La Trinidad explicada hoy. Giulio Maspero
Читать онлайн книгу.hablando con un amigo filósofo sobre mis últimos estudios acerca de la Trinidad y me dijo: «Cierto, Dios es uno, aunque es trino». Esta frase me impresionó porque era verdad: parece contradictorio que Dios sea verdaderamente uno y trino. Sin embargo, dentro de mí surgió también otra reflexión: en realidad Dios es uno precisamente porque es trino. El paso del aunque al porque no es banal: es el resultado de una historia apasionante y maravillosa que ha visto el surgimiento de un pensamiento auténticamente cristiano a partir del acontecimiento de la Revelación trinitaria en Jesucristo.
El contenido de este pequeño libro aspira a ser un rápido bosquejo de esa historia. En ella se muestra cómo del concepto de unidad, que caracterizaba la filosofía clásica y provenía de la observación de la naturaleza, se ha pasado poco a poco a una concepción más rica, a la que el hombre por sí solo nunca habría llegado. Concepción que solo fue posible realizar gracias a la apertura de la intimidad misma de Dios. La Revelación de su ser eterna y totalmente Padre e Hijo y de su Amor ha hecho conocer al hombre una unidad más verdadera y total, la unidad perfecta de la comunión. El fondo del ser, la realidad absoluta que está en la base de cualquier otra realidad es en efecto comunión de amor, unidad personal que se da en la relación y no a pesar de la relación. Se trata de un pensamiento verdadero y realmente nuevo, extensión del pensamiento clásico, que tiene sus rasgos distintivos precisamente en la comunión y en la relación.
Evidentemente, esto cambia el modo de aproximarse al misterio de Dios, porque este no puede ser nunca conocido solamente con las categorías formuladas a partir de la observación de la naturaleza. La Revelación nos abre a una novedad radical que sin la Encarnación no habría sido posible conocer. El hombre mismo, por estar hecho a imagen y semejanza de su Creador, se convierte en camino privilegiado en la relación con Él hasta el extremo de que, en la Encarnación, Dios mismo se nos da como Hombre en Cristo; como hombre con una madre, una familia, una historia, unos amigos, un trabajo.
Todos sabemos que es más fácil conocer un árbol o una piedra que a una persona, porque, debido a su dimensión interior y a su libertad, cada persona es irreducible a lo que se ve solo por fuera. Desde fuera se puede entender la existencia de estas realidades, pero para conocerlas de verdad hace falta establecer una relación, compartir la intimidad. Se puede decir que cada persona es un misterio, no en el sentido de un thriller o una novela negra, ni en el del ámbito científico. En estos casos, misterio equivaldría a una pregunta con una respuesta concreta (¿quién es el asesino? ¿cuál es el resultado de una determinada ecuación?), y la dificultad de alcanzarla solo radicaría en el límite de nuestras posibilidades cognoscitivas. El misterio sería como un velo que cubriera el objeto de conocimiento, y fuera demasiado pesado para que lo levantáramos. En cambio, el misterio que constituye una persona, es decir, el misterio auténtico, no consiste en una solución o una respuesta. Se puede decir que el misterio en sentido propio no se des-vela, como se haría con el solucionario de un crucigrama, sino que se re-vela, en el sentido de que cada progreso en el conocimiento, es decir, en cada velo que se elimina, se descubre una mayor profundidad, a su vez protegida por otro velo. El juego de los prefijos es el que existe entre expirar, que evidentemente se hace una sola vez, y respirar, que implica una repetición. La revelación se entiende de modo análogo, porque el misterio de la persona tiene una profundidad infinita y nunca se puede agotar.1
Todas las realidades más excelsas, todas aquellas que verdaderamente valen la pena, pertenecen a este segundo tipo de misterio. Por lo tanto, con más razón, Dios debe colocarse en este ámbito. Efectivamente, como escribió J. Ratzinger, Él es la razón última de la existencia de este misterio: «Entramos en un terreno donde querer saberlo todo aquí y ahora es una funesta necedad. Reconocer con humildad que no se sabe nada es la única forma auténtica de saber; contemplar con asombro el misterio incomprensible es la auténtica profesión de fe en Dios. El amor siempre es mysterium. El propio amor —El Dios increado y eterno— tiene que serlo en sumo grado: el Misterio mismo.» (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Sígueme 2013, 137).
Técnicamente, se denomina apofatismo esta imposibilidad de hablar de Dios si no es rindiéndose frente a su infinita grandeza. La razón puede llegar a demostrar su existencia, pero el misterio de la intimidad de este Dios, que es en sí mismo tres Personas y un único Dios, precisamente en el eterno y perfecto ser la una en la otra y la una a través de la otra, está más allá de toda capacidad expresiva del hombre. Una leyenda medieval lo ejemplifica narrando el encuentro de Agustín con un niño que, en la orilla del mar, sacaba el agua y la echaba en un agujero en la arena. Frente a la perplejidad del santo, el niño le respondió que era más fácil vaciar el mar que comprender con la razón la Trinidad. Análogamente me vienen a la mente los hermosos versos de Rabindranath Tagore:
El agua en una vasija es brillante,
El agua en el mar es oscura.
La verdad pequeña tiene palabras que son claras,
La gran verdad tiene un gran silencio.
Con la Encarnación Dios mismo se ha revelado: como Padre, Hijo y Espíritu Santo, empujando al hombre a un replanteamiento radical de su concepción de Dios. Las categorías naturales se han reformulado a la luz del Evangelio. Palabras antiguas se han revestido de un nuevo sentido. Y de este modo ha surgido el valor de un pensamiento dirigido a favorecer el encuentro con el Dios cristiano. Por su identificación con Cristo y la Trinidad, la Verdad pertenece a la dimensión personal. Por eso la doctrina trinitaria no sustituye a Dios; sino que como sucede con un mapa, la utilidad de este pensamiento consiste en impedir que nos salgamos del camino, reducir la Trinidad a una simplificación al nivel de lo que sabemos sobre las criaturas. El valor del mapa radica precisamente en permitir la relación con la realidad del territorio que reproduce esquemáticamente.
De este modo, la teología trinitaria sirve para entrar en relación con la misma Trinidad, siguiendo los pasos de aquella que por primera vez se ha abierto a este pensamiento: María. Benedicto xvi, comentando su título de Madre de Dios (Theotókos en griego), ha resumido admirablemente la novedad de este recorrido: «La filosofía aristotélica, como sabemos bien, nos dice que entre Dios y el hombre solo existe una relación no recíproca. El hombre se remite a Dios, pero Dios, el Eterno, existe en sí, no cambia: no puede tener hoy esta relación y mañana otra. Existe en sí, no tiene relación ad extra. Es una palabra muy lógica, pero es una palabra que nos lleva a desesperar: por tanto, Dios mismo no tiene relación conmigo. Con la encarnación, con la llegada de la Theotókos, esto cambió radicalmente, porque Dios nos atrajo a sí mismo y Dios en sí mismo es relación y nos hace participar en su relación interior. Así estamos en su ser Padre, Hijo y Espíritu Santo; estamos dentro de su ser en relación; estamos en relación con él y él realmente ha creado una relación con nosotros. En ese momento, Dios quería nacer de una mujer y ser siempre él mismo: este es el gran acontecimiento» (Benedicto xvi, 11 de octubre de 2010, Sínodo para Oriente Medio).
1 El juego de prefijos en italiano no funciona del todo en español, porque no coinciden exactamente. Los verbos en el original son svelare y spirare: desvelar y espirar (donde el prefijo –s significaría una sola vez); ri-velare, re-spirare: revelar y respirar (donde el prefijo re- y su variante ri- implicarían una repetición).
I. LA PALABRA
DEL DIOS DE LA ALIANZA
1. Las etapas del encuentro
El pensamiento sobre Dios se desarrolla paralelamente a la historia del pueblo de Israel y a la formación de su identidad a través de su relación constitutiva con Yahvé. Se puede esquematizar el recorrido en cinco etapas principales, que no se corresponden exactamente con una periodización cronológica, sino con una distinción conceptual y teológica.
a) Del clan al pueblo. En las religiones primitivas las divinidades eran esencialmente personificaciones de las fuerzas de la naturaleza: en todas las culturas paganas existía el dios del cielo, de los mares, de los ríos. Los dioses eran múltiples y jerárquicamente organizados según el éxito de las luchas entre ellos. Se pensaba que habitaban en montes y montañas. Las poblaciones que vivían en un territorio determinado daban culto a las diferentes divinidades,