Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri. Alfonso López Quintás

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Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri - Alfonso López Quintás


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del papa, están muy ligados al pontífice y, para no perder su apoyo, están dispuestos incluso a concederle el señorío de la ciudad. Los blancos también están con el papa, pero hasta cierto punto; para ellos la independencia de Florencia es lo primero. Por este motivo, los negros pretenden acusarles de ser gibelinos a escondidas.

      Dante es un güelfo blanco, pero se muestra bastante equilibrado durante su gobierno; entre otras cosas, participa en la aprobación de un decreto que condena al exilio tanto a los jefes más agresivos de los negros como a los más turbulentos de los blancos. Entre los primeros se encuentra Corso Donati, primo de su mujer Gemma; entre los segundos está su gran amigo Guido Cavalcanti. Está claro que Dante, más que el interés propio, busca el bien de la ciudad, pero, posiblemente por eso, acaba enemistándose con todos.

      Una vez vencido su mandato como prior, los florentinos le eligen entre los embajadores que irán a Roma para llegar a un acuerdo con el papa. Sin embargo, mientras Dante está en Roma, llega a Florencia con sus soldados Carlos di Valois, hermano del rey de Francia. Tiene el apoyo del papa que, en teoría, le ha confiado la tarea de mantener la paz; en realidad, está abiertamente de parte de los negros. En consecuencia, los negros recuperan el control de la ciudad y se vengan de sus adversarios. Asesinan u obligan a fugarse a los blancos más notables, queman sus casas y confiscan sus bienes.

      En 1302, también Dante, que aún no ha vuelto a Florencia, recibe la noticia de que, acusado de corrupción, ha sido condenado a muerte: si vuelve a poner un pie en la ciudad, le espera la hoguera.

      En ese momento, comienza para Dante un largo y doloroso exilio. Al principio, vive en ciudades cercanas a Florencia como Siena y Arezzo, se ve con otros exiliados blancos, participa en sus intentos de reconquistar la ciudad con las armas o de llegar a un acuerdo para ser readmitidos. Pero todos los esfuerzos fallan y Dante se da cuenta de que volver será dificilísimo.

      No tiene un duro y solo cuenta con un recurso para vivir, su cultura. Así que empieza a visitar las cortes de la Italia de la época, quedándose donde encuentra a un señor que aprecie su poesía o le haga encargos, a veces como embajador, a veces tan solo como secretario. Reside en Lunigiana en la corte de los Malaspina,4 en Verona con los Della Scala5 y diferentes ciudades de la Romaña.

      Cuando en 1310, el nuevo emperador, Arrigo VII, baja a Italia soñando con pacificar la península bajo el cetro imperial, Dante recupera la esperanza de volver a Florencia. Se entusiasma con su proyecto que pretendía traer a Italia el fin de las discordias, y a él mismo la posibilidad de volver a su amada Florencia.

      Pero el sueño dura poco. Muchas ciudades, con Florencia a la cabeza, se oponen; Arrigo resulta ser poco hábil y se dispersa en mil contiendas; al final, en 1313, la malaria acaba con él. Y la aversión de los florentinos por Dante, que se ha alineado con el enemigo, aumenta.

      En realidad, un par de años después —estamos en 1315—, Florencia ofrece un gesto de pacificación. Les propone a los desterrados que vuelvan con una condición: que hagan un acto de penitencia, poniendo pie un momento en la cárcel y, entonces, serán readmitidos en la ciudad.

      Dante, con lo orgulloso que es, no está dispuesto a someterse. Quiere volver con la cabeza alta, sin tener que reconocer una culpa que no ha cometido. «¿Es esta la revocación con la cual se invita a Dante Alighieri a que vuelva a su patria después de haber padecido un destierro de casi tres lustros?», escribe a un amigo florentino no identificado. «¿Es esto lo que ha merecido su inocencia manifiesta a todas las gentes? […] No es digna de un hombre familiarizado con la filosofía una bajeza tan grande de espíritu […]. No es este, querido Padre, el camino para volver a mi patria; pero, si vos mismo u otro cualquiera encuentra un camino que no lesione la fama y la honra de Dante, aceptaré ese camino rápidamente; pero si, por el contrario, no se abre otro camino para entrar en Florencia, nunca más volveré a Florencia».6 Por encima del amor a Florencia está el amor por la verdad. Y, por eso, no volverá nunca a Florencia.

      Mientras peregrina de una ciudad a otra, Dante se dedica en cuerpo y alma a su poema. Y, poco a poco, canto tras canto, la Comedia ve la luz.

      No sabemos cómo y cuándo empezó a circular la Comedia. Sabemos con seguridad que, durante la vida de Dante, algunos cantos ya eran conocidos. Además, también sabemos con seguridad que Dante dudaba si publicarla entera o no. Por un lado, pone sus últimas esperanzas de entrar en Florencia en la fama que le puede dar esta obra. Por otro lado, algunos de los personajes que pone en el infierno siguen vivos, de otros siguen vivos hijos y parientes que seguramente no se pondrán contentos al leer sus afilados juicios. En realidad, Dante sabe que está escribiendo una obra que solo se podrá apreciar tras su muerte.

      Dante no es viejo —en 1315, ha cumplido cincuenta años—, pero le pasa factura la dura vida que le ha tocado en suerte. En 1319, se establece en Rávena, cuyo señor, Guido da Polenta, es un gran admirador suyo. Tanto que, en el verano de 1321, le manda como embajador a Venecia. Sin embargo, en el camino de vuelta, pasando por una zona pantanosa, Dante enferma de malaria. Su físico, ya debilitado, no lo resiste. Y así, acompañado por el afecto de sus amigos de Rávena, fallece la noche del 13 al 14 de septiembre de 1321.

      Su hija, sor Beatriz, le cuida hasta el final. Su hija Antonia era monja y había profesado precisamente con ese nombre. Este es un hecho que quizás nos permita arrojar luz sobre un aspecto importante de la vida de Dante, al que solo hemos hecho referencia de pasada: su relación con su esposa, Gemma Donati.

      Alguno se habrá preguntado: pero, si él ama a Beatriz, habla siempre de Beatriz y, a la vez, está casado con otra. ¿Cómo habrá podido Dante hablar de Beatriz y querer a Gemma? ¿Y cómo habrá podido soportar Gemma a un marido que siempre habla de otra mujer? Por el contrario, nunca habla de Gemma. Por eso, muchos estudiosos han planteado suposiciones fantasiosas sobre la relación entre los dos.

      Pero su hija Antonia eligió el nombre de sor Beatriz. Elegir el nombre con el que se profesa en un convento es algo muy serio: quiere decir que la persona que ha llevado ese nombre ha sido importante, fundamental en la vida del que lo adopta. Si Beatriz hubiera sido motivo de discordia en casa, si hubiera sido una presencia fastidiosa para su madre, Antonia lo habría sabido, lo habría sufrido y no habría elegido ese nombre.

      Sin embargo, entre tantos nombres de ilustres santos, Antonia elige justo Beatriz. ¿Por qué? La única explicación posible es que Beatriz fuera, en casa Alighieri, una presencia amada. Es decir, que Gemma y sus hijos hubieran entendido que Dante era un buen padre y un buen marido porque había aprendido a amarse a sí mismo, a su mujer, a su ciudad y al mundo entero gracias a la relación con Beatriz.

      Destinado a no volver a la amada Florencia ni siquiera una vez muerto, Dante es enterrado en Rávena, en la misma iglesia de San Francesco donde se celebraron las exequias, custodiado por la comunidad franciscana local.

      Pero Dante no encuentra paz ni siquiera muerto. Los florentinos, que, cuando estaba vivo, no le habían querido, empiezan a reclamar su cuerpo. En 1519, el papa León X —florentino, hijo de Lorenzo el Magnífico— dispone que los restos del poeta vuelvan a Florencia. Los franciscanos no pueden desobedecer al papa, pero tampoco quieren ceder a «su» Dante. ¿Y entonces qué hacen? Sacan a escondidas los restos de la tumba y los meten en una caja, que dejan en algún rincón del convento. De esta manera, cuando llegan los florentinos, encuentran la tumba vacía y empieza el misterio de los huesos de Dante. Este misterio se espesa cuando, a partir de 1810, Napoleón confisca el edificio y echa a los franciscanos, que entierran la caja en uno de los claustros, limitándose a decir a la gente de Rávena que han dejado un gran tesoro. El enigma no se desvela hasta 1865, cuando, con ocasión del sexto centenario de su nacimiento, la administración de Rávena ordena una restructuración del convento y, durante las obras, aparece la misteriosa caja. En ese momento, los restos de Dante se entierran en el monumento conmemorativo que, en 1780, se había construido en su honor en los alrededores del convento. Y ahí es donde se encuentra ahora.

      Sin embargo, creo que un mausoleo al borde de una carretera —y que no tenía ni un signo cristiano hasta que, en 1965, se puso una cruz donada por Pablo VI— no es un lugar digno de él. Quizás el año 2021, séptimo centenario de su muerte, sea la ocasión propicia para que los restos mortales del insigne


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