Una reunión familiar. Robyn Carr

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Una reunión familiar - Robyn Carr


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—repuso él.

      —Pero nosotros tenemos cuarenta años —le recordó ella—. Y somos cada día más viejos.

      —Tienes razón —susurró él, antes de penetrarla—. ¡Santo cielo! Tengo la sensación de que estás hecha para mí.

      Lola suspiró y le cubrió el rostro de besos.

      Tom se movió y después ambos se movieron juntos, la cama chirrió, ellos se abrazaron y todo fue muy rápido. Los dos llegaron juntos al orgasmo, gimiendo y luchando por tomar aire, y después volvieron lenta y suavemente a la tierra. Él no podía apartar los labios de los de ella, ni siquiera se le pasó por la mente apartarse, simplemente se apoyó en los codos para no cargarle todo su peso a ella.

      —Tienes los labios más suaves de toda la creación —le susurró—. Tienes el cuerpo más dulce y las pestañas oscuras más hermosas.

      —¿Cómo lo haces? —preguntó ella—. ¿Cómo te las arreglas para hacer que siempre me sienta tan guapa?

      —Porque lo eres —susurró él—. Eres la mujer más guapa que conozco. Y te quiero —volvió a besarla—. Espero que esto haya estado bien para ti, porque yo estoy en el paraíso.

      Ella rio con suavidad.

      —Ha estado bien. Mejor dicho, ha sido maravilloso.

      —Para mí ha sido perfecto —Tom se movió un poco—. No me voy.

      —Está bien así. Ahora mismo me siento muy segura. Segura y satisfecha.

      —Me alegra mucho oír eso.

      —Ese pestillo te ha excitado mucho.

      —No ha sido el pestillo —él se acercó más a ella—. Por favor, no dejes que me duerma.

      —Tom, deberíamos hablar de algo.

      —¿Qué? —preguntó él, alzando la cabeza del hombro de ella.

      —El pestillo es una buena idea. Pero sería mejor idea decirles a los chicos que somos algo más que amigos. Ya son bastante mayores y merecen saberlo.

      —No sé. Tú tienes chicos. Yo todavía tengo una niña. Brenda tiene dieciséis años.

      —No es distinto con los chicos —contestó ella—. Todos saben cómo funcionan las parejas, conocen los peligros, las responsabilidades y las alegrías. A los dos nos dejaron nuestras parejas y hemos formado buenas familias sin estar con nadie, pero también tenemos derecho a ser felices. ¿Te preocupa que tus hijos sigan esperando que te reconcilies con Becky? Porque mis chicos no quieren eso para mí, para nosotros. Probablemente ya han adivinado que nos queremos.

      Tom sonrió y se movió un poco. Y a continuación un poco más.

      —No puedes estar ya dispuesto otra vez —dijo ella—. Eso es inhumano.

      —Es porque tú me excitas.

      Ella se abrazó a su cuello.

      —Está bien. Hablaremos cuando estemos vestidos.

      —Muy buena idea.

      El jueves por la noche, Dakota fue a cenar al bar de Rob. Llevaba varias semanas haciéndolo y ese hábito suyo no había pasado desapercibido. Al verlo, Sid movió levemente la cabeza, sonrió un poco y le puso una servilleta delante.

      —Veo que has vuelto —dijo.

      —Yo también me alegro de verte —contestó él con su mejor sonrisa—. ¿Cómo te ha ido?

      —Muy bien. ¿Lo de siempre?

      —Cerveza y luego pienso en la cena.

      —¿Y, si aparece Alyssa, te largas?

      —Me temo que he sido una gran decepción para Alyssa. Ella quiere un novio y yo no lo soy.

      Ella le puso una cerveza en la barra.

      —Alyssa parece más tenaz de lo que yo creía.

      —En ese caso, será más decepción todavía, porque yo también soy tenaz.

      —Empiezo a darme cuenta.

      —¿Y qué planes tienes para este fin de semana? —preguntó él.

      —Se me da muy bien relajarme. Tengo un par de cosas planeadas. Nada muy emocionante.

      —Yo estoy libre el domingo —dijo él—. El sábado por la noche también. ¿Qué tengo que hacer para entrar en tu agenda?

      —Ya hemos hablado de eso.

      —Puedo pedir un certificado de buen comportamiento —sugirió él con una sonrisa.

      —Ríndete, Dakota.

      En ese momento, él notó movimiento a su lado.

      —¡Qué agradable sorpresa! —dijo una voz de mujer.

      Sid, de inmediato, se alejó por la barra a preguntar a otras personas si querían tomar algo.

      Neely. Dakota hacía semanas que no la veía.

      —Hola —dijo—. ¿Cómo te va?

      —Muy bien. ¿Y a ti?

      —Bien —él alzó su cerveza.

      —Soy Neely —le recordó ella.

      —¡Ah, sí! —contestó él, como si lo hubiera olvidado—. Dakota.

      —Ya lo recuerdo —ella chasqueó los dedos y Sid volvió. Dakota frunció el ceño—. ¿Me pones una ensalada César con pollo y una soda con lima?

      —Por supuesto —dijo Sid—. ¿Dakota?

      —No quiero nada —contestó él.

      —O sea que ya llevas más de un mes en Timberlake —comentó Neely—. ¿Eso significa que te gusta el pueblo?

      —Es un pueblo agradable.

      —¿Y te vas a quedar mucho tiempo? —preguntó Neely, justo cuando Sid le servía la bebida.

      A Dakota no le apetecía hablar de sus planes con ella, pero optó por decir la verdad por si lo oía Sid.

      —Tengo trabajo aquí y he alquilado una casita, pero «mucho tiempo» es un concepto que puede variar mucho de una persona a otra.

      —Dime lo que has visto y hecho desde la última vez que nos vimos —pidió ella, sorbiendo su bebida.

      —Nada muy interesante —contestó él.

      Le habló de su trabajo, con la esperanza de espantarla con su nueva profesión de barrendero.

      A continuación ella le dijo que había ido a un concierto a Denver y había comprado cosas para su casa, alfombras, cojines, cuadros… Sugirió que tendría que enseñársela algún día.

      Dakota frunció el ceño. ¿Acababa de invitarlo a su casa? No lo conocía. Hasta donde sabía, no tenían conocidos en común. Lo único que sabía de él era su nombre de pila y que recogía basura. Esa prisa por intimar siempre lo volvía receloso.

      Ella siguió hablando. Hacía pocas preguntas y él, si podía, las contestaba con monosílabos. Pensaba que tendría que saltarse la cena si ella seguía allí, pero, cuando Neely terminó la ensalada, dejó dinero sobre la barra.

      —Me marcho —dijo—. Espero que volvamos a coincidir pronto.

      Él estaba tan contento de que se fuera, que contestó:

      —Seguro que sí.

      Y, cuando ella salió por la puerta, suspiró.

      —¿Qué se siente siendo un imán para las chicas? —preguntó Sid con voz risueña.

      —No te burles —contestó él—. Hay algo en ella que da miedo.

      —Parece


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