Una reunión familiar. Robyn Carr

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Una reunión familiar - Robyn Carr


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es lo que más me gusta —contestó Dakota—. Pero resulta que tengo WiFi. No sé si funcionará bien, pero, si no lo hace, pasaré mucho tiempo en tu casa. O la de Sully. O la de Sierra. ¡Eh!, ¿cuándo se casa Sierra?

      Cal lo miró sorprendido.

      —¿Te preocupa eso?

      —No, pero quiero estar seguro de que cuidan de ella, ¿sabes?

      Cal puso los brazos en jarras.

      —No, no lo sé. No te has comunicado casi nunca, ¿y ahora te preocupas de la gente?

      —Para ser sincero, nunca pensé que viviría cerca de la familia. Y no me disgusta —declaró Dakota con una sonrisa.

      —¿Por qué no se te había ocurrido antes? —preguntó Cal.

      —¿En serio? Vamos a ver. No solo era que yo estaba en el Ejército, sino que tú estabas en Michigan. ¿Qué pasa? ¿El Polo Norte estaba lleno? Papá estaba en la zona oscura, mamá estaba básicamente allí con él y Sierra era una alcohólica. ¿Estás sugiriendo que podía haber ido a vivir cerca de Sedona para que pudiera dirigir mi vida?

      —Tienes algo de razón —comentó Cal.

      —¿Cómo iba a saber que Sierra y tú os instalaríais en un lugar tan agradable?

      —Yo tampoco lo había previsto. Vine a hacer senderismo. Era la época y buscaba el lugar apropiado para esparcir las cenizas de Lynne…

      —¿Y acabaste en el camping de un hombre mayor, que tenía una hija guapísima que encima era neurocirujana? ¿Esas cosas pasan?

      —Supongo que hice algo bien —repuso Cal—. ¿Necesitas algo? ¿Podrás vivir aquí?

      —No necesito nada.

      —Aún no has empezado a trabajar y solo es media jornada. Si necesitas algo, solo tienes que decirlo.

      Dakota alzó una mano.

      —Me fui de casa hace diecisiete años. He sobrevivido sin ayuda, ¿no?

      —Supongo que siempre di por supuesto que el Ejército se ocupaba de ti —respondió Cal—. La verdad es que no nos criamos entre algodones, ¿verdad? Y si hay algo que descubrimos pronto es que no había mucha ayuda disponible. Un buen entrenamiento para buscarte la vida.

      —Eso me recuerda algo. ¿Aquí todo el mundo sabe dónde crecimos?

      —¿Todo el mundo? No creo que todo el mundo conozca los detalles. Las personas próximas lo saben. Llevé a Maggie a la granja a conocer a nuestros padres antes de casarnos, para darle una última oportunidad de salir corriendo.

      —¿Y no huyó?

      —No. La tolerancia y la compasión de Maggie sobrepasan todo lo que he conocido. Es una de las cosas que amo de ella.

      Dakota no miraba a su hermano, pero sí sentía los ojos de Cal fijos en él.

      —Desperdicias mucha energía alimentando todavía tu enfado con ellos —dijo este.

      —No fueron unos padres maravillosos exactamente —repuso Dakota—. Y no es porque fuéramos pobres. Ser pobres y mantenerse unidos es algo honorable. Ellos eran negligentes. Jed tendría que haberse medicado. Marissa debería haber insistido en ello.

      —¿Sabes lo que dijo Maggie de eso? Que ha visto a mucha gente rehusar tratamiento médico por distintas razones. A veces el tratamiento les resulta peor que la enfermedad, a veces tienen miedo, a veces se han reconciliado con su disfunción y saben vivir con ella. Quizá no fuera el mejor padre, pero Jed es un alma gentil. Loco, pero tierno. Asustado de su propia sombra, pero amable. Siempre ha sido muy bueno de corazón.

      —Mientras hablaba de su diseño del Apolo 13, de su nominación para el Nobel o de cualquier otra alucinación.

      —Mi favorita era cuando se preparaba para un informe de seguridad —contestó Cal con una risita.

      —Yo todavía no quiero reírme de eso —declaró Dakota.

      —Vamos a probar tus sillas del porche y ver si podemos hablar de cosas que te resulten más agradables.

      Se sentaron y charlaron un rato de temas generales. Del pueblo, del camping de Sully… Cal le contó que este había tenido un infarto un par de años atrás y, desde entonces, la gente que lo quería, Maggie, Sierra, Connie o él mismo iban a verlo regularmente y a ayudar en los trabajos del Crossing. Dakota se había unido al grupo y pasaba a menudo por allí a ayudar.

      Al caer la tarde, llevó a su hermano a su casa y se dirigió al pueblo. Aparcó calle abajo y fue andando al pub. Se sentó en la barra y no tardó en acercarse Rob. Charlaron un momento mientras este le servía una cerveza, pero no había ni rastro de Sid. Dakota empezó a beber despacio y al final oyó que otro cliente le preguntaba a Rob:

      —¿Sid tiene el día libre?

      —Normalmente no. Los chicos tenían pruebas de béisbol y alguien tenía que llevarlos, así que su tía Sid se ofreció. Le dije que se tomara el día libre, puesto que de todos modos se iba a ir pronto.

      Dakota entonces recordó que ella dejaba los fines de semana al otro barman y la camarera, porque había mucho ajetreo. Le agradó saber eso, porque a él tampoco le gustaban los bares llenos y ruidosos. Pero tendría que esperar hasta el lunes para volver a verla. Podía probar el domingo, pero estaba casi seguro de que le había dicho que su horario habitual era de lunes a jueves.

      Pasó el fin de semana con su familia. Cal y Maggie ofrecieron una gran cena el sábado por la noche en su casa porque Connie no trabajaba y estaban todos libres. Era finales de marzo. La tienda del camping todavía cerraba temprano y solo había una pareja de intrépidos campistas. A Sully le gustaba acostarse antes de las nueve, así que se marchó pronto, pero los demás jugaron al póquer hasta medianoche.

      Y por fin llegó el lunes. Dakota hizo sus cálculos y se presentó en el bar entre el almuerzo y la hora feliz. Se sentó en su sitio de siempre. El lugar estaba desierto. Esperó a que apareciera Sid por la puerta giratoria de la cocina. Le sonrió. Y ella le devolvió la sonrisa de un modo inconfundible y le puso una servilleta delante.

      —¿Y qué vas a tomar hoy? —preguntó.

      —Una cerveza —contestó él—. ¿Cómo te ha ido?

      —¿A mí? Bien —ella estiró el cuello para mirar por las ventanas—. ¿Esperas compañía hoy?

      —No. He aparcado detrás del café y he venido andando. Estoy de infiltrado.

      Eso la hizo reír. Le llenó un vaso de cerveza.

      —No sé por qué te rebelas. Alyssa es simpática. Y la otra es muy guapa y está dispuesta a invitarte a cenar. Y supongo que a otras cosas.

      —Ya te lo expliqué —dijo él—. Problemas. Y Alyssa parece muy joven.

      —No es tan joven —contestó Sid—. Piénsalo bien. ¿Y tú qué? ¿Cómo te ha ido?

      —Bien. Creo que podríamos celebrar mi nuevo empleo.

      A ella se le iluminó el rostro.

      —Felicidades. ¿Y qué vas a hacer?

      Él levantó su cerveza y tomó un trago.

      —Recoger la basura.

      Sid se echó a reír, y a Dakota le pareció un sonido maravilloso.

      —Justo lo que planeabas.

      —Pagan bien. Primero tengo que pasar un programa de entrenamiento. Al parecer hay que aprender cosas sobre la basura. Espero que me dejen conducir ese camión grande.

      Ella se apoyó en la barra.

      —Eso probablemente sea para un puesto más alto.

      —Tengo experiencia. He conducido MRAP enormes. Son esos vehículos militares gigantescos resistentes


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