Anatomía de la memoria. Eduardo Ruiz Sosa

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Anatomía de la memoria - Eduardo Ruiz Sosa


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son sordos, y mudos, le estoy hablando del gobierno, no escucha a nadie,

      y nosotros estamos solos, de verdad solos,

      pero la Botica Nacional era un lugar diferente:

      uno no entraba por la puerta abierta de la casa, uno entraba, primero, por la puerta del local, y se encontraba, si no era muy de noche, con la mujer que estaba detrás del mostrador:

      entonces podían pasar varias cosas:

      si había tiempo, uno pasaba por debajo del mostrador, una pequeña puerta de madera, y se colocaba en el fondo del lugar, donde estaba el almacén, adentro de un viejo refrigerador desconectado,

      o bien, podía otro esconderse detrás de las cajas de medicinas y refrescos, y la boticaria, sin decir otra cosa que Agacha más la cabeza, o Ponte ahí en la esquina, iba tapando el espacio visible con más y más cajas, y ahí, de pronto, ya no había un Enfermo escondido,

      o bien, había una puerta pequeña en la pared del fondo, una puerta como para que sólo un niño pudiera pasar, que comunicaba con una especie de pequeña bodega o una especie de pasillo donde tranquilamente podían caber hasta cinco Enfermos, y que, mediante otra puerta pequeña, comunicaba con el interior de la casa de la boticaria,

      pero si los perseguidores venían cerca, o si había ya uno o dos muchachos en el refrigerador, y otros tantos detrás de las cajas del fondo, o unos diez o doce emborucados en el pequeño corredor que comunicaba con la casa, entonces la boticaria, que era una mujer mayor que tenía la cara de un rezo, tomaba del brazo al muchacho en cuestión, me pasó a mí más de una vez, y lo ponía del otro lado del mostrador, de cara a la puerta de entrada, le daba una especie de bata blanca de médico o de boticario, y lo ponía a despachar a los clientes:

      si llegaban los policías y entraban en la Botica Nacional veían a una boticaria y a su ayudante, que sudaba mucho o temblaba de miedo, y que, muchas veces, se quedaba durante el resto del día trabajando y se iba a casa con el sueldo correspondiente;

      ¿Y la boticaria todavía vive?, le preguntó Salomón al Flaco Zambrano;

      Supongo que no, pero la botica sigue ahí, en la calle Escobedo;

      ¿No era la calle Colón?;

      Quizás, pero yo recuerdo que era la calle Escobedo,

      y por último, déjeme terminar, por último, uno podía llegar a la botica por la noche, cuando no estaba abierta al público pero sí estaba abierta para los Enfermos, porque nosotros necesitábamos escondite y cura a cualquier hora del día, y la puerta siempre estaba abierta, y uno podía quedarse a dormir ahí, y una vez, no le miento, empujé la puerta y la puerta no se abrió, y lo volví a intentar y seguía cerrada y pensé que me iban a caer encima los Pescados, porque en aquella ocasión era un pleito con los Pescados, y eché a correr hasta que no pude más,

      me quedó el pendiente de saber qué había pasado esa noche, pero no me aparecí por la Botica Nacional sino hasta otra ocasión en que arranqué corriendo,

      yo corría mucho, siempre me dio miedo que me dieran una paliza o que me pegaran un tiro, siempre me dio miedo la muerte,

      el caso es que volví a la botica, empujé la puerta, y estaba abierta: entré en lo oscuro con la desconfianza de la última vez, y me acomodé detrás del mostrador, no se veía nada, y sentí que una mano me tocaba el hombro:

      es posible distinguir entre una mano que le avisa a uno de algo, que le señala una cosa o que busca llamar la atención sobre alguna cosa, y una mano que lo que pretende es más bien una caricia:

      aquello era una caricia,

      y lo primero que pensé es que se trataba de la boticaria, pero era una mano más pequeña y más suave, y no hubo palabra de por medio hasta que me dijo:

      Espera,

      y era una voz como la mano que me había tocado, una voz pequeña, y escuché que echaba el cerrojo en la puerta de la botica, y que volvía y que se me ponía enfrente, de rodillas porque yo estaba sentado en el suelo, y me acercó su cara a mi cara y lo único diferente que escuché en medio de todo aquello fue que alguien jaloneó la puerta para entrar, pero yo ya había descubierto que la muchacha estaba desnuda y no supe más,

      entendí que quizás pasaba lo mismo aquella noche cuando yo quise entrar y la puerta estaba cerrada, pero no entendí más;

      ¿Quién era la muchacha?, le preguntó Salomón;

      Yo supongo que era la hija de la boticaria, o la nieta quizás, porque era muy joven. A veces volvía, aunque no me persiguiera nadie, y la puerta estaba cerrada, y a veces la puerta estaba abierta. Un día le dije mi nombre y ella me dijo el suyo:

      se llamaba Lida,

      y su nombre también me pareció pequeño, algo menos que un nombre, demasiado poco para ser un nombre,

      muchas veces nos encontramos ahí,

      pero nunca la vi en otras circunstancias.

      A VECES PARECE QUE TODO OCURRE EN EL PASADO, porque el libro está escrito sobre lo que ya fue, sobre lo que se recuerda como algo ya perdido,

      pero luego resulta que el libro despierta aquello que dormía en nosotros y nos lleva a actuar, a hacer algo hoy, o mañana, y se actualiza y nos saca a la calle, enloquecidos, como si de verdad creyéramos en el futuro,

      o eso pensaba Salomón, pero el Flaco Zambrano le dijo otras cosas;

      ¿cómo era posible, pensaba Salomón, que cada uno de ellos, de los Enfermos, tuviera una idea tan diferente de lo que pasó en aquellos años, o de lo que debería decirse de aquellos años, o de lo que significa decir algo sobre la historia, sobre lo que se presume como un hecho indiscutible?

      Orígenes decía que el libro es el sustento del pasado;

      Isidro Levi decía que el libro es desde donde mana el futuro;

      Javier Zambrano, que no era escritor como Orígenes o como Isidro Levi, decía que el libro, sobre todo el libro que habla de la Enfermedad, no sirve para nada.

      Y es que Salomón llegó tarde al libro:

      llegó cuando ya muchos de aquellos muchachos habían muerto, o estaban a punto de morir, o estaban queriendo olvidarlo todo, o haciendo un esfuerzo monumental por no olvidar,

      llegó cuando la ciudad de Orabá era una cosa muy distinta, aunque él había crecido ahí desde siempre,

      llegó treinta o cuarenta años después,

      llegó cuando muchos de los Enfermos ya estaban curados, o cuando muchos de ellos, al menos, ya no tenían síntomas visibles,

      llegó, pues, en el momento en que la historia se confundía con el olvido.

      ¿Qué pasaba en Orabá hace cuarenta años; qué pasaba ahora, tanto tiempo después?

      Se dio cuenta, en su empeño de escribir el libro, de que la historia de los Enfermos no podía contarla él solo, que tenían que contarla ellos mismos porque quizá nunca habían tenido la oportunidad de hacerlo con sus propias voces, y se dio cuenta de que ya no solamente estaba escribiendo la biografía del poeta Juan Pablo Orígenes, sino la biografía de los Enfermos, la vivisección de sus recuerdos, de los recuerdos de la ciudad de Orabá, que tenían que ser, quizás, sus propios recuerdos.

      El libro debe sangrar, leyó Estiarte Salomón en alguna de las entrevistas hechas a Juan Pablo Orígenes;

      Pero los que sangran, escribió él, son los que viven en el libro.

      La primera entrevista con Orígenes. Cambiando el nombre, el cuento habla de ti. «La melancolía, en este sentido, es una característica inherente al hecho de ser criaturas mortales» (Secc. I, Miembro I, Subsecc. V)

       ¿Por qué escribo tanto si cada vez recuerdo menos?

      Juan Antonio Masoliver Ródenas


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