Mamá en busca del polvo perdido. Jessica Gómez

Читать онлайн книгу.

Mamá en busca del polvo perdido - Jessica Gómez


Скачать книгу
te organices mejor?

      Sonreí, asentí, me giré para irme hacia mi mesa y, cuando estaba segura de que Vicente ya no podía oírme, resoplé muy fuerte. Y, después, resoplé otra vez.

      * * * *

      A las cuatro, con una mochila con Teo en mi espalda y dos mochilas cargadas con los patines y cascos de Gabi y Maya castigándome las manos, me planté en el cole para recoger a mis dos hijos mayores del comedor y llevarlos a patinaje.

      —¿Por qué no nos dijisteis que hoy nos quedábamos a comedor? —me espetó Gabi, que cuando quiere es tan incisivo como su madre o, peor, como MI madre.

      —Pues porque no nos acordamos, Gabi, lo siento. —A veces me olvido de que lo que es obvio para mí para ellos puede no serlo tanto. Tendríamos que habérselo dicho—. Esta semana papá está de tarde, os quedáis toda la semana. ¿Te hace sentir mal que no os lo dijéramos?

      Se lo pensó un momento.

      —No —dijo con tranquilidad, levantando los hombros—. Es que me ha parecido raro.

      —A mí sí me hace sentir mal —dijo Maya haciendo pucheros.

      —Vaya… —Me agaché para ponerme a la altura los ojitos oscuros de mi hija mediana—. Lo siento mucho, Maya.

      —No quiero llamarme Maya.

      Sonreí mientras le retiraba un mechón de pelo de la cara.

      —Es verdad, perdona: Isla.

      —Tampoco quiero llamarme Isla.

      —Vale. —Madre mía, esta niña lo va a pasar fatal cuando vaya a hacerse el DNI—. ¿Y cómo te quieres llamar?

      —Quiero llamarme Brisa.

      —¡Wow! —Esta hija mía está fatal de lo suyo. Ojalá no cambie nunca—. Es un nombre precioso, Brisa. ¿Nos vamos a patinar?

      * * * *

      —Pero vamos a ver, puta gorda —le espeté a Vane en cuanto entró por la puerta del Cacos—, ¿tengo una hora y media para tomar algo y llegas tarde?

      —¿Y qué quieres? —me dijo la tía, tan campante—. ¡Fue el bus!

      —Si yo fuera una mala persona, Vanessa, te diría que tendrías que haber venido en coche.

      —¿Si fueras una mala persona?

      —Sí. O un jefe moderno. Pero soy una buena persona, así que no te lo voy a decir.

      —Bueno, tía, te tengo que contar —me dijo nerviosa mientras se quitaba la chaqueta—. Muy fuerte todo.

      Una nunca sabe qué esperarse de la Vane cuando algo es «muy fuerte», porque para ella algo «muy fuerte» abarca un espectro en la escala de lo increíble que puede ir desde «me han reclutado para la primera expedición a Marte» hasta «me he comprado unos calcetines de Friends». Eso es un plus positivo en las quedadas con Vane porque, como no sabes qué esperar, pues puedes esperarte cualquier cosa. Además, para redondear el momento, Teo se había quedado dormido en la mochila, así que la girada de mi mejor amiga tendría toda mi atención.

      —¿Te acuerdas que te conté que había conocido a un tío en Tinder?

      Vale, hoy toca Tinder OTRA VEZ. Vane, hija, ¿por qué no lees un poco, o vas al cine o alguna cosa?

      —Vagamente. ¿Cuál de ellos?

      —¡Tía, pues el que te dije que me gustaba mucho!

      —Vane, eso no responde a mi pregunta.

      —Rubén. El que tenía la foto de perfil en blanco y negro con un gato sobre su torso desnudo.

      —¡Ah, sí! Muy guapo. ¿Y?

      —Tía, pues que quedamos.

      —¿Sí? ¿Y qué tal?

      —Muy bien, tía. Quedamos la primera vez y genial. Fuimos a tomar algo y a un concierto, pero no pasó nada.

      Ay, Vane, que ya te están mareando…

      —¿Y habéis vuelto a quedar?

      —¡Síííííííí!

      ¡¿Sí?!

      —¿Sí?

      —¡Sí!

      —Tía, qué fuerte, ja, ja, ja, ja. Bueno —la apremié—, y cuéntame: ¿cómo es? ¿Qué tal?

      —Muy bien, Paz. Es un tío genial, superamable, sonriente… Es fotógrafo, ¿sabes? Y es tan mono, tía… ¡Es trans y me dijo que no se había atrevido a decírmelo la primera vez que quedamos! Que tenía miedo de que me asustara o algo. Es tan cuqui… ¡Y superinteligente! ¿Sabes que el tío habla TRES idiomas?

      —Hablar muchos idiomas no es lo mismo que ser muy inteligente, Vane. La prueba es que tú hablas cuatro.

      —¿Oye, y tú qué tal con Dero? ¿Le has dicho ya que eres gilipollas o estás esperando a ver si se da cuenta él solo?

      Vane es de las pocas personas en el planeta capaz de hacerme reír insultándome. Me gusta pensar que es recíproco. Ambas sonreímos y les pegamos un buen quite a nuestras copas de moscato.

      —Bueno, y… —Levanté las cejas como alternativa a decir en voz alta: «¿Ya habéis follao?».

      —Buah, Paz, increíble.

      —No me digas.

      —No te lo creerías. Jamás en mi vida he tenido un sexo tan bestial. Floto. No puedo pensar en otra cosa.

      Y ahora, gracias a la detallada descripción que siguió a ese comentario, yo tampoco. Gracias por tanto, Vane. Me acabé mi copa bebiendo despacio, pero sin soltarla, apoyándola de vez en cuando contra mi cara para sentir el frío en la mejilla, como un recordatorio de que aquella conversación estaba teniendo lugar en la realidad y no en una distopía de Almodóvar.

      —No me puedo creer —dije con la mirada perdida cuando Vane terminó su relato de 50 arcoíris de Grey— que tu vida sexual sea mucho mejor que la mía.

      —Pero vamos a ver, idiota —me preguntó falsamente ofendida—, ¿y se puede saber por qué no?

      —¿Qué hago mal, Vane? —Estiré la mano para robarle su copa y me la terminé de un trago, aunque, en honor a la verdad, era más un golpe de efecto que otra cosa, porque en realidad desde hacía ya un rato en su copa solo quedaba la condensación apegotonada en el fondo.

      —¿Qué pasa, Paz?

      —Es como si nos hubiéramos perdido el ritmo.

      —¿Que no os corréis a la vez?

      —¡¿A la vez?! Ja, ja, ja, ja. ¡Joder, Vane, hay veces que ni el mismo día! Pero no. No es eso, es que… No sé. Es como si… Como si no tuviéramos tiempo para encontrarnos.

      —¿Pero cómo no vais a tener tiempo, tía? ¡Si vivís juntos!

      —Sí, Vane, ya sé que vivo con mi marido, gracias por tan audaz observación. —Meneé la cabeza—. Pero es que a veces… —me costaba encontrar la forma de describirlo—, a veces parece que somos solo compañeros de piso, ¿sabes? Compañeros de piso que follan de vez en cuando. —Hice un cálculo rápido—. MUY de vez en cuando. ¡Hace como dos semanas de la última vez, Vane!

      —¡¿Dos semanas?!

      —Dos semanas. Ya no tenemos tiempo para encontrarnos y disfrutarnos un buen rato, ¿sabes? —resoplé—. Mira, la semana pasada me depilé entera y compré una crema superguay y planeé una noche que iba a ser genial y… Nah, al final se fue todo a la mierda. —Vi mi copa vacía y lamenté no tener un sorbito más de vino.

      —Mujer, seguro que encontráis ese tiempo si te organizas bien. —Miré a Vane con mi cara de «si no fueras mi amiga te insultaría muy fuerte ahora mismo».


Скачать книгу