Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay

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ese caso, me encantaría –de pronto, frunció el ceño–. Pero no va a ser una cita, ¿verdad?

      –Por supuesto que no, Neen. Somos amigos, nada más. Pasaré a recogerte a las siete.

      –Estupendo.

      ¿Amigos? Le parecía muy bien.

      Rico se desenrolló las mangas de la camisa y volvió a ponerse la chaqueta.

      –Siempre que quieras pasarte por aquí para hacer realidad tus fantasías de cocinero, serás bienvenido.

      –Lo tendré en mente.

      Los labios de Rico dibujaron una sonrisa que no se reflejó en su ensombrecida mirada.

      Neen trató de tomárselo con filosofía. Para su tranquilidad era infinitamente mejor que él se mantuviera alejado de su cocina. Pero dudaba que lo fuera para la de Rico.

      Capítulo 6

      CUANDO Rico se marchó, Travis salió de las sombras del almacén. Neen sospechaba que llevaba un buen rato allí escondido, pero no le preguntó.

      –Hola, ¿solucionaste el problema?

      Él asintió vagamente y señaló algo detrás de él.

      –¿Te importa si mi hermano pequeño se queda en el patio hasta que termine mi turno? Te prometo que se portará bien.

      Ella frunció el ceño y se dirigió a la puerta trasera para echar un vistazo. Sentado en el escalón, un chiquillo desaliñado botaba con tristeza una pelota de tenis entre sus pies.

      –Vaya, Travis, cuando hablabas de tu hermano pequeño no exagerabas.

      El niño no tendría más de siete años. Cuando se volvió, percibió el miedo en la cara de Travis y le dio un vuelco el corazón.

      –¿Por qué no lo sientas en una de las mesas del rincón y le das algo de comer, un batido y un tebeo?

      La mirada de Travis se iluminó.

      –¿Estás segura?

      –Pues claro que estoy segura –hizo ademán de irse, pero se detuvo–. Travis, ¿estáis a salvo?

      –Por supuesto.

      –¿Por qué no querías que Rico supiera nada?

      –Estamos teniendo problemas en casa, pero dentro de unas semanas cumpliré dieciocho años. Entonces podré apartar a Joey de todo aquello y convertirme en su tutor legal.

      –Rico te ayudaría.

      Puede que no fuera cálido y juguetón con los niños, pero estos le respetaban y le tenían confianza, o al menos eso le parecía a Neen.

      –Si se entera de lo mal que estamos en casa, llamará a los Servicios Sociales. Rico es un buen tipo, pero es su trabajo. Pondrán a Joey en un programa de cuidado tutelar y… Seis semanas, Neen, es todo lo que necesito.

      Los ojos le ardieron. A veces lo único que necesitaban las personas para avanzar en la vida era una persona a la que amar, como Travis quería a su hermanito. Como ella había querido a su abuelo.

      –¿Me prometes que ninguno de los dos corréis peligro físico?

      –Sé cómo protegernos de él, te lo prometo.

      –¿Me llamarás si te metes en algún lío? ¿Tienes mi número de móvil?

      Él asintió. Ella soltó un suspiro que en nada alivió la tirantez que sentía en el pecho.

      –Está bien.

      –Gracias, Neen.

      –Creo que para Joey será mejor venir aquí después del colegio de miércoles a viernes, ¿no te parece?

      –¿Estás segura?

      –Totalmente.

      El chico sonrió.

      –Eh, Joey, ven que te presente a la señorita Cuthbert.

      Rico giró el volante a la altura de una mansión con vistas al puerto en Sandy Point, un acomodado barrio de las afueras, y Neen se quedó boquiabierta.

      –¿Te criaste aquí?

      –¿Dónde pensabas que me había criado?

      –A juzgar por tu afición a hacer buenas obras, en un gueto.

      –Que no te oiga mi madre –dijo él con una media sonrisa.

      Esa sonrisa que podía ensancharle el corazón y llenarla de calidez. Aquella noche el magnetismo de Rico era imposible de negar. Lo había visto con sus trajes de chaqueta, todo serio y peripuesto y con unos vaqueros cubiertos de pintura con los que no parecía estar del todo a gusto. Pero aquella noche llevaba unos chinos color arena y un polo azul y… Aquella noche su masculinidad la abrumó y de pronto vio en él a un hombre con el que no le importaría pasar más tiempo. Una idea peligrosa.

      Los dos apartaron bruscamente la mirada al mismo tiempo, al darse cuenta de que llevaban observándose demasiado tiempo.

      –Vamos –gruñó–. Terminemos con esta cena.

      –Veo que esperas pasar una velada divertida…

      Él no contestó.

      Neen no tardó en simpatizar con la familia de Rico. Tenía dos hermanos mayores, ambos casados, que trabajaban en el restaurante familiar y estaban claramente contentos de hacerlo. Rico permaneció en un segundo plano, callado casi todo el tiempo. Neen recordó las frías miradas de Bonita, los comentarios cortantes que le había dedicado a su hijo en la cafetería y no le sorprendió que él se mostrara tan reservado. Pensó también en lo mucho que había disfrutado el viernes en la cocina y se preguntó por qué no le habrían permitido seguir los pasos de sus hermanos mayores.

      –¿Qué te parece mi comida, Neen? –preguntó Bonita mientras cenaban.

      –¡Deliciosa! Nunca había probado un escalope de ternera tan bueno.

      –Chicos, Neen tiene muy buena mano para los postres. Sí… –dijo señalando a Neen–, mis espías me han informado de tu tarta de queso, tu bizcocho de toffee y dátiles y tu tarta de lima –miró a Rico de soslayo–. Puede que trate de robártela para llevármela al restaurante.

      –¡Que no se te pase por la cabeza!

      –Puedo pagarle el doble de lo que le pagas tú.

      –Me he comprometido con Rico durante un año. Le he dado mi palabra, y el trabajo me resulta interesante –intervino Neen.

      –Tonterías. Si cambias de opinión…

      Rico se quedó mirando el plato y Neen reprimió un suspiro. ¿Por qué era tan tensa la relación con su familia? No había duda de que Rico era complicado, y Bonita dominante y autoritaria, pero ella parecía llevarse muy bien con sus hijos mayores. ¿Qué había hecho Rico para merecer la continua desaprobación de su madre?

      –Neen, ¿podrías imbuir algo de sentido común en mi hijo pequeño?

      Neen sintió cómo Rico se ponía tenso. Le dieron ganas de apretarle la mano por debajo de la mesa. Le parecía injusto que todos se pusieran en su contra. Especialmente, cuando se dejaba la piel en un trabajo tan desagradecido.

      –¿Sobre qué?

      –Sobre ese trabajo tan ridículo que tiene.

      Ella depositó el cuchillo y el tenedor sobre el plato.

      –¿Qué tiene de malo su trabajo?

      Era cierto que tenía que aprender a relajarse un poco, ¿pero no se daba cuenta su familia de lo importante que era su labor?

      –Trabaja con gentuza, con delincuentes.

      –Pensé que la había convencido de que los chicos que trabajan en


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