Una reunión familiar. Robyn Carr

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Una reunión familiar - Robyn Carr


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distraído con los policías.

      —He dicho que quizá podamos salir algún día. ¿Qué te gusta hacer?

      «Mierda», pensó él.

      —Espera que me asiente un poco. Soy nuevo aquí, ¿recuerdas?

      —Yo podría ayudarte con eso.

      —Y yo te lo agradezco, Alyssa.

      Un hombre con camisa de cuadros sacó un par de platos de la cocina y entró detrás de la barra para llevárselos a los policías. Le puso una mano en el hombro a Sid y rieron todos juntos. «El hermano», pensó Dakota. Le recordaban un poco a Sierra y a él. El vínculo entre ellos era palpable.

      —¿Estás huyendo o algo así? —preguntó Alyssa.

      —¿Qué?

      —Te pregunto si huyes de la justicia. ¿Tienes cuentas pendientes? Porque no pierdes de vista a la policía.

      —Perdona —él se pasó una mano por la cara, por encima de la barba—. Estaba pensando qué se necesitará para entrar en la policía. En una patrulla de carreteras, quizá. Muchos militares acaban en departamentos de policía o de bomberos. Puede que yo no sea muy inteligente, pero estoy en forma.

      —Oh, estoy segura de que eres muy inteligente.

      —Dime cómo elegiste tú tu profesión —preguntó él.

      Se encogió por dentro. En realidad quería salir huyendo. Era una mala persona. Ella solo se mostraba amable y tendría que haberse sentido halagado, pero quería que se fuera para poder hablar con Sid.

      —¿Listo para otra cerveza? —preguntó esta, acercándose.

      —Gracias, pero… —Dakota miró su reloj—. Tengo que irme.

      —¿Sin cenar? —preguntó ella con una sonrisa diabólica.

      —Me temo que esta noche sí —él se levantó y buscó en su cartera—. Tú cuida bien de la policía —comentó.

      —Claro que sí. Ellos nos cuidan a nosotros.

      —Cóbrate lo mío y lo de Alyssa. ¿Tú te quedas? —preguntó a esta última.

      —No, salgo también —contestó ella.

      Él le puso una mano en el codo para acompañarla fuera y le preguntó dónde estaba su coche. En la peluquería, claro. Dakota rezó para que ella no intentara nada. ¿Aquello no era muy raro? ¿Los hombres normales no querían que las mujeres guapas intentaran algo? ¿Lo que fuera? Pero estaban en un pueblo y él no tenía intención de iniciar nada con ella. Le tomó las llaves del coche, abrió las puertas y le faltó poco para empujarla al interior del vehículo.

      —Eso es —dijo, despidiéndola—. Nos veremos muy pronto, ¿de acuerdo?

      —De acuerdo —musitó ella, claramente decepcionada.

      —Conduce con cuidado.

      Dakota se metió las manos en los bolsillos y volvió hacia el bar en busca de su vehículo. Entonces se dio cuenta de que así era como lo había encontrado Alyssa. El bar se veía desde la peluquería y había visto su Jeep. Subió y puso el motor en marcha. Después se quedó un minuto allí sentado. Pensó en dar un par de vueltas a la manzana y después volver. Pensó en pasar un rato allí sentado esperando a que Sid terminara de trabajar. ¿Para hacer qué? ¿Seguirla a casa? Gruñó con disgusto.

      Y a continuación se hizo dos preguntas. La primera, ¿qué tenía Sid que hacía que quisiera acecharla? Y la segunda, ¿tendría Cal algo de comer en el frigorífico?

      Los momentos más felices de mi vida han sido

      los pocos que he pasado en casa

      en el seno de mi familia.

      THOMAS JEFFERSON

      Capítulo 3

      A Sid le gustaba ir andando a casa desde el bar. Eran las nueve, hacía una noche fresca de primavera y había trabajado un día completo. Casi nunca se quedaba hasta la hora de cerrar. Una de las otras camareras y Rob se arreglaban perfectamente cuando la clientela empezaba a disminuir. Los fines de semana se los dejaba a los hombres y a las mujeres más enérgicas. Normalmente trabajaba de lunes a jueves, pero estaba dispuesta a cubrir a alguien de vez en cuando si era necesario. Y, por supuesto, como su hermano era el dueño, tenía buen sueldo.

      El bar le había salvado la vida. Mejor dicho, Rob la había salvado a ella. Y ahora servía comida y bebida y era amiga de todos. De matemática introvertida a camarera gregaria. Antes no sabía que podía ser tan feliz.

      El tipo nuevo, Dakota, era un poco engreído. Sabía que era guapo. Ella había conocido a hombres como él y se había mantenido alejada. Él se hacía el sueco aunque las mujeres se le echaban encima. ¿Por qué? ¿Para hacerse el difícil? ¿Para dejar que las mujeres se pusieran en ridículo mientras él disfrutaba con sus atenciones? Si fuera capaz de confiar en algún hombre, tal vez se hubiera tomado tiempo para entenderlo. Pero de Dakota conocería solo lo que pudiera conocer con una barra grande separándolos.

      Solo confiaba en un hombre: su hermano. Rob era el hombre más fuerte y genuino que había conocido. Cuando ella estuvo a punto de morir con el corazón roto, había ido a buscarla.

      Había sido una época oscura y desolada. Su esposo la había dejado por otra mujer de la noche a la mañana. Habían estado juntos siete años. Ella le había pagado los estudios de Medicina y lo había mantenido durante la residencia y, al terminar esta, él la había dejado. Le había dicho que llevaba dos años con la otra mujer. Sid no había sospechado nada.

      Eso no tenía que haber pasado. Tenían planes. Después de la residencia, él estudiaría para optar a una plaza fija y, después de eso, tendrían un hijo. Querían tener tres. Ella creía que estaban enamorados, pero, mientras se acostaba con ella, le hacía promesas a otra mujer. Sid sabía que no hacían el amor muy a menudo, pero ¿acaso el matrimonio y la rutina no eran así? Hablaban de su familia futura. ¿O los recuerdos de ella no eran reales? Con el cerebro plagado continuamente de ecuaciones, a menudo no detectaba cosas que ocurrían delante de sus narices. Sus amigos la llamaban «la profesora ensimismada». Cuando David la dejó, no tenía deudas pendientes con la Facultad de Medicina, no tenía deudas de ninguna clase. Eso era algo que sucedía lo bastante a menudo como para que se pudiera catalogar como una vieja historia. Uno de los cónyuges mantiene al otro mientras estudia una carrera y luego se divorcian. Era un tópico.

      Pero Sid no tenía ni idea. Debería haber sabido que él no la quería. Tendría que haberlo percibido. Pero trabajaba mucho, pasaba muchas horas en el laboratorio, analizando y sorteando datos. Solo llevaban siete años casados y ya se sentía agradecida cuando David la dejaba en paz para que pudiera trabajar o descansar.

      Pasó unos meses en shock. Paralizada por la incredulidad. Su única familia era Rob, y estaba criando a sus dos hijos solo. Se las arreglaban bien y estaba orgullosa de ellos. Hasta donde sabía, Rob no tenía novia, pero tenía a los chicos. Ella no tenía a nadie.

      No se lo contó a nadie del trabajo, pero sus colegas no eran amigos de relacionarse socialmente. Algunas noches iban a tomar una copa, después de una semana especialmente agotadora. A veces se juntaban a desayunar o almorzar. No tenía ninguna amiga a la que llamar para llorarle. Sus compañeros eran un grupo de cerebritos, en su mayor parte introvertidos. Sid era de las pocas cuya personalidad tenía una ligera faceta social, pero también podía estar satisfecha concentrándose en su trabajo y dando rienda suelta a su imaginación. Su esposo estaba tan ocupado con la residencia médica, que ella no esperaba hacer mucha vida social. Cuando él la dejó, ella se percató de que casi nunca salían con amigos y, cuando lo hacían, solían ser doctores o personal del hospital.

      Ella vivía como en una nube. Iba a trabajar, daba conferencias sobre computación cuántica y supervisaba un equipo especialmente entrenado en análisis computacional de ADN en la UCLA. Parecía


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