Eso no puede pasar aquí. Sinclair Lewis

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Eso no puede pasar aquí - Sinclair Lewis


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devolvió al redil de Buzz a los filibusteros que más se habían burlado de la solemnidad del obispo Prang.

      Mientras tanto, Hector Macgoblin, el culto doctor, corpulento aficionado al boxeo y coautor junto con Sarason del himno de la campaña, “Sacad el mosquete de antaño”, se estaba especializando en inspirar a profesores universitarios, asociaciones de maestros de institutos, equipos profesionales de béisbol, campos de entrenamiento de boxeadores, congresos de medicina, escuelas de verano donde conocidos autores enseñaban el arte de la escritura literaria a concienzudos aspirantes que nunca podrían aprender a escribir, campeonatos de golf y todos los eventos culturales de este tipo.

      Sin embargo, el pugilístico Dr. Macgoblin se acercó más al peligro que cualquier otro miembro de la campaña. Durante un mitin en Alabama, donde había demostrado de manera satisfactoria que ningún negro con menos de un 25% de “sangre blanca” podía ascender al nivel cultural de un representante de medicinas sin receta, la reunión fue asaltada, más bien, la sección blanca rica de la reunión fue asaltada, por un grupo de gente de color, liderado por un negro que había sido cabo en el frente occidental en 1918. La elocuencia de un clérigo de su misma raza consiguió salvar a Macgoblin y a la localidad.

      Verdaderamente, como decía el obispo Prang, los apóstoles del senador Windrip estaban predicando su mensaje a todo tipo de hombres, incluso a los infieles.

      Pero lo único que Doremus Jessup dijo a Buck Titus y al padre Perefixe fue:

      “Esta es la revolución de los rotarios.”

      Notas al pie

      1 Nuevamente el juego de palabras. “Berzelius Windrip fue a Washington, o fue a lavar”. N.T.

      2 Calibán, personaje de “La tempestad” de Shakespeare, un salvaje primitivo, esclavizado por el protagonista, que representa los aspectos más materiales e instintivos del ser humano.

       11

      En mi infancia tuve una maestra solterona que solía decirme: “Buzz, eres el burro más estúpido de toda la escuela”. Pero yo noté que me lo repetía con mucha más frecuencia de lo que decía a los otros niños lo listos que eran. Así, llegué a ser el alumno del que más se hablaba en todo el municipio. El Senado de los Estados Unidos no es muy diferente. Por tanto, quisiera agradecer a muchos de esos estirados, sus comentarios sobre un servidor.

      La hora cero, Berzelius Windrip.

      SIN EMBARGO, había algunos infieles que no hacían caso a aquellos mensajeros (Prang, Windrip, Haik y el Dr. Macgoblin).

      Walt Trowbridge dirigió su campaña con tanta tranquilidad como si estuviera seguro de ganar. No fue muy exigente consigo mismo, pero tampoco se quejó de los Hombres Olvidados (había sido uno de ellos de joven y no pensaba que fuera algo tan malo) ni se convirtió en un histérico en el bar privado de un tren especial, escarlata y plateado. Tranquila y tenazmente, hablando en la radio y en algunas grandes salas, explicó que defendía una distribución de la riqueza muchísimo mejor, pero que debía lograrse cavando con constancia y no con dinamita, que destruye más que excava. No era especialmente emocionante. La economía rara vez lo es, excepto cuando la ha dramatizado un obispo, la ha puesto en escena e iluminado un Sarason y la ha representado apasionadamente un Buzz Windrip, con estoque y mallas azules de raso.

      Para la campaña, los comunistas habían presentado hábilmente a sus candidatos expiatorios; de hecho, lo hicieron los siete partidos comunistas existentes. Si se hubieran mantenido unidos, habrían conseguido 900.000 votos, por lo que decidieron evitar esa ordinariez burguesa mediante escisiones entusiastas. Entre sus credos se incluían ahora: el Partido, el Partido de la Mayoría, el Partido Izquierdista, el Partido Trotskista, el Partido Comunista Cristiano, el Partido de los Trabajadores y, con un nombre menos simple, una amalgama llamada, Partido Comunista Americano Nacionalista Patriótico Cooperativo Fabiano y Postmarxista (aunque sonara a la realeza, no tenía nada que ver con la monarquía).

      Sin embargo, estas incursiones radicales no resultaban muy significativas si se comparaban con el nuevo partido jeffersoniano, creado repentinamente por Franklin D. Roosevelt.

      Cuarenta y ocho horas después del nombramiento de Windrip, en Cleveland, el presidente Roosevelt hizo público su desafío.

      El senador Windrip, afirmaba, no había sido elegido “por los cerebros y corazones de los auténticos demócratas, sino por sus emociones enloquecidas temporalmente”. Aunque fuera un demócrata, no apoyaría más a Windrip de lo que apoyaría a Jimmy Walker.

      Aun así, decía, no podía votar al partido republicano, el “partido de los privilegios arraigados”, por más que hubiera apreciado la lealtad, la honestidad y la inteligencia del senador Walt Trowbridge en los últimos tres años.

      Roosevelt dejó claro que su facción jeffersoniana (o de la verdadera democracia) no constituía un “tercer partido”, es decir, que no sería permanente. Desaparecería en cuanto los hombres honestos que piensan con serenidad volvieran a tomar el control de la antigua organización. Buzz Windrip provocó un gran regocijo al llamarlo el “partido del Ratón con Complejo de Toro”, pero al presidente Roosevelt se le unieron casi todos los miembros liberales del Congreso (demócratas o republicanos) que no habían seguido a Walt Trowbridge, al igual que Norman Thomas y los socialistas que no se habían vuelto comunistas, los Gobernadores Floyd Olson y Olin Johnston y el alcalde La Guardia.

      El defecto más notable del partido jeffersoniano, como el del senador Trowbridge, era que representaba la integridad y la razón en un año en que el electorado estaba ansioso por emociones vívidas y sensaciones ardientes, asociadas normalmente, no con los sistemas monetarios ni los índices fiscales, sino con el bautismo por inmersión en un arroyo, el amor juvenil bajo los olmos, el whisky solo, las orquestas angelicales que se oyen bajo la luna llena, el miedo a la muerte cuando un automóvil se tambalea en lo alto de un cañón o saciar la sed en un desierto con agua de un manantial; es decir, todas las sensaciones primitivas que creían encontrar en los alaridos de Buzz Windrip.

      Lejos de las salas de baile de cálida iluminación, donde todos estos directores de banda con chaquetas rojas se peleaban con voces chillonas para decidir quién dirigiría, por el momento, el tremendo entusiasmo espiritual, muy lejos, en las frescas colinas, un pequeño hombre llamado Doremus Jessup, un simple director de un diario que ni siquiera tocaba el bombo, se preguntaba, confundido, qué debería hacer para salvarse.

      Quería seguir a Roosevelt y al partido jeffersoniano, en parte porque admiraba a ese gran hombre y en parte por el placer de escandalizar al anquilosado republicanismo de Vermont. Pero no podía creer que los jeffersonianos tuvieran ninguna posibilidad; lo que sí creía era que, a pesar del olor a naftalina de muchos de sus correligionarios, Walt Trowbridge era un hombre valiente y competente, por lo que, día y noche, Doremus se dedicaba a recorrer el valle de Beulah haciendo campaña a su favor.

      Debido a su confusión, en su escritura surgió un pulso firme y desesperado que sorprendió a los lectores habituales del Informer. Por una vez, no era gracioso ni tolerante. Aunque nunca dijo nada peor del partido jeffersoniano que “es demasiado adelantado para su época”, fue a por Buzz Windrip y su panda con látigos, gasolina y escándalos, tanto en los editoriales como en los artículos periodísticos.

      En persona, se pasaba todas las mañanas entrando y saliendo de tiendas y casas, discutiendo con los votantes y recabando pequeñas entrevistas.

      Esperaba que en Vermont, tradicionalmente republicana, predicar el evangelio de Trowbridge le resultaría una tarea fácil e incluso demasiado monótona. Lo que descubrió fue una desalentadora preferencia por Buzz Windrip, en teoría demócrata. Además, se percató de que dicha preferencia ni siquiera estaba basada en una patética confianza en las promesas de Windrip sobre una felicidad utópica para todo el mundo en general. Se trataba, sobre todo, de una confianza en que el votante y su familia obtendrían más dinero.


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