Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay

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Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay


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una pregunta por hacer. Más bien dos.

      –¿Por qué no tiene trabajo actualmente?

      Ella vaciló.

      –Por razones personales.

      Él se recostó en el asiento y esperó a que se los contara. Neen lo miró tratando de decidir si era necesario que conociera la verdad y si podía confiársela. Al final, se encogió de hombros.

      –A principios de año, heredé un dinero y decidí hacer realidad mi sueño de abrir mi propia cafetería –explicó–. Pero el testamento ha sido impugnado.

      –Lo siento.

      –Cosas que pasan. Pero hasta que se solucione el problema, lo mejor será que encuentre un empleo.

      Él dio varios golpecitos con el bolígrafo en la carpeta.

      –Una última pregunta. ¿Estaría dispuesta a firmar por dos años?

      –No –respondió sin dudarlo un instante.

      Él volvió a sentir un peso sobre los hombros y el día se oscureció.

      –Podría firmar un contrato por doce meses.

      Algo es algo, pensó él. Pero no lo suficiente. Una pena, porque Neen Cuthbert podría haber sido la candidata ideal.

      A la mañana siguiente, Rico examinó la lista de los tres candidatos preseleccionados. Llamó para pedir referencias personales de los dos primeros.

      Al primero, que era el que tenía más experiencia, lo descartó tras hablar con su antiguo jefe.

      Que fuera un buen repostero con cinco años de experiencia como encargado no compensaba el hecho de que tuviera un carácter irascible y temperamental. Para aquel proyecto necesitaba a alguien que fuera capaz de crear un entorno alentador y que a la vez no tolerara las tonterías. Aquello le hizo pensar inmediatamente en Neen Cuthbert, pero se la sacó de la cabeza y comprobó las referencias proporcionadas por la otra candidata preseleccionada. Eran impecables.

      Siguiendo un impulso, sacó la ficha de Neen y llamó a las personas que podían dar referencias suyas. Sus testimonios fueron muy halagüeños. Si él no le daba el trabajo, ellos volverían a emplearla sin pensarlo dos veces. Rico mordió la punta del boli paseando de un lado a otro de la oficina. Aquel trabajo era demasiado importante para emplear a la persona equivocada. Volvió al escritorio y puso los tres currículos uno al lado del otro. La rival de Neen tenía un poco más de experiencia pero… ¡Qué diablos! ¿Por qué dudaba tanto? Helen Clarkson estaba dispuesta a firmar un contrato por dos años. Eso sí demostraba compromiso.

      Recogió las solicitudes y las metió en una carpeta. A continuación, salió de la oficina.

      –Lisle, ¿podrías llamar a Helen Clarkson y decirle que el puesto es suyo? Si acepta, le…

      –Acabo de hablar con ella ahora mismo. Ha aceptado un empleo en Launceston.

      ¿Cómo? ¿Y la charla que le había dado sobre el compromiso? Mentiras, todo mentiras. Neen, en cambio, no había mentido.

      –Está bien –espetó–. Ofrécele el trabajo a Neen Cuthbert. Dile que venga a firmar el contrato a lo largo de la semana.

      –Entendido, Rico.

      Volvió a su oficina dando un portazo. Tenía una montaña de papeles que revisar, y varios informes que escribir, por no mencionar las solicitudes de subvenciones que debía rellenar. Conseguir financiación para sus proyectos era un desafío continuo y no le convenía rezagarse.

      Al cabo de una hora, soltó el bolígrafo. Tanta burocracia le ponía nervioso. Cruzó el despacho y abrió la puerta con brusquedad.

      –¿Conseguiste hablar con Neen Cuthbert? –bramó.

      –Acepta el puesto encantada.

      –Magnífico –dijo mirando su reloj–. Vive en Bellerive, ¿no?

      Lisle hojeó sus archivos. No tenía por qué molestarse pues Rico había memorizado los datos de Neen hasta el último detalle.

      –Sí, vive allí –respondió Lisle sosteniendo en alto una de las carpetas.

      Él se la quitó de la mano.

      –He quedado para comer con el director del centro comercial Eastlands. La cita es en ese lado del puerto, así que le llevaré el contrato yo mismo.

      Lisle le dio una copia del contrato sin decir una palabra; estaba acostumbrada a sus maneras de elefante en una cristalería.

      –Supongo que sabes que van a anunciar el trabajo de Harley la semana que viene. Deberías solicitarlo, Rico.

      –Soy de más ayuda donde estoy, Lisle.

      –Estás malgastando tu talento.

      –Aquí soy feliz.

      Lo que él hacía era muy importante. Y la felicidad no tenía nada que ver con ello.

      –Por el amor de Dios, Monty, para ya –murmuró Neen entre dientes mientras subía el volumen de la radio con la esperanza de ahogar los ladridos del perro. Apretó con fuerza el pimiento rojo que había empezado a cortar. Solo necesitaba media hora para terminar con la parte más complicada de los preparativos de la cena, y entonces le dejaría entrar en casa. Neen sabía que se sentía solo y que echaba de menos a Audra. El pobre solo quería un poco de compañía. Si tuviera alguna garantía de que el perro se contentaría con echarse a sus pies y mordisquear un hueso… Miró los muebles mordidos y meneó la cabeza. Decidió abrir la ventana de la cocina, que daba al patio.

      –¡Eh, Monty!

      El perro acudió a toda prisa sin parar de ladrar.

      –Si te pones así, ¿cómo vas a oír lo que te tengo que decir?

      Él se quedó momentáneamente en silencio mientras la radio bramaba estrepitosamente. Ella suspiró. Por alguna razón, tenía buena mano con los perros.

      –Tenemos que decidir qué tipo de casa te conviene más. ¿Tienes alguna opinión al respecto? Creo que mejor una en la que no haya niños pequeños, porque los tirarías al suelo. Lo que necesitas es una casa grande en la que puedas correr hasta hartarte…

      Monty seguía ladrando sin cesar. Ella empezó a cortar las verduras más despacio y lo miró. El perro estaba mirando a un punto situado detrás de ella y… Se le erizó el vello de la nuca. En el reflejo de la ventana vio que algo se movía.

      Se dio la vuelta bruscamente blandiendo el cuchillo. Todos y cada uno de sus músculos estaban en tensión y listos para el ataque.

      Una imponente silueta masculina se dibujaba en el umbral de la puerta de la cocina. Sintió el corazón en la garganta mientras una corriente de adrenalina le recorría el cuerpo. Agarró el cuchillo con fuerza.

      La silueta puso las manos en alto en un gesto de no agresión y a continuación retrocedió por el pasillo hasta alcanzar la puerta de entrada. Fue entonces cuando su atribulado cerebro reconoció quién era: Rico D’Angelo, su nuevo jefe.

      El corazón siguió latiendo con fuerza y sus manos no dejaron de apretar con fuerza el cuchillo.

      –¡Calla, Monty! –gritó mientras bajaba el volumen de la radio.

      El animal la obedeció.

      –Neen, siento haberla asustado.

      Ella se dio cuenta de repente de que seguía blandiendo el cuchillo y lo tiró a la pila. Se llevó las manos a la cintura tratando de calmar su temblor y tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

      –Señor D’Angelo –dijo sin dejar de temblar–. Yo… Esto… Pase.

      Él meneó la cabeza.

      –No creo que sea buena idea. Solo quería dejarle esto –explicó sosteniendo en el aire un fajo de papeles.

      Monty


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