Mamá en busca del polvo perdido. Jessica Gómez
Читать онлайн книгу.podía ser buena señal. Negó con la cabeza, dejando que sus rizos le taparan los ojos para dejar claro que estaba MUY malita. Le toqué la frente y miré a Dero.
—Creo que tiene fiebre.
Me sentí fatal. Mi niña llevaba todo el día dándome señales de que algo no iba bien y yo estaba tan ocupada con mi cabreo que no supe verlo.
Soy la peor madre del mundo, joder. ¿Por qué me han dejado reproducirme?
—Pero si casi no se ha mojado —me dijo Dero.
Claro, porque es el agua lo que da fiebre, doctor House.
—Ya se quejaba por la mañana.
—¿Y entonces por qué te empeñaste en venir aquí? —me preguntó el tío gilipollas—. Te dije que nos teníamos que haber quedado en casa.
Ushaaaa, ushaaaa… No mates, Paz. Respira.
Para cuando llegamos a casa Maya no quería saber nada del universo más allá del sofá, la manta y mi regazo. Teo no quería saber nada del universo más allá del sofá, la manta y el otro lado de mi regazo. Gabi no quería saber nada del universo más allá de la consola. Y yo, por alguna razón, solo quería mandar a la mierda a Didier, que tenía la nariz metida en el móvil y se reía absurdamente de unos memes, como si no le importara todo lo que yo había hecho durante la semana para que pudiéramos echar un superpolvazo.
Claro que él no lo sabía, pero eso era lo de menos.
Me levanté derrotada, con la espalda hecha un ocho después de pasar la noche retorcida y encorvada entre Maya y Teo. Y todavía un poco enfadada con Dero, aunque no sabría definir bien por qué. Supongo que me sentía muy frustrada por los dos últimos días y me enfadaba que él no se diera cuenta de que yo me sentía así o, lo que es casi peor, que se diera cuenta de que estaba frustrada y pudiera darle igual.
Ni avena, ni fruta ni nada: cereales guarros para todo el mundo y dejadme recrearme en mi odio a la humanidad mientras me tomo el café mirando la tele enfadada. Sí: le echaré la culpa de todo a la tele y sus refritos infumables de los domingos por la mañana. Dios, cómo los odio.
Me fui al baño y los dejé a todos, padre y niños, en el salón. Solo estuve fuera lo que tardé en ir a hacer mis cosas. Ni un poquito más. Es decir: no decidí salir de casa e irme a dar un paseo por los nueve círculos del Infierno de Dante ni nada. Lo juro. Solo ir al baño a hacer un pis y volver. Un minuto y medio a lo sumo. Y cuando volví me quedé tiesa en la puerta.
—¿Qué tiene Teo en la mano?
Dero apartó la vista del móvil y miró al bebé que tenía DELANTE DE LA CARA. Se incorporó rápido y se lo quitó de un tirón, haciendo que el pobrecito estallara a llorar porque un señor malvado le había quitado su juguete. Dero —ese Gargamel sin corazón— intentó recomponer el objeto que le había arrebatado al pobre bebé. Yo, por mi parte, tenía la puerta agarrada con tanta tensión que creí que en cualquier momento haría saltar las bisagras.
—¡¿Son mis gafas?! —pregunté, aunque solo de forma retórica, porque a veces puedo no parecer muy lista pero mis enormes gafas de pasta las reconozco.
Me acerqué y cogí mis amadas gafas de las manos de Dero. Una patilla estaba completamente torcida. La otra, también. Y al intentar enderezarla, se partió. Me quedé inmóvil, mirando mis gafitas fallecidas, intentando aguantarme las ganas de empezar a pegar gritos como una loca.
—¡JODER, DERO! —fracasé estrepitosamente en lo de no ponerme a gritar.
—¡¿Qué?!
—¿Cómo que qué? ¡QUE ME HA ROTO LAS GAFAS, JODER! ¡QUE LO TENÍAS DELANTE!
—Bueno, pero no lo vi.
—¡NO TE JODE! ¡Solo faltaba que lo estuvieras viendo y lo dejaras romperlas! ¡Es evidente que no lo viste! ¡¡¿POR QUÉ NO LO ESTABAS VIGILANDO?!! ¡JODER, QUE NECESITO LAS GAFAS PARA TRABAJAR!
No estoy muy segura de lo que pasó después. Sé que yo grité y que Dero me venía con excusas de mierda como si fuera un inútil incapaz de vigilar a nuestro hijo pequeño en el rato que dura un pis.
Me pasé el resto de la mañana sin dirigirle la palabra, enfadadísima, digiriendo lentamente el incidente mientras la Paz malvada que vive en mí maquinaba una venganza a la altura; una maldad digna de suplir el daño. Por fin, le serví mi venganza después de comer. Ahí, con el postre, que jode más:
—Lleva tú a Gabi al cumpleaños de Iris. —Dero me miró con esa cara de horror que uno reservaría para el momento de encontrarse con un fantasma en el pasillo—. Yo me quedo en casa con Teo y Maya, que todavía se encuentra mal.
Esto, en lenguaje de pareja, significaba: Ahora te toca socializar con el resto de padres y madres en un cumpleaños infantil. Te jodes.
Podría haber soltado alguna culebra, pero, en lugar de ello, Dero sonrió:
—Esta me la devuelves.
—¿Ah, sí?
—Sí.
Y le sonreí con picardía.
—¿Y cómo exactamente quieres que te la devuelva?
* * *
Reconozco que me vino bien la tarde tranquila. Necesitaba parar.
Maya ya casi no tenía fiebre, pero aun así estuvo tranquila en el sofá, viendo dibujos la mayor parte de la tarde y dejando tiempo para una buena siesta, mientras Teo se dedicaba a ir sembrando coches por toda la casa. Cuando se despertó tenía un poco de mimito y me preguntó si podía volver a dormir conmigo esta noche.
—Mamá, es que no quiero entrar en mi habitación.
—¿Y eso por qué?
—Es que tengo miedo.
—¿De qué tienes miedo?
Me pregunté si se acercaba otra de esas conversaciones trascendentales y profundas sobre el sentido de la vida y los monstruos de la noche.
—Hay arañas.
Ah, pues no.
—¿Has visto arañas en tu habitación?
—No.
—¿Y cómo sabes que hay arañas?
—Porque hay telarañas en la lámpara.
Nota mental: limpiar la lámpara de la niña.
—¡Aah! Pero esas telarañas no son de arañas.
—¿Cómo que no? ¡Si son telarañas!
—Sí, pero no son de verdad. Las compramos en Ikea.
Maya arrugó la nariz y torció la cara.
—Eso no es verdad.
—Claro que sí. Son para decorar. Y para espantar a los mosquitos.
Maya torció la cara otro poco, sonrió de lado y, desafiando las leyes de la probabilidad, arrugó aún más la nariz. Si la arrugaba otro poco más podría olerse las cejas.
—No es cierto…
—Sí que lo es. Me costaron dos euros.
—Bueno —dijo mi pobre hija, dándome por perdida—. ¿Y puedo dormir contigo, sí o no?
—Claro que sí, cariño. —Y le besé en la frente—. ¿Ponemos una peli?
Preparamos la merienda y luego nos acurrucamos tranquilamente para ver Enredados.
Bueno, ella vio la peli: yo solo vi un montón de borrones de colores cantarines porque ya no tengo gafas.