Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay

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Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay


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he podido resistir las ganas de hacer un par de cosillas. Es una de las razones por las que quería abrir mi propia cafetería. Una vez los chavales tengan más experiencia y sepamos cuáles tienen más éxito, Travis y yo podremos dedicarnos a cocinar en los tiempos muertos.

      –Espero que no haya tiempos muertos.

      –Pues creo que te vas a llevar un chasco. Además, aprovecharemos esos momentos para rellenar los azucareros, limpiar las mesas, reponer los frigoríficos y todas esas cosas. Y tampoco queremos agotar a los chavales desde el principio.

      Les había enseñado a preparar cafés con leche, solos y capuchinos; les había explicado cómo rellenar una comanda; habían desempeñado los papeles de camarero-cliente infinidad de veces… Pero la vida real podía ser muy diferente, y Neen sabía que al principio todo serían nervios.

      –¿Cuánto tardaremos en poder abrir los siete días de la semana?

      –¿Siempre tienes que pensar en cómo obtener el máximo beneficio? –le preguntó mientras limpiaba los menús plastificados–. ¿No puedes simplemente disfrutar con el hecho de que hoy es el día de la inauguración, aunque solo sea por un momento?

      –Necesito que este local sea rentable lo antes posible.

      ¿Para qué, para que pudiera sacudirse el polvo de las manos y embarcarse en el próximo proyecto benéfico?

      El plan era que Travis empezara a trabajar como chef en la cocina a tiempo completo, mientras los demás trabajarían a tiempo parcial de pinches y camareros. De momento, el presupuesto no les daba para más.

      –Si la razón de ser de esta cafetería es formar a los chavales para que posibles empleadores los vean en acción, entonces…

      –¿Entonces qué?

      –Que si nuestra fuerza de trabajo se ve constantemente mermada porque nos roban a los empleados…

      –Los chicos obtendrán un empleo en empresas respetables.

      –Entonces estaremos siempre formando a nuevos chicos. Ninguno de ellos permanecerá aquí el tiempo suficiente para que podamos formarlos como encargados. Así que hasta que estés dispuesto a encontrar el dinero para contratar a uno, solo abriremos cinco días. Además, los lunes y los martes son días tranquilos de todas maneras.

      –No quiero que pierdan el tiempo esta semana. Tienes que asegurarte de que arriman el hombro, porque si les dejas hacer los que les da la gana…

      –Estoy en ello, Rico. Lo tengo todo organizado.

      Le abrió la puerta a Travis, y sonrió. El chaval vaciló y le devolvió la sonrisa, nervioso.

      –¿Estás listo?

      Se giró para incluir a Rico en el momento y, entonces, con exagerada parsimonia, le dio la vuelta al cartel de la puerta para que leyera Abierto.

      Rico se quedó mirando la puerta como si los clientes fueran a aparecer como por arte de magia. Empezó a dar vueltas de un lado a otro de la sala; mientras, Neen le daba unos golpecitos en el hombro a Travis.

      –¿Por qué no vas a dejar tus cosas en el armario?

      Una vez se hubo ido el muchacho, se giró hacia Rico.

      –Sé lo importante que es este proyecto para ti, pero la expresión de tu cara va a asustar a los clientes. Vete a la oficina a hacer lo que quiera que hagas allí. Si te quedas aquí vas a ponernos nerviosos a todos.

      Y ella no necesitaba ponerse nerviosa, ni tampoco a un hombre que olía a pan recién hecho y le ofuscaba los sentidos.

      –Perdona, pero el éxito de este local es muy importante para mí.

      Significaba demasiado y ella no lograba entender el porqué. Era como si su autoestima dependiera del éxito del proyecto.

      –Vete a hacer las buenas acciones del día. No quiero verte por aquí hasta después de las dos y media, cuando haya pasado el ajetreo del almuerzo. Te recompensaremos con un café y un pastel y te contaremos cómo ha ido todo.

      –Está bien –asintió él dirigiéndose hacia la puerta.

      ¡Vaya! No podía dejar que se marchara con esa expresión de preocupación.

      –Rico.

      Él se giró hacia ella.

      –Deséame suerte.

      –Neen, has trabajado tanto que no necesitas suerte.

      Estiró el brazo y le agarró el hombro. Al sentir el tacto de su mano, a Neen se le aceleró el pulso. Rico posó la mirada en sus labios durante una fracción de segundo antes de retirar la mano. Todo fue tan rápido que Neen dudó de que hubiera pasado.

      –Buena suerte, Neen.

      Y sin más, se marchó.

      Con el pulso y el corazón a cien por hora, trató de respirar a duras penas. Respiró hondo y contó hasta tres. Centrarse en el trabajo, era todo lo que tenía que hacer.

      Su primer cliente, o mejor dicho, clientes, pues se trataba de un grupo de tres, entraron en el local exactamente ocho minutos después de que Rico se marchara. Pidieron huevos revueltos con tostada de levadura natural, y Neen les invitó al café. Travis preparó los huevos, ella el café y todo fue como la seda. Chocaron palmas detrás del mostrador.

      A partir de entonces, fue un constante ir y venir de clientes. No a un ritmo de locura, pero lo suficiente como para estar entretenidos. La jornada transcurrió sin incidentes; hubo un par de platos rotos, un café derramado y una pizza quemada, pero todo el mundo se lo tomó con humor.

      –Tengo la sensación de que no te importaría que estuviera aquí sentado todo el día –le confió un cliente a Neen–. ¿Habría algún problema si me trajera el portátil los miércoles por la mañana y trabajara unas horas desde aquí?

      –Te reservaré esta mesa –le prometió Neen.

      Miró el reloj: eran las dos y cuarto. Rico debía de estar a punto de llegar. Los muchachos estaban ocupados con sus tareas cuando una nueva clienta, una mujer italiana de generosas proporciones, hizo su aparición. Neen miró a Luke y él asintió, sacando su lápiz y su libreta.

      Neen se dirigió a la cocina para vaciar el lavavajillas. Acababa de abrir la puerta cuando Jason apareció en la cocina.

      –Esto, Neen… Yo…

      No tenía que dar explicaciones. La expresión de su cara indicaba que había problemas. Le dedicó una sonrisa alentadora y se dirigió al comedor. No había oído el ruido de platos rotos, ni gritos ni…

      Se detuvo en seco al ver que la italiana estaba sermoneando a Luke. Esto despertó instantáneamente su instinto maternal, pero aun así se obligó a sonreír.

      –Hola, soy Neen, la encargada. ¿Hay algún problema?

      –¡Estáis empleando a delincuentes!

      Ella miró a Luke, que le devolvió la mirada con la mandíbula apretada y la mirada brillante.

      –Solo le he preguntado que si estaba lista para pedir; no he hecho nada malo.

      –¿Conocías a esta señora, Luke?

      –No, no la he visto en mi vida. No sé qué problema tiene.

      Neen le quitó el bolígrafo y la libreta.

      –Gracias, Luke. Ve a ayudar a Travis en la cocina.

      Luke asintió con desgana, pero obedeció. Neen se giró hacia la mujer.

      –¿Le importaría decirme cuál es el problema, señora?

      –El problema es que en esta cafetería se emplea a criminales.

      Neen se estiró todo lo que pudo.

      –Eso no es cierto. Ofrecemos formación a jóvenes desfavorecidos; son chicos


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