TVMorfosis. La década. Gabriel Torres Espinoza
Читать онлайн книгу.masas son el opio de la televisión. Los productores de televisión quieren fabricar audiencias, no sólo atraer espectadores, pero éstas no son entidades preexistentes que participan en la relación oferta-demanda, en el sentido de que una persona que va al supermercado es un consumidor. La investigación sobre efectos y rating atraviesa la industria, al Estado, a la academia y a la crítica. La mayor parte de acercamientos a la televisión se enfocan de manera expansiva y cada vez se invierte más dinero en esto, en las audiencias, como ciudadanos y consumidores. Éstas tienden a personificar algunas discusiones sobre la televisión en sí misma, más que en relación con sus aspectos tecnológicos, legales o aun en sus contenidos.
Pero, ¿acaso le importa esto a alguien? ¿La televisión ha muerto o cuando menos está agonizando? Consideremos estos epígrafes:
•“La televisión ha muerto. Larga vida a la televisión” (Wired [Borland y Hansen, 2007]).
•“La televisión ha hecho billones basada en cuánta gente ve un programa de manera regular. Esa idea puede que ya sea obsoleta” (Washington Post [Bauder, 2007]).
•“La televisión está lejos de morir” (Verizon [cit. en Buckley, 2008]).
•“La televisión solía ser un canal de un solo sentido […] ahora la audiencia es escuchada en cada aspecto del programa. Esto ha cambiado la naturaleza de la televisión y de los contenidos que son programados (Carlton Cruse —cocreador de Lost—, cit. en Kushner, 2007).
•“La television agoniza” (Damon Lindelof —cocreador de Lost—, 2007).
•“La muerte de la televisión tal como la conocíamos” (IBM Business Consulting Services, 2006).
•“Los norteamericanos están viendo más televisión tradicional que nunca” (Nielsen, 2008).
•“Medios tradicionales de larga vida” (Deloitte, 2007).
Las representaciones norteamericanas sobre la televisión en la India frecuentemente ofrecen una imagen prosaica y estereotipada: una masa de gente amontonada sentada en el piso, paralizada ante un aparato de televisión que se encuentra en medio de un montón de artículos de uso diario. La inconmensurabilidad es la característica definitoria de estas imágenes; la televisión como aparato se convierte en muestra y símbolo de la modernidad y la occidentalidad, mientras que el cuarto, atestado con sus bolsos, calendarios, utensilios y los crudos objetos de la vida cotidiana, encapsulan la carencia del subdesarrollo característica del Este (Moorti, 2007: 1).
“Hay ahí un mundo donde la vida se mueve, donde nadie gasta seis horas al día relajado frente a un mueble […] tu mejor y único acceso a este mundo es la televisión” (Wallace, 1997: 39).
Algo hay irónico en las ocho citas de más arriba. La revista Wired, autodenominada como profeta sacerdotal de los nuevos medios, dice que la televisión ha muerto y renacido. The Washington Post, bastión de los periódicos tradicionales, piensa que ya está obsoleta. Verizon, una compañía telefónica que reporta cien billones de dólares al año, ve a este dispositivo adaptarse a las nuevas condiciones. Y los hombres que hicieron millones con el exitoso programa Lost (2004-2010) (creado gracias al éxito del reality show de bajo perfil de audiencia, Survivor [2000]) no están de acuerdo con el futuro del medio que alimenta sus apetitos (Torres, 2008).
El pionero de la computación, IBM, que ahora gana extensas sumas por concepto de consultoría en temas comunicacionales, y Nielsen, la compañía más grande en el negocio de la investigación de audiencias del mundo, toman posiciones diametralmente opuestas respecto a dónde está parada la televisión hoy, en tanto Deloitte, una importante consultora multinacional en contaduría, se pone del mismo lado que Nielsen. Mientras tanto, Mike Griffith, jefe de Activision y fabricante de la serie de juegos de video Guitar Heroe (2005-) y Tony Hawk (1999), ha anunciado que los videojuegos “están prestos a eclipsar el resto de las formas de entretenimiento, porque la televisión se está estancando o contrayendo” (cit. en BBC News, 2009).
Contrario a estas ideas, que evocan tan negligentemente principios y conclusiones con lemas facilistas, Moorti localiza y compromete estas categorías a través de un proceso dialéctico, donde los contrarios se intersectan sin clara resolución o una aplicación universal, y Wallace muestra la manera en que el medio nos ofrece una vida en la pantalla que su misma existencia parece imposibilitar.
El debate en torno al así llamado declive de la televisión me remite a una disputa que sostuve en 1998 al intentar comenzar una nueva revi- sta académica sobre la televisión. Discutí la idea con tres casas editoriales, cada una de las cuales estaba interesada en el proyecto. Una de ellas rápidamente procedió a investigar el mercado e informó sobre una aclamación casi unanimamente positiva en pro de la propuesta. Después, según me contaron, el director ejecutivo de la firma ofreció un coctel en su yate y preguntó a sus invitados qué pensaban sobre esta idea. Alguien había estado, justamente, en un congreso llevado a cabo en Holanda, en el que se había pronosticado el cercano fin de la televisión.
La noción de una nueva revista académica dedicada a ella repentinamente parecía algo fuera de lugar y momento. El proyecto entró en crisis debido a esta conversación y tuve que retrabajar mi propuesta con el editor de mi casa editorial. Television se convirtió en Television and New Media ; se cambiaron los contratos y comenzamos una productiva colaboración de diez años.
Cuento la historia tanto para dejar registro de la irracionalidad del capitalismo como para mostrar cuánto ha estado la gente enterrando la televisión y comprándola al mismo tiempo. Esto está muy claro: estamos enmedio de una transformación importante en la televisión. Los cambios se muestran en curso en las naciones ricas, que pasan de los sistemas análogos a los digitales, volviendo imposible, para cierta tecnología existente, la recepción de la señal televisiva abierta. Según la OCDE, en 1995 el 52 por ciento de hogares recibían señal abierta (OCDE, 2007). Hacia 2002, ese número había caído hasta el 37 por ciento, pues el cable, particularmente, había proliferado. La televisión digital estaba presente en una quinta parte de los hogares ya en 2001, y se pronostica que la señal analógica presentará su apagón en 2015.
Imágenes sincronizadas en movimiento y sonidos pueden ser enviadas y recibidas desde espacios públicos, oficinas, hogares, comercios, escuelas y transportes diversos. Los dispositivos incluyen televisores, computadoras, teléfonos y asistentes digitales personales. Las vías varían entre difusión abierta, satélite, cable, teléfono e Internet. Las emisoras pueden ser públicas, privadas, comunitarias o amateurs.
El tiempo de mirar es variado, desde lo que se consume en vivo hasta todo lo que se pide bajo demanda o a la carta (on demand). Estas tecnologías transgreden incrementadamente los límites y las políticas establecidas por las naciones.
La expansión de algunos sistemas de transmisión es muy limitada —probablemente unos dos y medio millones de hogares alrededor del mundo tenían acceso a la televisión por Internet hacia 2005—, pero otros se mueven con rapidez —según la OCDE (2007) los canales por cable y satélite casi se duplicaron entre 2004 y 2006—. Al mismo tiempo, muy poca gente frecuenta más allá de un puñado de estaciones —en Estados Unidos el promedio es de quince horas a la semana.
En la década de los ochenta fue visible una ansiedad masiva cuando las grabadoras de videocasete y el cable pagado parecieron tomar el control de las audiencias, alejándolas de las redes de televisión abierta y acercándolas a los estudios cinematográficos y las compañías de cable. Estas preocupaciones se agudizaron cuando las grabadoras de video digital (DVR) y las grabadoras de video personales permitieron a los espectadores eludir las garras del capital por medio de evitar los comerciales en tiempo real. Los DVR fueron anunciados justamente con estas cualidades, las cuales, supuestamente, permitían a los espectadores convertirse en programadores. Inicialmente la mayor parte de las versiones de estos dispositivos sólo funcionaban en tanto los usuarios se colgaran a la Internet para permitir a los proveedores, TiVo y RealplayTV, colectar información.
En Corea, lo que es el futuro para el resto de nosotros, llegó hace ya un tiempo. Desde 2005 los autobuses de Seúl y el sistema de metro han estado