Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay

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¿verdad?

      –¿Estás enfadada con él o conmigo?

      –¡Claro que no estoy enfadada! ¿Cómo puedes pensar eso? Los dos os preocupáis por mí y yo os lo agradezco.

      Pero sus palabras contradecían lo que expresaban sus hombros tensos y su boca abatida. El brillo de sus ojos había desaparecido y Rico sintió ganas de golpear algo. En lugar de eso, la estrechó entre sus brazos. Durante unos conmovedores instantes ella se recostó junto a él, pero el momento no duró demasiado. Alzó la mirada y se retiró.

      –Os agradezco que tanto tú como los chicos me cuidéis, Rico. Pero… odio el hecho de que tengáis que hacerlo.

      –¿Has llamado a la policía?

      Ella negó con la cabeza.

      –Vamos a llamar ahora mismo –dijo sacando el móvil del bolsillo–. Chris ha violado las condiciones de la orden de alejamiento y vamos a ir por él. Como le ponga las manos encima a ese cabr…

      –¡Rico! –exclamó–. En mi cafetería no se dicen palabrotas. Sin excepciones.

      –¿La cafetería de quién?

      –Está bien, tu cafetería. Aquí no se dicen palabrotas, ¿entendido?

      Él meneó la cabeza y reprimió una sonrisa. Neen se estaba encariñando con el local y con los niños. Tal y como él había esperado.

      Capítulo 7

      UNA vez puesta la denuncia, Rico insistió en seguir a Neen con el coche hasta su casa. Quería verla entrar y asegurarse de que echaba los cerrojos. Necesitaba saber que estaba segura. Pensó que protestaría, pero no lo hizo. Quizá el incidente la había asustado más de lo que estaba dispuesta a admitir.

      Rico aparcó y se dirigió al cobertizo para coches de Neen. Le había hecho prometer que se quedaría dentro del vehículo hasta que él llegara para abrirle la puerta.

      –No es necesario, de verdad –dijo ella meneando la cabeza mientras salía del coche.

      –Puede que no.

      En cualquier caso, le hacía sentir mejor. Caminaron juntos hacia el apartamento. La mano de Neen tembló ligeramente al abrir la puerta. Exhalando, encendió las luces del pasillo y del exterior. Monty comenzó a ladrar en el patio trasero, lo que tranquilizó en parte a Rico. El perro la protegería.

      –Quiero que cierres la puerta con llave, que eches el pestillo y que…

      –¿Te apetece entrar? –preguntó, temerosa–. Tengo hambre y pensaba preparar un suflé de queso con finas hierbas. Con mi receta salen dos porciones muy generosas.

      ¡Maldita sea! Si algún día se encontraba con ese Chris… Se forzó a sonreír.

      –¿Me dejarás batir la masa?

      Neen sonrió de pronto y Rico se dio cuenta de que era la primera vez que sonreía desde que él entró en la cafetería. Eso ayudó a aflojar el nudo que sentía en el estómago.

      –Puedes batir hasta hartarte –dijo poniendo los ojos en blanco–. Venga, será mejor que deje entrar al perro antes de que eche la puerta abajo o se haga daño.

      Monty la recibió con todo el gozo del que era capaz su enorme corazón, tirándose a sus pies, lamiéndole las manos, los brazos y, cuando ella se inclinó para acariciarlo, también la cara. Pero en ningún momento le saltó encima.

      –Cómo ha cambiado.

      –No creas que ha cambiado tanto. Eso sí, el paseador de perros que encontraste ayuda mucho, sobre todo en días como hoy en que llego tarde a casa.

      Le sonrió, agradecida. Le había comentado de pasada que necesitaba encontrar a alguien que paseara a Monty y dio la causalidad de que Rico conocía a un chico del barrio que tenía tiempo libre y los había puesto en contacto.

      Neen se lavó las manos en la pila y le indicó que hiciera lo mismo. Le mostró el artilugio para batir los huevos como si este fuera la fruta prohibida y ella, Eva en el Paraíso, y él no pudo evitar sonreír.

      –Qué tentadora –dijo, dispuesto a contribuir a la jovialidad del momento.

      –Creo que Nigella ha demostrado lo sexy que puede ser una mujer en la cocina.

      Se giró hacia la nevera y él cerró los ojos. Nigella no tenía ni punto de comparación con aquella mujer.

      –¿Alguna vez has separado la clara del huevo?

      –¿Que si he hecho qué? –preguntó él con la mirada en blanco.

      Ella se frotó las manos y sonrió.

      –Huy, creo que nos vamos a divertir. Será mejor que te pongas esto –dijo rebuscando en un cajón y tendiéndole un delantal.

      Él hizo lo que le pedía y se concentró de lleno en la lección, decidido a hacerle olvidar a Chris. Pero mientras seguía las instrucciones de Neen y creaba algo que nunca antes se hubiera atrevido a hacer, descubrió que era su propia mente la que se calmaba. En aquel momento se sintió más vivo que… más vivo que Louis. Justo en ese instante, todo se oscureció. ¿Qué estaba haciendo? No había ido a casa de Neen a divertirse.

      Un repentino golpe de viento hizo vibrar las ventanas. Una de las ramas de la grevillea golpeó el cristal y Neen dio un salto del susto. Trató de disimular dirigiéndose a la nevera para sacar una botella de vino. Rico apretó la mandíbula. Chris debería estar colgado por los pulgares por amenazarla de esa manera.

      Neen sirvió dos copas y le acercó una.

      –Sabes cómo preparar una ensalada, ¿no?

      –Soy muy bueno cortando los pepinos en rebanadas.

      Lo dijo con tanta seriedad que Neen soltó una carcajada. Pero la risa no alejó las sombras, y cada vez que ella miraba por la ventana, Rico agarraba con fuerza el cuchillo. Se aclaró la garganta, dispuesto a hacerla sonreír como había hecho en el casino.

      –¿Sabes que se te da muy bien enseñar?

      –Debo llevarlo en los genes.

      –¿Tus padres son profesores?

      Su rostro se ensombreció.

      –No –contestó sonriendo, pero él advirtió que se había puesto tensa–. Me refería a mi abuelo; fue él quien me enseñó a cocinar. Era muy paciente y nunca se ponía nervioso en la cocina. Intento parecerme a él.

      –¿Es él la razón por la que quieres abrir tu propia cafetería?

      Ella asintió.

      –Cuando era pequeña me pasaba horas describiéndole al detalle el local de mis sueños.

      El horno emitió un pitido y los dos dieron un respingo. Neen sonrió.

      –Hora de cenar. Pon la mesa mientras yo llevo la comida.

      –¿Quieres comer aquí o en el comedor?

      –Donde prefieras –contestó ella, ocupada en la preparación del aliño.

      Cenaron en la mesa de la cocina. Rico quedó boquiabierto cuando ella sacó del horno un suflé perfectamente formado.

      –Lo he hecho yo –dijo tontamente.

      –Es perfecto.

      Rico sirvió los platos y alzó la copa de vino.

      –Salud.

      –Salud –respondió ella imitando el gesto.

      No podía posponerlo por más tiempo. Se llevó el suflé a la boca y lo mantuvo en la lengua unos instantes. Experimentó una explosión de sabor y se quedó mirando a Neen, incapaz de decir una palabra.

      –Comida de dioses –dijo ella.

      Y


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