Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay
Читать онлайн книгу.muy seductores.
–¿Te han caído bien los chavales?
–Es demasiado pronto para decirlo –dijo frunciendo el ceño–. Bueno, Travis me ha parecido estupendo.
A sus diecisiete años, Travis era algo mayor que los demás, y además tenía experiencia en restaurantes de comida rápida. Mantuvo el contacto visual con ella durante toda la conversación. Neen había percibido la ambición en su mirada y, al igual que Rico, mantenía ligeramente las distancias con el resto del grupo.
–Es un diamante en bruto. Si le dan una oportunidad, llegará lejos.
Rico la estaba mirando con la boca entreabierta. De pronto, una luz relampagueó en sus ojos y, antes de que ella pudiera darse cuenta de lo que ocurría, se inclinó hacia ella, tomó su cara entre las manos y la besó.
Capítulo 4
SI NEEN hubiera pensado que los labios de Rico serían tan fríos como su persona habría estado muy pero que muy equivocada. Eran unos labios calientes, abrasadores, que le transmitieron una tórrida quemazón de la cabeza a los pies.
Contuvo el aliento, pero no se apartó, y él la sujetó con más fuerza. La lengua de Rico le acarició tentativamente los labios, creando en ella un doloroso deseo que amenazó con hacerle perder la compostura, hasta que pensó que moriría si no respondía a aquel beso. Sus lenguas se rozaron y ella lo sintió gemir. Olía a loción de afeitado, pero su sabor era aterciopelado, como el de un Chardonnay cremoso. Se hundió en él para bebérselo entero.
Ni la mesa clavándosele en las costillas ni el estrépito de las tazas y vasos rompieron la magia inesperada del momento. Un momento lleno de energía y esperanza que le resultaba ajeno y, al mismo tiempo, maravilloso.
Más estrépito de platos.
Rico.
Parloteos. Risas.
Besándola.
Era maravilloso y…
–¡Un error!
Las palabras le salieron del alma, mientras le plantaba una mano en el pecho y lo apartaba de su lado. Se pasó el dorso de la mano por la boca para deshacerse de su sabor, en un intento de apaciguar el vociferante deseo que la poseía. Tal era el estremecimiento que sacudía su cuerpo, que tuvo que agarrarse a la mesa para no caerse. Rico la miraba, respirando agitadamente, aturdido y con expresión sombría.
Neen no se había imaginado que entre Rico y ella pudiera desatarse una lujuria tan instantánea. Él era tan contenido y estaba tan centrado en sus proyectos… Nunca había experimentado nada igual, ni con Chris ni con nadie.
Chris. Pensar en él le produjo un sudor frío. No estaba dispuesta a repetir la historia. Con el corazón en la garganta apartó los dedos de la mesa y se colgó el bolso en el hombro.
–Te deseo lo mejor en tu proyecto, Rico, pero después de pensarlo un poco más creo que no soy la persona adecuada para el puesto.
Necesitaba algo que la distrajera de sus problemas, pero no «ese» tipo de distracción.
Se puso rígida cuando él trato de tocarla. Los labios de él palidecieron.
–No te vayas, Neen. Por lo menos no hasta que te haya pedido disculpas –dijo mirando a otro lado–. Aunque ni yo mismo sé lo que ha pasado.
La luz de sus ojos se había esfumado, dejándolos apagados, sin vida. Neen deseó escapar del tumulto que se había desatado en su interior, de las recriminaciones que la abrumaban, de su propia estupidez. Pero esos ojos… si ella abrigaba recriminaciones, él las sentía multiplicadas por diez.
Tratando de recuperar la compostura, apoyó el bolso sobre su regazo y lo agarró con tanta fuerza que sus nudillos adquirieron un color blanquecino.
–Te doy dos minutos para explicarte.
Él se llevó dos dedos al puente de la nariz.
–Ya te dije que puse en duda tu compromiso con el proyecto.
Neen deseó que sus ojos perdieran ese tono apagado y que el color volviera a sus mejillas.
–Por eso no me elegiste a mí primero.
–Y, sin embargo, tú has aportado al proyecto algo más importante que el compromiso.
–¿Ah, sí? –preguntó tratando de que su voz sonara fría y cortés.
–La falta de prejuicios. No has juzgado a los chicos ni tampoco has dado por hecho que la cafetería está destinada al fracaso. Has aportado… un sentido de la justicia que me ha abrumado. Estás dispuesta a juzgar a las personas por sus acciones y no por cómo las percibe la sociedad.
–¿Por qué te sorprende tanto?
–Porque estoy acostumbrado a trabajar con gente como yo, que lucha una dura batalla contra los prejuicios y el conservadurismo, y había olvidado que hay gente que piensa por sí misma.
Ella meneó la cabeza. Rico debería salir y conocer más gente.
–Estaba preparándome a oír algo despectivo sobre los chavales, a que me dijeras que vivo en un mundo de color y fantasía por creer que esto puede funcionar. Y en lugar de eso, has aportado soluciones prácticas a posibles problemas y yo he sentido…
Ella se lo quedó mirando. ¿Qué había sentido?
–Esperanza.
–¿Y por eso me has besado?
–Se suponía que era un beso de agradecimiento, pero…
–Pero te has visto abrumado por mi magnetismo animal, ¿verdad?
Él entornó sus ojos.
–No te subestimes; eres una mujer atractiva, aunque intentes ocultarlo bajo esos trajes de chaqueta que llevas.
Neen parpadeó. Fue a decir algo, pero no salió sonido alguno de su boca.
–Lamento muchísimo mi falta de profesionalidad. Como te he dicho, no me explico lo que ha sucedido, pero quiero que sepas que estoy avergonzadísimo.
–Yo sí me lo explico. ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste unas vacaciones, te soltaste la melena y te divertiste un poco? –preguntó señalándole con el dedo–. ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste un descanso en el trabajo?
–Yo no me tomo vacaciones, Neen, ni tampoco días libres. Quiero hacer algo que merezca la pena, no repantigarme en un sofá.
Aquel hombre era como sus padres: comía, respiraba y dormía por su causa.
–Muy bien, pues te vas a convertir en una triste estadística. ¿Por qué no te inmolas directamente en una pira y terminas con todo?
Sus ojos relampaguearon, pero ella hizo caso omiso.
–No eres supermán, Rico. Estás hecho de carne y hueso, como el resto de los mortales. Y si no introduces algunos cambios en tu vida, te vas a quemar.
–Al menos lo haré por una buena causa.
–Eso díselo al resto del personal femenino al que acabarás besando inoportunamente.
–Te prometo que eso no volverá a ocurrir jamás.
Ella trató de ignorar el vuelco que le había dado el corazón.
–Dejando aparte la falta de profesionalidad, ¡soy tu jefe! Y estaría mal por mi parte darte a ti o a otra mujer la impresión de que estoy disponible cuando no lo estoy. En mi vida no hay tiempo ni lugar para el amor.
Ella parpadeó. ¿Por qué diablos no?
–Neen, eres importante para este proyecto. Te suplico que no dejes que mi comportamiento te lleve a dejar este trabajo.
Ella lo miró y, sin poder evitarlo, soltó una carcajada.
–¿Qué