TVMorfosis. La década. Gabriel Torres Espinoza
Читать онлайн книгу.href="http://www.moviezet.tv">www.moviezet.tv, www.monsterdivx.com, etc.), la institución emisora se ve en este caso claramente afectada por el proceso de programación de la recepción desde el consumo, hecho que presenta al menos dos efectos de considerables consecuencias en la situación “fin de la televisión”. El primero es que en estas nuevas condiciones es común que el consumo se realice totalmente separado de la publicidad comercial e institucional (aspecto no menor en el diagnóstico de la crisis de los medios masivos). El segundo, que debido a estas circunstancias se hace mucho más difícil, que los sujetos registren los canales o las productoras que realizan estas series, debido a que las condiciones de consumo son totalmente distintas a las de la oferta institucional (en los portales, series e institución tienden a aparecer “despegadas” entre sí). Nada de esto acontece en las transmisiones de eventos en directo, en las que la televisión se mantiene vigente, dado que institución emisora y la publicidad (comercial e institucional) forman parte, siempre, de la transmisión. Es por estas razones que, como acabamos de señalarlo, consideramos que estos dispositivos y lenguajes habilitan, como mínimo, dos tipos de “narraciones transmediáticas” diferentes.
Otro síntoma que caracteriza a la situación post-TV es la estructura planeta-satélites (Carlón et al., 2008), un particular tipo de estructuración de la programación,14 diferente de la que históricamente nos ofrecieron la Paleo TV y la Neo TV. La estructura planeta-satélites es principalmente consecuencia de la irrupción y la consolidación de las grandes franquicias internacionales en las grillas de televisión de distintos países. Programas como Gran hermano (versión de Big Brother) son prototípicos de lo que se está señalando. Estos programas se convierten en planetas alrededor de los cuales giran otros, satélites que se ocupan de ellos todo el día. Los programas planetas se caracterizan por su capacidad, aun en las circunstancias actuales, de una televisión en crisis, de ser todavía masivos. Debido a que ese éxito es tan singular los demás se ocupan de ellos casi exclusivamente. Pero la configuración planeta-satélites, que a diferencia de lo que sucede en la Paleo TV y la Neo TV nos ofrece la imagen de una grilla fracturada, también enuncia, en muchos sentidos, el fin de la televisión histórica: quienes no se interesan por los programas planetas no se sienten convocados tampoco por los satélites. Los espectadores que no se interesan por el Gran Hermano menos se sienten atraídos por programas que se ocupan casi exclusivamente de lo que acontece en esas emisiones o alrededor de esa gran franquicia. El hecho de que muchas televisiones locales se centren en algunas franquicias que pueden sostener aún convocatorias masivas —algunos programas de ficción, como telenovelas, o de competencia, como los programas de concursos de baile— es otro modo en que la televisión ha aceptado que ya no puede sostener a través de su grilla de programación contratos semejantes a los de la histórica televisión masiva: como ya no puede dirigirse a todos, se conforma con interpelar, con algunos programas, a un segmento, generalmente a los fans. En este caso, el fin de la televisión (de su institución emisora) figura claramente en la enunciación de la programación.
Situaciones nacionales. Test para saber si una televisión se encuentra en crisis
Si bien creemos que el diagnóstico fin de la televisión es general, no desconocemos que en cada país se viven situaciones diferentes. Por eso hemos ideado un test que cada uno puede aplicar a su propia televisión para saber en qué etapa de la vida del medio se encuentra ese desarrollo. Si cada uno de los indicadores que exponemos a continuación manifiesta una dimensión relevante, es porque la situación “fin de la televisión” es más acentuada. Los indicadores son los siguientes: a) penetración de Internet; b) multiplicación de pantallas en el hogar; c) expectación a través de portales o servicios que ofrecen productos audiovisuales (como YouTube o Netflix)15 y, d) consumo audiovisual de productos cinematográficos y televisivos a través de DVD (legales e ilegales).
Aclaración: que estemos poniendo el acento en el sistema de media-tización no implica que desconozcamos la importancia del factor social, al que consideramos implícitamente incluido en nuestra postulación (en definitiva, en la relevancia de las prácticas sociales es en los que todos estamos de acuerdo; la diferencia, como se advierte claramente en nuestra exposición, se presenta en cómo conceptuamos y el valor que asignamos a la dimensión mediática). Damos por hecho que, como la sociedad se interesa por los productos audiovisuales, siempre que pueda optará por verlos antes o gratis, como sucede ya en países como Argentina o Estados Unidos a través de Internet, en vez de preferir verlos después (cuando los emite la institución emisora) o pagando (a través del cable). Así, nuestro análisis permite reconocer la situación general de fin de la televisión y procesar, a su vez, las distintas situaciones que en cada país se presentan.
Conclusiones: la importancia de ubicar el debate sobre el fin de la televisión en el diagnóstico sobre el fin de los medios masivos. Nuevas prácticas sociales y nuevo sistema de mediatización
Para concluir, retomamos la pregunta que nos formulamos anteriormente acerca de si las diferentes posiciones que presentan varios autores son consecuencia de que conceptuamos de modo diferente a la televisión o se deben a que hay interpretaciones distintas a partir de procesos históricos en los que, básicamente, estamos de acuerdo. Nos resulta evidente, cuando consideramos el debate anglosajón, que la “discusión” que narra Katz tuvo muchos puntos en común con la que se dio en el libro que coordinamos con Carlos A. Scolari. Simplificando groseramente puede decirse que, por ejemplo, el nuevo poder del espectador del que habla Verón figura explícita o implícitamente en las exposiciones de otros autores que participamos del debate latinoamericano, en el análisis de Katz e, incluso, en el de Ellis.16
Pero, insistimos, no nos deja de sorprender que éstas y otras coincidencias no fueran suficientes para que se produzca un cierto consenso. En este sentido, la constatación de que a partir de diagnósticos “semejantes” se puede llegar a tener posiciones diferentes revela lo difícil y complejo que es el tema que tratamos. Es más, parece llevarnos, como señalamos anteriormente, a un “punto muerto” o “callejón sin salida”. Y nos hace preguntarnos: ¿cómo sortear esta situación? Seguramente cada autor debe tener una respuesta diferente a esta pregunta. Permítasenos presentar la nuestra: a través de un “cambio de escala” que habilite la construcción de otro punto de vista.
Lo que estamos manifestando es que para comprender qué está sucediendo es imprescindible considerar la situación “fin de la televisión” en el marco de un proceso más amplio: la crisis de los medios masivos. Desde este punto de vista el fin de la televisión es real porque la historia de la televisión no debe ser conceptuada en sí misma, sino en el marco de una reflexión sobre la evolución del sistema en la cual su discursividad y su apropiación social se encuentra inscrita.17 Y ese sistema ha entrado en su fase final porque se ha visto desbordado por la emergencia de un nuevo sistema de mediatización y de prácticas sociales, de características diferentes.
Para que se comprenda mejor esta tesis ubiquemos primero la emergencia de la televisión en la historia de la mediatización: fue el último gran medio masivo de la historia. Es decir, su aparición vino a completar un sistema, el de los medios masivos (Carlón, 2006: 13-14), que había comenzado con la prensa en el siglo XIX (su antecedente es el libro), siguió con el fonógrafo (dispositivo base de la industria discográfica) y la fotografía (que alcanzó audiencias masivas hacia fines del siglo XIX, cuando comenzó a publicarse en diarios), continuó con el cine y la radio para concluir con la aparición de la televisión. Ese sistema, consecuencia de la Revolución Industrial —ya que los medios masivos son máquinas de dicha revolución—, había surgido estableciendo en múltiples niveles una ruptura con el sistema precedente (premediático), de base artesanal (básicamente, el de los lenguajes consagrados en el sistema de bellas artes —Shiner, 2004 [2001]—18), gracias a la difusión generalizada de la indicialidad (visual y sonora), la emergencia de nuevas figuras de sujeto,19 de carácter social y mediático (con otras capacidades cognitivas20) y la consolidación de nuevas instituciones y escenas de recepción,21 que instauraron nuevas condiciones de circulación discursiva. Y funcionó de modo hegemónico hasta el momento actual, en el que un nuevo sistema de mediatización