Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay

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Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay


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ella en ese sentido, y por alguna razón, eso la animó considerablemente. Pensó en su flamante sistema de seguridad, en las clases de defensa personal… y en el hecho de que Rico había sido lo suficientemente caballeroso como para no comentar la manera en que ella había respondido a su beso. Aquel hombre le gustaba; no podía evitarlo.

      –Yo tampoco quiero darle a nadie la impresión de que quiero una relación. Todavía no estoy preparada para intentarlo de nuevo.

      –Tomo nota –convino él en voz baja.

      –Bueno, con tal de que eso quede claro, supongo que todavía tienes una encargada para tu cafetería.

      Él se desplomó en el asiento.

      –Gracias.

      Pero no se dieron la mano; tocarse no parecía una buena idea.

      –Bueno –dijo adoptando de nuevo una actitud profesional–. ¿Cuándo crees que vendrán los del servicio de control de plagas y el electricista?

      –Mañana, o el viernes como muy tarde. Si trabajan durante el fin de semana, el local debería estar listo para pintarse el lunes.

      –Genial. ¿Qué te parece si quedamos tú, los chicos y yo en la puerta del local a las nueve?

      –Si quedamos a las ocho y media, te evitarás la hora punta en el puente.

      –A las ocho y media, entonces. Dejaré los trajes de chaqueta en el armario y me pondré un jersey viejo y unos vaqueros –dijo al tiempo que se ponía en pie.

      Él también se incorporó.

      –Yo haré lo mismo.

      ¿De verdad tenía vaqueros ese hombre? A ella le parecía que su ropa informal debía de estar relegada al mismo oscuro agujero que el romance.

      –¿Tienes una fotografía de Chris?

      –¿Por qué? –preguntó ella frunciendo el ceño.

      –Quiero saber qué aspecto tiene. Me gustaría poder identificarlo si empieza a merodear por el local.

      No se le había ocurrido.

      –Traeré una el lunes.

      –Que pases un buen fin de semana, Neen.

      –Hasta luego, Rico.

      Cuando salieron a la calle, tomaron direcciones opuestas. Ninguno de los dos se volvió para mirar al otro.

      El lunes, seis chicos se presentaron a echar una mano. Su excitación conmovió a Rico, que se sintió abrumado por una sensación familiar de impotencia. Tenía que sacarlos de la calle, encontrarles un trabajo, darles esperanza. Pero no tenía empleo para todos de momento. No soportaba pensar en los desastres que les acechaban: drogas, alcohol, violencia.

      –¿Qué quieres que hagamos hoy, Rico?

      –Hay que pintar las paredes, y en algún momento tendremos que sacar brillo al suelo, pero será mejor que esperemos a terminar con la pintura. Y la cocina necesita un buen repaso.

      Estaba a punto de sugerir que crearan dos grupos, uno para la zona del comedor y otro para la cocina, cuando Neen tomó los cubos y el detergente y comenzó a repartirlos.

      –Bien. Necesitamos un montón de agua caliente para lavar las paredes. Y también hay que extender esas fundas por el suelo.

      Los chicos obedecieron sus órdenes; algunos parecían divertidos, otros se empujaban unos a otros y se lanzaban insultos en tono desenfadado. A Rico le entregaron un cubo de agua jabonosa y, tras estar a punto de protestar, se lo pensó mejor y se dispuso a lavar una pared, sin dejar de observar a Neen, que había adoptado el papel de organizadora.

      Los chicos hacían un montón de ruido mientras trabajaban. En un momento dado Carl le dio un empujón a Luke, que en venganza le arrojó un trapo mojado. La trifulca que siguió a continuación terminó en un cubo derramándose que lo dejó todo empapado.

      Rico se dio la vuelta.

      –¡Portaos bien! Esto es una cafetería, no un campo de fútbol. Si no os vais a tomar esto en serio, mejor os vais. Conozco a veinte chicos a los que les gustaría estar en vuestro lugar.

      –Nos estábamos peleando en broma –se quejó Carl.

      –Cálmate –masculló Luke.

      Travis, el mayor, los miró con enojo y se acercó hacia ellos.

      –¿Algún problema? –preguntó haciendo crujir sus nudillos. Carl y Luke se apresuraron a negar con la cabeza y volvieron al trabajo.

      Rico le lanzó una mirada rápida a Neen, esperando que el comportamiento de los chicos no la hubiera desalentado. Ella le devolvió la mirada.

      –No pensé que fueras de los que lloran sobre el agua derramada.

      La crítica implícita en el comentario le puso tenso.

      –Este programa es importante y quiero que todo el mundo se lo tome en serio.

      –Ya. ¿Y eso significa que no podemos reírnos ni pasarlo bien?

      –Por supuesto que no –miró a Carl y a Luke, que le habían dado resueltamente la espalda. ¿Habría sido demasiado duro con ellos?

      –Bien, me alegro de que lo hayamos aclarado –dijo ella.

      A partir de ese momento, nadie le hizo ni caso, lo cual no le importó lo más mínimo. Mientras trabajaban, Neen entabló conversación por los chicos. No le dieron los detalles que Rico conocía; los hogares rotos, las drogas, la violencia, la pobreza, pero hablaron de sus equipos de fútbol favoritos, de lo que les gustaba hacer durante el fin de semana y de la comida que les gustaría servir en el café. Le contaron sus sueños y, en menos de tres horas, Neen sabía más sobre ellos de lo que él había averiguado en tres años. A pesar de eso, en un momento dado, Neen arrojó el trapo a un cubo y, volviéndose hacia los chicos con las manos en las caderas, anunció:

      –¡Se acabó! ¡Esto pasa ya de castaño oscuro! Vamos a establecer unas normas aquí y ahora. Pensaba esperar a que la cafetería estuviera en funcionamiento, pero me temo que no puedo soportarlo más.

      Los chicos se quedaron mirando a Neen con la boca abierta de sorpresa.

      –El lenguaje que estoy oyendo en esta sala es espantoso y todos los que vais a trabajar en este lugar lo sabéis. En el momento en que entréis por esa puerta, los malos modales y los tacos se quedan fuera. Y como oiga alguna palabrota en horario de trabajo, os vais a enterar. ¿Queda claro?

      Los chicos murmuraron «Sí, Neen», «Perdona, Neen», «Claro, Neen…», y ella sonrió.

      –Gracias.

      La sonrisa hizo que a Rico le diera un vuelco el estómago. Recordó el beso robado y sintió una palpitación en la entrepierna. Apretó los dientes y volvió a concentrarse en la pared. ¿Qué demonios le había llevado a besarla? No había actuado con tanta fogosidad desde que era un chico de diecisiete años, siempre metido en líos. Neen parecía despertar en él los impulsos de chico malo que llevaba diez largos años tratando de sofocar. No podía permitirse dar rienda suelta a dichos impulsos ahora. Ya habían hecho suficiente daño; no permitiría que volvieran a hacerlo.

      Neen se acercó cuando Travis y él estaban a punto de empezar a colocar la cinta de enmascarar en uno de los ventanales.

      –Travis, ¿te importaría ayudarme a descargar un par de cosas del coche?

      El joven soltó inmediatamente la cinta de enmascarar y la siguió. Cuando Neen pasó cerca de Rico, le guiñó un ojo. La calidez del gesto, la complicidad que transmitía, le inundaron de calidez y le hicieron recordar la dulzura de su boca.

      Al cabo del rato, Neen hizo su aparición desde la cocina.

      –Venga, chicos, dejad el trabajo. Es la hora de comer.

      Los chicos la siguieron, alborozados, mientras Rico se quedaba atrás deliberadamente.


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