Una reunión familiar. Robyn Carr

Читать онлайн книгу.

Una reunión familiar - Robyn Carr


Скачать книгу
del entrenamiento —le recordó ella.

      —Apuesto a que soy el primero de la clase —él sonrió—. No creo que haya que tener una beca Rhodes para pasarlo.

      Ella pareció ponerse alerta.

      —¿Por qué dices eso? —preguntó.

      —Era una broma. Y tú has tenido una reacción extraña.

      —¿Qué es una beca Rhodes exactamente?

      —Es una beca que incluye un par de años en Oxford —contestó él. Miró la cara de ella y se echó a reír—. ¡Eh!, que sea barrendero no…

      —¡Ah! —ella limpió la barra—. El Ejército ha debido de educarte muy bien.

      —En cierto modo sí. Tienen programas educativos para soldados. Cuando estaba en Estados Unidos, los aprovechaba.

      Sid tardó un momento en hablar.

      —Me parece que estás demasiado cualificado para recoger basura.

      Él enarcó una ceja.

      —¿Y tú? ¿Fuiste a la universidad?

      Ella sonrió.

      —¿Para qué? Me encanta este trabajo —dijo—. En serio, puede que sea el mejor trabajo que he tenido nunca. Excepto una vez que trabajé de canguro para una pareja rica que se llevó a la familia a Francia y me llevaron con ellos para cuidar de los niños. Eso estuvo muy bien.

      —¿Cuándo sales de trabajar? —preguntó él.

      —¿Por qué?

      —Porque me gustaría invitarte a una copa, un café o algo. Porque no me interesan Alyssa ni Neely con su cena en Hank’s o en Henry’s o como se llame, pero creo que me gustaría conocerte mejor.

      Alyssa miró a su alrededor.

      —Pues mientras haya poca gente y termino mis tareas detrás de la barra, podemos conocernos. Yo no tengo citas. Y, sobre todo, no salgo con clientes.

      —No tenemos por qué considerarlo una cita.

      —Me caes bien, Dakota, pero no. La respuesta es no. No me interesa salir con nadie. Ni siquiera a tomar un café.

      —Podría contarte todas las veces que me metí en líos en el Ejército. Y tú me contarías tus historias de canguro. Podrías hablarme del pueblo y yo a ti de la basura.

      —En serio —insistió ella—. ¿Voy a tener que llamar a mi hermano mayor?

      Él se dio un puñetazo en el pecho.

      —¡Dios mío! ¡El hermano mayor no!

      —No seas listillo.

      Dakota soltó una risita.

      —Está bien. ¿Me pones una Juicy Lucy con jalapeños?

      —¿En su punto?

      —Sí, por favor.

      —Eso está mejor. Disfruta de la cerveza y no me causes problemas.

      —No se me ocurriría. ¿Qué has hecho el fin de semana? Tus días libres.

      Sid no contestó, sino que tecleó el pedido. Dakota notó que no estaba segura de que fuera buena idea hablar de cosas personales. Luego ella regresó.

      —Hice la colada, llevé a los chicos a la tienda a comprar material deportivo, fuimos a caminar, preparé su cena de sábado favorita, vi dos películas y leí un libro.

      —¿Un libro entero? —preguntó él.

      Ella hizo una mueca.

      —¿Qué has hecho tú?

      —Tuvimos una cena familiar. Tengo familia aquí. ¿Te lo había dicho?

      —Un hermano, dijiste.

      —Un hermano, una hermana, una cuñada y su padre, un cuñado en potencia y una sobrina de seis meses. Cenamos y, cuando Sully se fue a casa, jugamos al póquer hasta medianoche.

      Sid lo miró sorprendida. «¡Bingo!», pensó él. Su intención era no hablar de su vida privada en el pueblo por el momento, pero había sido problemático conseguir la atención de ella.

      —¿Eres pariente de Sully? —preguntó Sid.

      —¿Lo conoces?

      —Todo el mundo conoce a Sully.

      —Entonces seguramente conocerás a Cal, a Maggie, a Sierra y a Connie. Son mi familia.

      —No me lo habías dicho. Los considero a todos amigos. No socializamos, pero nos vemos de vez en cuando. A Sierra la veo más, porque las dos trabajamos en el pueblo. Umm.

      Él sonrió.

      —¿Ahora puedo invitarte a un café?

      —No.

      —¡Pero mi familia te cae bien!

      —Cierto. Y tú eres muy simpático, pero buscas una mujer, no una amiga.

      —Eso no puedes saberlo.

      —Lo sé.

      —¿Y si te doy mi palabra de que podemos ser amigos?

      —Voy a buscar a Rob —ella se volvió como para salir.

      —Está bien, me rindo —declaró él—. Dime dónde hay lugares buenos para caminar por aquí.

      —¿No has tenido bastante de eso en el Ejército? La casa de Sully está en medio de algunos de los mejores senderos. Cuando te canses de esos, vete a Boulder. Hay unas vistas increíbles.

      —¿Tus sobrinos hacen senderismo?

      —Necesito esposas y grilletes para conseguir que se limiten a andar. Quieren correr, escalar y colgarse de acantilados. Hacer más ejercicio. Son atléticos y a su edad las hormonas están empezando a hacer efecto. Tienen mucha energía.

      —¿Y cómo van con los estudios? Ya sabes, en el tema académico.

      —Muy bien. Mientras vayan bien, no les sermoneamos. Son críos. Los dos ayudan aquí y en casa. Son buenos chicos.

      —O sea que toda la familia trabaja en el bar —dijo él.

      —Los chicos no pueden estar en la barra, son menores. Pero hay muchas otras cosas que hacer por aquí. ¿Y tu familia? Sé lo que hace Sierra. Y Connie. Los policías y los bomberos vienen mucho por aquí.

      —Todos ayudamos a Sully, sobre todo en primavera. Se está preparando para el verano, cuando el camping estará siempre lleno. Y, después de un largo invierno, hay mucho que hacer. Cal trabaja como abogado y tiene algunos clientes y Maggie trabaja en Denver tres o cuatro días a la semana. Y está también Elizabeth, que es muy lista. Intentan convencerme de que haga de canguro solo para ver lo que hago por librarme.

      —¿No te gustan los niños?

      —Los niños son geniales, pero no cambio pañales. Y, si me dejan solo con ella, sé que tendré que acabar haciéndolo.

      —Quizá algún día tengas hijos propios. ¿Y entonces qué?

      —No cuento con eso, pero, si ocurre, la mamá del bebé tendrá que entrenarme. Yo no tengo experiencia.

      —O sea que sois tres hermanos.

      —Somos cuatro —corrigió Dakota—. Cal es el mayor. Luego viene una hermana y Sierra es la pequeña.

      —¿Tienes una hermana mayor que tú?

      —Sí. Sedona. Dos años menor que Cal y dos años mayor que yo. Cal en realidad se llama California Jones.

      —Es bastante sorprendente —comentó ella—. ¿Había algún significado en esos lugares? ¿Algo especial?

      —Creo que no. Nunca he estado


Скачать книгу