre otros.

      Al


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