Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay

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Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay


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cabeza.

      «Mis chicos no saben lo que les espera».

      A la mañana siguiente, cuando Neen regresaba a casa desde la playa, se encontró a un grupo de albañiles esperando junto a su puerta. Sintió un sudor pegajoso en las palmas de las manos. Miró en derredor, pero nada parecía fuera de lo normal.

      –¿Es usted la señorita Cuthbert? –preguntó uno de ellos. Cuando Neen asintió, él añadió–: Nos han contratado para instalar nuevas puertas mosquiteras y sistemas de seguridad en los cinco apartamentos.

      –¿Quién les ha contratado?

      –La agencia inmobiliaria responsable de la propiedad –respondió el hombre.

      –¿Puedo verlo?

      Él le dio el formulario de pedido. El nombre de la agencia aparecía en el recuadro del solicitante, pero ella no dudó ni por un momento de que Rico estaba detrás de todo aquello.

      –Yo vivo en el apartamento número tres –dijo devolviéndole el formulario–. ¿No deberían empezar por el uno?

      –El residente del apartamento uno está fuera, y el agente inmobiliario no podrá abrirnos su casa hasta mañana. Tenemos entendido que el número dos está vacío, por lo que tendremos que esperar al agente.

      Era el apartamento de Audra, o por lo menos, el que había ocupado antes de marcharse.

      –Me han dicho que llame a la agencia inmobiliaria si tiene alguna pregunta. ¿Le importa que nos pongamos a trabajar ya? Nos llevará una hora, dos como máximo.

      –En absoluto –no iba a mirarle el diente al caballo regalado. Abrió la puerta principal y los invitó a pasar con un gesto–. Adelante.

      Se sentó en el patio con un taza de té mientras Monty sesteaba bajo el sol primaveral. Siguiendo un impulso, sacó el teléfono y marcó el número que le había dado Rico.

      –D’Angelo –bramó una voz sin más preámbulo, lo que por alguna razón le hizo sonreír.

      –Hola, Rico, soy Neen.

      –¿Va todo bien?

      –Sí, gracias.

      Hacía tiempo que no se sentía tan cuidada por alguien. Agarró con fuerza el teléfono. Su deseo de ser cuidada, amada, era lo que la había metido en ese lío.

      –Esto… solo quería darte las gracias. No sé cómo te las has arreglado para organizarlo en tan poco tiempo, pero la empresa de seguridad ya está aquí.

      Él permaneció callado y a ella le invadió un sentimiento de vergüenza.

      –¿Rico? –la vergüenza dio paso a algo más siniestro. Si se trataba de una de las triquiñuelas de Chris…–. Si no has sido tú el que ha pedido que me instalen una nueva puerta y un sistema de seguridad, más vale que me lo digas ya.

      Tendría que llamar a la agencia para asegurarse de que todo estaba en orden, que era lo que debía haber hecho en un primer momento. ¿Qué demonios le había hecho llamar a Rico?

      –El agente de la agencia inmobiliaria que se encarga de tu bloque de apartamentos me debe un favor, y decidí cobrármelo.

      –Bien… –dijo ella tragando saliva–. Muy amable por tu parte. Solo quería… darte las gracias.

      –Me limito a proteger mi inversión. ¿Has tenido tiempo de leer el contrato?

      Neen notó sus intentos por poner distancia entre ellos y frunció el ceño. No es que esperara que las confidencias del día anterior los hubiera convertido en amigos de toda la vida, pero siempre había entablado amistad con sus jefes y no entendía por qué con Rico tenía que ser diferente.

      –He leído el contrato y he cambiado una cosa.

      –¿Qué?

      –No voy a firmar por dos años, Rico. Creí que lo había dejado claro. Lo he cambiado a doce meses.

      Él no dijo nada.

      –Un descuido, sin duda, aunque me gustaría que lo reconsideraras. Cuando tomo una decisión, me gusta poner las cosas en marcha lo antes posible y se me olvidó cambiar esa línea.

      –¿Por qué este proyecto significa tanto para ti?

      –Tan pronto como abra la cafetería y obtenga buenos resultados, podré solicitar capital para abrir más cafeterías en otras zonas de la ciudad.

      –¿Quieres crear una cadena de cafeterías benéficas?

      –¿Por qué no?

      A ella no se le ocurrió ninguna razón, aunque…

      –¿Nunca te paras a disfrutar de la vida?

      Él no contestó, y ella se estremeció al darse cuenta del atrevimiento de su pregunta. ¡No debía hacer preguntas personales ni mostrar curiosidad! La curiosidad estaba a un paso del interés, y ella no estaba interesada en ningún hombre. Punto.

      –¿Estás ocupada hoy? –preguntó él–. Sé que oficialmente no empiezas hasta el lunes, pero me gustaría enseñarte el local y saber qué opinas de él.

      Una corriente de emoción recorrió su cuerpo. Era la primera vez que se interesaba por un tema profesional desde que recibió los papeles de impugnación del testamento.

      –Me encantaría, Rico. Pero la empresa de seguridad tiene para una hora más o menos. En estos momentos no me siento cómoda dejando que alguien cierre la puerta de mi casa.

      –Claro que no. ¿Qué hay de tu coche?

      –Le están cambiando las ruedas. Estará listo en algún momento de la mañana.

      –¿Estarás libre por la tarde?

      –Libre como los pájaros.

      –Estupendo. Puedo enseñarte la cafetería y quizá presentarte a un par de aprendices.

      –¿Dónde quedamos?

      –Si vienes a la oficina a eso de la una y media, podemos ir juntos.

      –Allí estaré.

      –Por cierto, Neen –dijo él antes de colgar–. ¿Cómo fue la cena de ayer, por la que estabas tan estresada?

      Le conmovió que se acordara, pero sintió un vuelco en el estómago: la noche anterior había sido un auténtico desastre.

      –¿Neen?

      Ella salió de su ensimismamiento y trató de inyectar algo de humor en su voz.

      –Teniendo en cuenta la semanita que llevo, no fue exactamente como yo esperaba.

      Había sido verdaderamente horrible.

      –Siento oírte decir eso. Pero bueno, la semana no ha ido del todo mal. No olvides que has conseguido un trabajo interesante.

      –Eso es verdad –convino ella antes de colgar.

      Así que un «trabajo interesante». Suspirando, se preparó otra taza de té. El tiempo lo diría, pero aunque fuera verdad, no le compensaba no poder cumplir su sueño de abrir su propia cafetería. Esperaba no tardar mucho en hacerlo. Miró al cielo y musitó:

      –Crucemos los dedos, abuelo.

      –Nos han dejado el alquiler tirado de precio por un periodo de dos años –dijo Rico mientras abría con llave la puerta del local situado en Battery Point.

      –¿Cómo demonios has conseguido eso en este lugar? –se asombró Neen–. Está prácticamente junto al mar, a tan solo un par de calles del Mercado de Salamanca. ¡Los alquileres en esta zona son astronómicos!

      Rico se encogió de hombros. Aquel hombre era prodigioso.

      –¿Te debían un favor?

      –El propietario es el director de una granja lechera de la zona.


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