Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay

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Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay


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donde encontró a Travis a cargo de una barbacoa en la que se estaban asando salchichas y cebollas. Sobre una pequeña mesa plegable había una pila de bollos de pan, salsa de tomate y ensalada de col. El olor de la cebolla frita hizo crujir sus tripas.

      –Pensé que íbamos a pedir una pizza.

      –Creí que esto sería más divertido.

      –Tienes razón.

      Ella enarcó una ceja.

      –¿Pero?

      –Pero nada. Ha sido una buena idea, y punto. Tienes que decirme cuánto te ha costado, no quiero que lo pagues de tu bolsillo.

      Ella se lo quedó mirando unos instantes, como esperando a que dijera algo más. Él permaneció en silencio, y Neen se sentó en el escalón encogiéndose de hombros.

      Rico se preparó un perrito caliente, se sirvió ensalada, tomó una lata de refresco y recorrió el patio con la mirada. El único sitio libre para sentarse era el escalón, junto a Neen. Vaciló. Siempre podía acomodarse en el comedor que acababan de limpiar. Él solo. Podría hacer algunas llamadas… Pero un sexto sentido le indicó que Neen no se lo iba a permitir. ¡Maldita sea! ¿Quién era el jefe allí? Con un suspiro, tomó asiento en el escalón junto a ella.

      Comieron en silencio durante un rato, pero él empezó a sentirse incómodo.

      –Veo que te llevas bien con los chicos.

      Ella asintió.

      –Yo sí, pero tú no.

      ¿Cómo…? Rico se atragantó con el perrito caliente y Neen le golpeó la espalda hasta que dejó de toser.

      –Eso no es importante –dijo fulminándola con la mirada–. Tú eres su jefa, eres la que tiene que trabajar con ellos. Yo solo soy…

      –¿La persona que les está dando la oportunidad de sus vidas? ¿Por qué haces esto, Rico, si no te permites a ti mismo disfrutar con el proceso?

      –En la vida no todo es diversión –le espetó.

      Neen terminó la ensalada y se limpió los dedos y los labios con una servilleta de papel.

      –Tampoco tiene por qué serlo el pesimismo. Yo no sé nada de tu vida, pero sospecho que estos chicos tienen más razones para quejarse que tú. Y, sin embargo, encuentran el momento para divertirse un poco. Son personas, como tú y como yo, con sus sueños y esperanzas. Sí, han empezado la vida con mal pie, pero no son ellos los que corren el peligro de perder su humanidad. Tú sí.

      Se puso en pie y empezó a recoger los restos, mientras animaba a los chicos a que se sirvieran más comida. Él la miró y sintió ganas de llorar. No corría el peligro de perder su humanidad, pues la había perdido diez años atrás.

      Neen también tenía ganas de llorar. La manera en que Rico mantenía las distancias, su desapego, su aislamiento… Estaba haciendo mucho por los chavales, y estos eran buena gente. Un poco brutotes, no lo negaba, pero al igual que los niños pequeños y los perros grandes, daban lo mejor de sí cuando se les prestaba algo de atención y se les elogiaba discretamente. Y, como acababa de descubrir, cuando se les imponían límites estrictos.

      No les resultaba fácil, pero estaban haciendo un esfuerzo por no decir tacos. Parecía que les gustaba tenerla de jefa, algo que la conmovía hasta el punto de querer abrazarlos a todos. Y desde la regañina de Rico habían dejado de jugar a darse empujones unos a otros.

      Neen depositó el rodillo sobre la bandeja, se llevó las manos a la parte baja de la espalda y se estiró, aprovechando para mirar a Rico. Estaba invirtiendo mucho esfuerzo en los chicos, pero no disfrutaba de los momentos que pasaba en su compañía.

      Como si fuera consciente de estar siendo observado, él alzó la vista y Neen quedó atrapada en su mirada. El recuerdo de su beso robado la invadió, haciéndola estremecer. Él se enderezó, depositó el pincel sobre la lata de pintura y se acercó a ella poco a poco.

      Neen se dio cuenta de que lo deseaba. Lo deseaba de una manera primaria, elemental. Dio un paso atrás, con la boca seca y el corazón desbocado. Normalmente evitaba a los ejecutivos almidonados; no le resultaban nada atractivos.

      –Sé que esto no es exactamente lo que creías que ibas a hacer al firmar el contrato.

      Él no se había dado cuenta de cómo reaccionaba su cuerpo ante él, gracias a Dios.

      –No pasa nada; es divertido.

      Él no dijo nada.

      –Quiero decir… Sé que la diversión no entra en la descripción del puesto, pero…

      –Me alegro de que estés disfrutando, Neen.

      La miró largamente, y el corazón de Neen latió con fuerza. Necesitaba darse una ducha fría y poner distancia entre ellos. Se llevó la mano al bolsillo trasero y sacó una fotografía que le tendió.

      –Aquí está la foto que me pediste.

      Como por arte de magia, él volvió a adoptar una actitud profesional, distante.

      –Bien –dijo mientras miraba la foto–. ¿Estarás libre durante media hora después del trabajo? Me gustaría presentarte al monitor de defensa personal.

      –Claro, gracias.

      Sin decir otra palabra ambos se dieron la vuelta y volvieron a sus respectivas tareas. En un intento de ahogar el retumbar que invadía sus oídos Neen se puso a tararear una canción de heavy metal que pensó que los chicos conocerían.

      Uno a uno, se fueron uniendo a ella. Todos menos Rico.

      Capítulo 5

      NEEN examinó la habitación con todo el espíritu crítico del que fue capaz, pero le resultó imposible ser objetiva después de todo lo que habían trabajado Rico, los chicos y ella la semana anterior.

      En lo referente a la decoración, habían optado por un estilo colonial sencillo. No era su favorito, como tampoco aquella era la cafetería de sus sueños, pero…

      Las paredes blancas, las mesas de madera rústica y el suelo de tablones pulidos, junto con las reproducciones de mapas antiguos y las fotografías que reflejaban el pasado convicto de Hobart tendrían mucho éxito entre los turistas.

      Un golpe en la puerta principal le puso el corazón en la garganta. Qué tonta. Seguro que no era más que Travis esperando a que le dejara entrar.

      Pero no, era Rico. El pulso se le aceleró.

      –Hola –saludó apenas sin aliento.

      –¿Te he asustado?

      –Por supuesto que no.

      Rico paseó la mirada por la habitación.

      –¿Estás nerviosa?

      –Emocionada.

      Su mirada atravesó la sala y se clavó en la vitrina.

      –¡Tiene un aspecto fantástico!

      Se acercó a ella e hizo ademán de tocarla, pero Neen le apartó la mano.

      –Acabo de limpiarla.

      Él enarcó las cejas.

      –¿De dónde has sacado el tiempo para cocinar todo esto?

      Su mano estaba caliente, como recién sacada de un horno, y ella sintió un escalofrío en los dedos. Rico olía a pan recién hecho y a Neen se le hizo la boca agua.

      –No lo he hecho yo. Le hemos encargado la mayoría de los productos a una empresa de catering. No me pagas lo suficiente como para hacerlos yo misma.

      Él asintió, pero se giró señalando la vitrina.

      –Esta es tu tarta agria de manzana.

      La semana anterior, mientras todos se afanaban


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