Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri. Alfonso López Quintás
Читать онлайн книгу.aula que la comprensión que tengo hoy de este texto sea mucho más profunda, más rica y articulada que la que tenía hace treinta o cuarenta años: hay ciertos versos, ciertos tercetos que para mí tienen el nombre o la cara del alumno que levantó la mano y dijo: «Profesor, pero entonces Dante aquí quiere decir esto, aquí hay tal señal, nos podemos quedar con esto…». Durante todos estos años, hemos entrado en el texto y el texto siempre nos ha dicho algo nuevo.
Llegados a este punto, considero indispensable hacer una alusión autobiográfica. Soy el cuarto de diez hijos y mi padre enfermó pronto de esclerosis múltiple, por lo que, en cuanto podíamos, empezábamos a trabajar para ayudar en casa. Así, al terminar el primer año de secundaria, me mandaron de ayudante a una tienda de alimentación en Bérgamo. Por comodidad y gracias a la hospitalidad de la familia propietaria de la tienda, me quedaba con ellos de lunes por la mañana a sábado por la noche: me daban comida y alojamiento, y mis padres se ahorraban el gasto del autobús y los riesgos del viaje, así que les venía muy bien. Sin embargo, yo lo sufría muchísimo: con doce años, estaba por primera vez lejos de casa, trabajando duro y cuando me sentaba a escribirle una carta a mi madre para hablarle un poco de mis dificultades, de mi nostalgia, me salían siempre cuatro frases insignificantes y las acababa tirando a la basura.
En esta situación, me acuerdo como si fuera ayer de una noche —a las diez, tras una dura jornada de trabajo— en la que me pidieron que descargara un furgón de cajas de agua y de vino. Realmente no podía más, mientras subía y bajaba por la empinada escalera que llevaba al almacén con esas cajas tan pesadas, lloraba. Y, entonces, hubo un instante en el que me detuve con una caja en las manos, porque, de repente, afloró en mi memoria un terceto del Paraíso en el que Cacciaguida le predice el exilio a Dante con estas palabras:
Tú probarás cómo sabe de amargo el pan ajeno y qué duro es el bajar y subir por las escaleras de los demás.1
¡Eso era exactamente lo que me estaba ocurriendo!: «subía y bajaba por las escaleras de los demás». Me quedé paralizado, literalmente fulminado por esta expresión, preguntándome: «Pero ¿cómo es posible? Me rompo la cabeza intentando encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que me está pasando y en un terceto de hace setecientos años encuentro descrita la experiencia que estoy haciendo. Esto quiere decir que Dante habla de mí, que tiene algo que decirme».
Así descubrí qué significa sentir interés por algo. Inter-esse, «estar dentro». Descubrí que yo estaba dentro de la Divina comedia. Por eso, cuando volví a casa, me devoré la obra; y, después, tardé poco en comprender que este descubrimiento valía también para Los novios de Manzoni, para los poemas de Leopardi, para toda la gran literatura… Poco a poco, descubriría que valía para todo el gran arte: de alguna manera, todo hablaba de mí, todo era interesante. Interesante, inter-esse, en esa obra estaba yo. La Divina comedia era mi historia y toda la gran literatura y todo lo que los grandes autores habían escrito hablaba de mí, me interrogaba, tenía algo que decirme. Esto nunca se me ha olvidado. Es más, fue el primer impulso de mi pasión por la literatura, empezando por Dante, pero siguiendo, más adelante, con todos los demás. Creo que no exagero si remonto a aquel día, a aquel episodio, no solo mi pasión por Dante y por la literatura, sino también mi pasión por la enseñanza, porque, cuando uno realiza un descubrimiento así, le entran ganas de contárselo a todo el mundo, ¿no creéis?
Por eso, siempre les decía a mis alumnos: «Chicos, ¿por qué merece la pena hacer el esfuerzo que supone leer a Dante? Merece la pena si se habla con Dante», es decir, si entras en la lectura con tus propias preguntas, con tus propios dramas, con tu propio interés por la vida. Entonces, de repente, Dante hablará. Le hablará a nuestro corazón, a nuestra inteligencia, a nuestro deseo; y es un diálogo que, una vez comenzado, ya no termina.
Para aclarar este punto, siempre utilizaba en clase un fragmento de Nicolás Maquiavelo, sacado de la Carta a Francesco Vettori.
Llegada la noche, me vuelvo a casa y entro en mi escritorio; en el umbral me quito la ropa de cada día, llena de barro y de lodo, y me pongo paños reales y curiales. Vestido decentemente entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde —recibido por ellos amistosamente— me nutro con aquel alimento que solum es mío y para el cual nací: no me avergüenzo de hablar con ellos y de preguntarles por la razón de sus acciones, y ellos con su humanidad me responden; durante cuatro horas no siento pesar alguno, me olvido de toda preocupación, no temo a la pobreza, no me da miedo la muerte: me transfiero enteramente a ellos.2
Maquiavelo también está en el exilio y tiene una vida que no le satisface porque se pasa el día, según dice él, «empantanándose», viviendo como un patán, como un desgraciado, pasando el día de forma miserable. Sin embargo, hay algo que cada día le saca de esa bajeza.
¡Eso es lo que hay que hacer! Hay que tener algo en la vida que nos permita dejar —es decir, quitarnos de encima— la «ropa de cada día, llena de barro y de lodo», es decir, la vida cotidiana arrastrada por bajezas, deseos mezquinos, pequeñas traiciones. Y vestirnos con «paños reales». «Paños reales» quiere decir prendas de rey, porque todos somos reyes, todos tenemos un valor absoluto como personas.
Sigamos con Maquiavelo: «Entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde —recibido por ellos amistosamente— me nutro con aquel alimento que solum es mío y para el cual nací». «Recibido por ellos amistosamente»: Dante te acoge con amor, te espera para darte todo lo que ha aprendido de la vida. Y ahí por fin puedes alimentarte «con aquel alimento que solum es mío», con el único alimento a la altura del hombre: la sabiduría, la verdad.
Lo que nos diferencia de nuestro perro o nuestro gato es que tenemos un alimento a la altura del corazón humano, el alimento de la verdad, la pasión por caminar hacia el propio destino, la pasión por disfrutar de las cosas. Démosle un nombre que volverá a salir leyendo a Dante, la felicidad. El «alimento que solum es mío», el acto propio de un hombre, es caminar hacia el propio destino de plenitud. «Y ellos con su humanidad me responden»: Dante responde, Manzoni responde, Leopardi responde, ¡todos responden! Solo se trata de hacer las preguntas adecuadas, es decir, de empezar a desear de verdad.
Después, también les decía a mis alumnos: «Yo no vengo a clase para daros de antemano respuestas o para convenceros de mis ideas; vengo para acompañaros “en las antiguas cortes de los antiguos hombres”, de manera que podáis hacer vuestras preguntas y recibir sus respuestas que serán solo vuestras, jamás serán iguales que las mías. Yo ya he estado con ellos, ya conozco el camino y vuelvo para acompañaros; pero no tengo ni idea de lo que sucederá en el personalísimo diálogo entre ellos y vosotros. ¡Ya me lo contaréis!». Porque la enseñanza no consiste en dar respuestas pensadas de antemano, sino en ayudar a formular las preguntas que uno tiene.
¿Es legítima una lectura así? ¿Es legítima una presentación de Dante, de Manzoni, de Leopardi, hecha por alguien que habla con ellos y que, por tanto, de ellos ha aprendido muchas cosas que no son las mismas que las de otro lector? Ciertamente, otros en mi lugar dirían cosas distintas, ya que las mismas palabras pueden iluminar su vida que es distinta de la mía. Yo digo que sí, que es legítimo. Basta saber distinguir entre lo que un autor quería decir y lo que esto suscita en el corazón del lector. Si no fuera porque suscita algo en mi vida, ¿qué interés tendría leer? Lo que hace realmente interesante la literatura es experimentar lo que es entrar «en las antiguas cortes de los antiguos hombres», lo que es pedirles explicaciones de sus acciones y llevarte a casa una sugerencia, una hipótesis de trabajo, un juicio o un consuelo.
Así que la lectura que os propongo es legítima, y con mayor razón cuando quien lo dice es el propio Dante. En efecto, cuando escribe la Comedia, Dante es plenamente consciente de la tarea que asume. Lo repite varias veces: escribo estas cosas «en pro del mundo que vive mal».3 En un fragmento de la carta a Cangrande della Scala le dice: «La finalidad del todo y de la parte es la misma —es decir, de cada canto, de cada verso—: apartar a los mortales, mientras que viven aquí abajo, del estado de miseria y llevarlos al estado de felicidad»,4 ayudarles a ser felices. Yo escribo la Divina comedia —cuántas veces lo volveremos a ver, cuántas páginas encontraremos