E-Pack HQN Sherryl Woods 3. Sherryl Woods

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E-Pack HQN Sherryl Woods 3 - Sherryl Woods


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fingió sorpresa.

      –¿En serio? ¡Es mucha comida! ¿Crees que vas a poder con todo eso?

      –¡Claro que sí! La abuela Jodie dice que tengo que comer mucho para ponerme grande, pero ella quiere que coma verdura, fruta, y cosas de esas. Es vege… ¿Cómo se dice, papá?

      –Vegetariana.

      –Ah. Sí, la dieta vegetariana es muy sana –afirmó Emily. Le parecía que podía resultar bastante dura para un niño que iba a ver a sus amigos comiendo pizza de pepperoni, hamburguesas y patatas fritas, pero prefería no criticar a Jodie Farmer. No quería meterse en problemas con aquella mujer.

      –¿Por qué no entras a saludar a la señora Cora Jane? –Boone miró esperanzado a Emily–. Está en casa, ¿verdad? Los sábados suele ir al restaurante un poco más tarde.

      –Sí, sí que está. Según ella, se ha tomado la mañana libre para pasar algo de tiempo conmigo, pero yo creo que está agotada después de pasar las últimas semanas poniendo a punto el restaurante.

      Cuando el niño entró en la casa y los dejó a solas, Boone se acercó a ella y murmuró:

      –Quiero besarte.

      Estaban a escasos centímetros de distancia, y Emily notó la caricia de su aliento en la mejilla. Le sostuvo la mirada al contestar:

      –Pues hazlo. Tenemos unos cinco minutos antes de que B.J. vuelva, seguro que la abuela lo mantiene un rato ocupado.

      –Así que cinco minutos, ¿no? Pues va a tener que ser todo un besazo.

      –Seguro que estás a la altura de las circunstancias.

      –Se hará lo que se pueda –le aseguró, antes de tomarla entre sus brazos y besarla.

      Emily se entregó por completo a las sensaciones que inundaban sus sentidos… el deseo, la pasión, el familiar aroma cítrico y masculino.

      –Ya me siento mucho mejor –murmuró, cuando el beso terminó al fin–. Me preocupaba que hoy no pudiéramos darnos ni un solo beso en todo el día, aunque fuera a hurtadillas.

      –Las cosas van a mejorar, llegará el día en que no tendremos que hacerlo a hurtadillas.

      –Eso espero, porque no sé si soy capaz de seguir así. Suena muy sórdido, como si nos avergonzáramos o algo así.

      –Podrías verlo desde otra perspectiva. Besarnos a hurtadillas podría ser bastante excitante, antes lo era. ¿Te acuerdas de cuando nos daba miedo que nos pillaran?

      –Éramos adolescentes –le recordó ella, a pesar de que no pudo evitar sonreír al recordar aquellos tiempos–. Dos adultos no tendrían que verse obligados a ocultar lo que sienten, sobre todo si están libres y sin compromiso. No tendríamos que tener que darle explicaciones a nadie.

      –Estoy intentando ser respetuoso con los sentimientos de Jodie, por muy injustos que sean. ¿Para qué buscar problemas sin necesidad? Además, tenemos que pensar en B.J.

      –No estoy diciendo que nos demos el lote delante de él, pero creo que podríamos salir y pasarlo bien los tres juntos.

      –Eso es lo que vamos a hacer hoy.

      Al ver lo frustrado que parecía, Emily le puso una mano en la mejilla y comentó con voz suave:

      –Pero esto te pone muy nervioso, ¿verdad? Te preocupa que el niño se haga ilusiones y acabe sufriendo, o que le cuente a su abuela que hemos salido juntos de compras.

      –Ambas cosas son posibles.

      –Deja de imaginarte problemas inexistentes. Te prometo que voy a ser una chica buena, no voy a comerte a besos delante de tu hijo.

      Él sonrió al oír aquello.

      –Vaya, ahora no habrá quien me quite esa idea de la cabeza. Voy a pasarme el día entero pensando en esos besos.

      –Perfecto, puede que eso te motive para idear la forma de que pasemos algo de tiempo a solas antes de que yo tenga que volver a Los Ángeles.

      La sonrisa de Boone se ensanchó aún más.

      –Ya estoy en ello, así que no me tientes a menos que lo digas en serio.

      –Lo digo muy, pero que muy en serio –le aseguró ella, con total sinceridad.

      Las perspectivas de su breve estancia allí acababan de mejorar considerablemente.

      Al igual que la mayoría de hombres, Boone habría preferido la tortura antes que ir de compras a un centro comercial, pero el entusiasmo de Emily era contagioso. El propio B.J. no se quejó por tener que probarse media docena de vaqueros y suficientes camisas y jerséis como para vestir a todos sus compañeros de clase, aunque se negó en redondo cuando ella intentó convencerle de que, además de las carísimas zapatillas de deporte de las que estaba enamorado, se probara también unos zapatos de vestir.

      –No puedes ir a la iglesia con zapatillas de deporte –arguyó Emily.

      –Ya tengo zapatos finolis, y me aprietan los pies.

      –Por eso mismo necesitas unos nuevos –ella frunció el ceño al ver que Boone intentaba disimular sin éxito una sonrisa, y le espetó–: ¡Podrías echarme una mano!

      –Emily tiene razón, campeón. Ya que estamos aquí, deberíamos aprovechar y comprarte unos zapatos de vestir. Los que tienes se te han quedado pequeños.

      –¡Bueno, pero si tú también te compras unos! –le dijo el niño, enfurruñado.

      El rostro de Emily se iluminó.

      –¡Qué buena idea! ¿Te has probado alguna vez unos mocasines de cuero como estos, Boone? –agarró un par y se los enseñó para que los viera bien–. ¡Mira lo suaves que son!

      –Sí, suavísimos –murmuró él, sin demasiada convicción. Teniendo en cuenta lo que valían los dichosos mocasines, tendrían que poder levitar como una alfombra mágica.

      –¡Tienes que probártelos! –insistió ella, antes de pedirle a una dependienta todos los modelos que quería que les sacara.

      Boone miró con incredulidad la media docena de cajas que tuvo ante sus ojos poco después.

      –¡Por el amor de Dios, Em!

      –Más tarde me lo agradecerás –miró a padre e hijo con una sonrisa radiante al comentar–: ¡Qué divertido es esto!, ¿verdad?

      Boone miró a B.J. con una cara de sufrimiento que el niño le devolvió, pero se la veía tan feliz que no podían fastidiarle el momento saliendo huyendo de la zapatería.

      Después de gastar más de doscientos dólares, salieron de allí con unos mocasines para él, unas zapatillas de deporte y unos zapatos de vestir para B.J., y un par de zapatos con unos siete centímetros de tacón para Emily. Había insistido en que se los probara al ver que ella no les quitaba la mirada de encima, y en cuanto había visto el efecto que tenían combinados con sus espectaculares piernas le había pedido a la dependienta que se los envolviera.

      –No tienes por qué comprarme unos zapatos, Boone. Puedo pagarlos yo –protestó ella.

      –Estás ayudándonos muchísimo con las compras, es lo mínimo que puedo hacer –se inclinó hacia ella y susurró–: Estoy deseando verte con esos zapatos… y sin nada de ropa.

      Sonrió al ver que ella se ponía roja como un tomate y no seguía protestando, pero la verdad era que él estaba igual de afectado; por desgracia, aquella tarde no iba a tener oportunidad de saciar su deseo. Se planteó regresar a Sand Castle Bay de inmediato en vez de quedarse a comer en el centro comercial, pero B.J. estaba empeñado en comer pizza, tacos y quién sabe qué más, y ya estaba arrastrándoles hacia la zona de restaurantes.

      –No hay nada como un poco de frustración para mantener a raya el aburrimiento, ¿verdad? –le dijo a Emily, en tono de broma.


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