Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay

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Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Barbara Hannay


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hacer comentarios sarcásticos sobre el sueldo… –hundió los hombros momentáneamente, antes de volver a enderezarlos–. Estoy decidida a disfrutar del café. Me imagino que nada de lo que diga a partir de ahora importará mucho, y después del día que llevo no pienso mortificarme al respecto.

      Se equivocaba si pensaba que había quedado fuera de la carrera, si bien él no tenía intención de decírselo todavía.

      –¿Y bien? –preguntó él arqueando una ceja.

      Ella acunó la taza con las manos y cruzó las piernas, proyectando una de sus rojas rodillas hacia él.

      –Mi vecina, que tiene mucha cara, me ha hecho cargar con su perro mientras se va a Italia por tiempo indefinido a ejercer de modelo. Dice que «me lo regala», ¿no le parece increíble?

      –¿Entonces el perro…? –preguntó él volviendo a hacer un gesto vago.

      –Montgomery.

      –¿… le hizo eso?

      –Y mucho más. Debería de ver el estado de mi traje azul marino y mis medias.

      Se llevó la taza a los labios y bebió un sorbo de café. La miró fascinado mientras ella cerraba los ojos con satisfacción. Soltó el aliento que había estado conteniendo sin darse cuenta y relajó los hombros un poco más.

      –Claro, que Monty no tiene la culpa. Audra nunca lo adiestró y es muy pequeño, solo tiene catorce meses.

      Él miró las huellas.

      –¿Cómo de pequeño?

      –Es un gran danés –respondió ella con un gesto de fastidio–. ¿Audra con un chihuahua monísimo o un caniche de juguete? No, por favor, eso está demasiado visto. A ella le gustaba más la imagen de la modelo con un gran danés; pensaba que las fotos quedarían fabulosas.

      –¿Por qué accedió a hacerse cargo de él?

      –Bueno, porque ella se metió en mi apartamento sigilosamente mientras yo estaba en la ducha y me dejó una nota explicándomelo todo antes de marcharse al aeropuerto.

      –¿Qué va a hacer con Monty?

      ¿Llamaría a la perrera? No la juzgaría por ello, pero…

      –Me imagino que tendré que buscarle un hogar –de pronto le lanzó una sonrisa tan dulce que Rico se quedó momentáneamente sin aliento–. Señor D’Angelo… tiene usted toda la pinta de necesitar un perro.

      Él vaciló momentáneamente antes de recuperar el sentido.

      –No paso el suficiente tiempo en casa, no sería justo.

      «¡Qué picaruela!», pensó para sus adentros. Toda la dulzura de la que ella había hecho gala hacía un momento se desvaneció.

      –Ojalá fueran así de previsores todos los que deciden tener perro –murmuró–. Debería haber un examen que certificara si la gente está capacitada para tener mascotas.

      –Lo mismo podría decirse de los que tienen hijos.

      Ella se lo quedó mirando.

      –Lo dice por los jóvenes problemáticos de los que se ocupa, ¿no?

      –Desfavorecidos –la corrigió.

      –Lo que sea.

      –No digo que no tengan problemas, pero lo único que necesitan es una oportunidad en la vida. El objetivo de la cafetería es formar a jóvenes marginados como camareros y cocineros, para que posteriormente puedan encontrar empleos permanentes en el sector de la hostelería.

      Ella terminó de beberse el café, depositó la taza sobre la mesa y se inclinó hacia él con expresión sincera.

      –Señor D’Angelo, le deseo todo lo mejor en su proyecto. Y también le agradezco el café y el rato agradable que hemos pasado.

      –Neen, no está descalificada.

      Ella, que había comenzado a incorporarse, se dejó caer de nuevo en la silla.

      –¿Ah, no? –preguntó, boquiabierta.

      –No.

      Neen entornó los ojos.

      –¿Por qué no?

      Él soltó una inesperada carcajada. Una dosis sana de suspicacia no vendría mal en ese trabajo, y Neen parecía tener todas las cualidades necesarias.

      –No todos los solicitantes han sido desastrosos –le aseguró–. Hay un par de ellos que tienen posibilidades…

      –¿Pero?

      –Dudo de su dedicación.

      Ella cruzó los brazos.

      –¿Y no duda de la mía?

      Él respondió sin meditarlo mucho.

      –Es usted sincera, algo que valoro en un empleado. También tiene agallas y sentido del humor, lo que sospecho será útil en este trabajo en cuestión.

      –¿Así que no va a ponérmelo bonito y a decirme que esta es una oportunidad única en la vida?

      –Será un desafío, pero gratificante.

      –Humm… –Neen no parecía muy convencida ante esto último.

      –Además, le gustan los perros.

      Eso era importante. Los amantes de los perros solían llevarse bien con los niños, y…

      –No, no me gustan.

      Él parpadeó.

      –Los odio. No los aguanto: son ruidosos y estúpidos, y además huelen fatal. Preferiría mil veces tener un gato.

      –Pero está intentando encontrar un hogar para Monty; no lo ha llevado a la perrera.

      –No es culpa del pobre perro que su dueña lo haya abandonado.

      Él se inclinó hacia ella.

      –Neen Cuthbert, eso significa que es usted una persona íntegra. Algo que me parece muy importante.

      El día le parecía de pronto mucho más luminoso.

      –¿Y qué hay de mi falta de experiencia?

      Aquello era un problema pero… Tomó su currículo y lo leyó.

      –Veo que ha desempeñado trabajos diversos en el sector de la hostelería desde que terminó el colegio hace ocho años.

      Ella asintió.

      –He sido camarera, he preparado comida rápida y he trabajado para dos empresas de catering bastante conocidas.

      Pero nunca había regentado un restaurante.

      –Veo que hace poco hizo un curso sobre pequeñas empresas.

      –Mi sueño es abrir mi propia cafetería algún día.

      –Es usted ambiciosa.

      –Es bueno tener grande sueños, ¿no cree?

      Él estaba de acuerdo.

      –¿Qué cree que podría aportar usted al puesto, Neen?

      Su mirada volvió a iluminarse.

      –¿Además de sinceridad, agallas, sentido del humor e integridad?

      Tenía razón. Fue a decir algo, pero hizo un esfuerzo sobrehumano por cerrarla. Todavía le quedaba una persona por entrevistar, y él no era muy dado a las decisiones y gestos impulsivos.

      Ella lo miró con seriedad.

      –Trabajaré duro, señor D’Angelo. Eso es lo que puedo ofrecerle.

      Lo dijo como si fuera la aportación más valiosa del mundo. Y Rico pensó que quizá lo era.

      –He hecho de encargada muchas veces en la mayoría


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