Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España. Gustavo Forero Quintero
Читать онлайн книгу.Así, el sociólogo y psicólogo francés Jean-Gabriel Tarde (1843-1904) también concibió la acción humana como fruto de la interacción entre los individuos —una probable “mente grupal”— que los conduce a actuar por imitación o por innovación en los márgenes de la ley. “Gardons-nous de cet idéalisme vague; gardons-nous aussi bien de l’individualisme banal qui consiste à expliquer les transformations sociales par le caprice de quelques grands hommes” (Tarde, 1993, p. 21), afirmaba. Un poco más tarde, desde Norteamérica Pitirim Sorokin (1889-1968) y Florian Znaniecki (1882-1958) hablaron de la dilución o disolución de identidades y, a propósito de ello, estudiaron la relación entre un grupo social dominante y otro minoritario de inmigrantes en un país como Estados Unidos. El contrato social y cultural permitió ver en esos casos la relatividad de las normas —incluso en términos de territorios urbanos y rurales— y el carácter positivo de la “disidencia” conductual de algunos individuos. En la misma línea, el sociólogo estadounidense William I. Thomas (1863-1947) afirmó, en relación con la emigración de la población polaca a Estados Unidos, que: “the Polish immigrants whom America receives belong mostly to that type of individuals who are no longer adequately controlled by tradition and have not yet been taught how to organize their lives independently of tradition” (Znaniecki y Thomas, 1996, p. 7), lo que confirma la relatividad de las reglas sociales en la vida de esos inmigrantes.
En el mismo sentido, los estadounidenses Clifford Shaw (1896-1957) y Henry D. McKay (1899-1980) desarrollaron la teoría de la “desorganización social” (1942), analizaron la importancia del entorno vinculada con la delincuencia juvenil en las calles y propusieron una visión optimista de la conducta “desviada” para el progreso social. Específicamente, lo que notaron ambos autores fue que la criminalidad variaba de acuerdo con el área urbana en que se presentaba y el problema persistía en muchos casos pese a los cambios demográficos. En determinados entornos, las conductas criminales eran transmitidas como parte de un aprendizaje, de una “tradición criminal”. Estos autores establecieron así las variaciones en niveles de criminalidad de un contexto a otro e indicaron la existencia de medios ilegales establecidos en ese contexto para la actividad criminal. En efecto, la actividad criminal no solo surge cuando no hay medios institucionales para la satisfacción de los deseos, pues también se necesitan la existencia de medios ilegales a disposición, sin lo cual es imposible el desarrollo de la empresa criminal (Shaw y McKay, 1942). Así, esta teoría complementó la reconocida tesis de Robert K. Merton, para quien la anomia era el resultado de la falta de concordancia entre los objetivos culturales establecidos socialmente y los medios legales para alcanzar tales objetivos: “aberrant behavior may be regarded sociologically as a symptom of dissociation between culturally prescribed aspirations and socially structured avenues for realizing these aspirations” (1968, p. 201).
Aunque es difícil seguir de manera sistemática el curso de la perspectiva optimista de la anomia social, tal como he hecho en mis trabajos anteriores, se pueden mencionar algunos teóricos posteriores afines a ella: los norteamericanos John I. Kitsuse (1923-2003) y Malcolm Spector (1943), por ejemplo, en su libro Constructing Social Problems exponen cómo la desviación de la norma y de los medios institucionales por parte de un grupo determinado puede ser el preámbulo de un nuevo orden social: “Their focus shifts from complaints and protests against the establishment procedures to creating and developing alternative solutions for their perceived problems” (1977, p. 153). Es así como, en un momento dado, surgen nuevas instituciones u organizaciones sociales paralelas a las ya existentes: “residents of neighborhoods or minority groups who claim lack of police protection form vigilante patrols for their own communities. Underground newspapers emerge to provide news for and about populations ignored by the conventional press […]” (Ibídem, p. 153).
Debe hacerse mención especial del sociólogo y psicólogo estadounidense David Riesman (1909-2002), quien estudió el carácter aislacionista de una sociedad y las diferencias relativas entre personas de distintas regiones o grupos disímiles. Su análisis se concentró en la anomia individual a la que percibió como un síntoma de incomodidad que auguraba el desarrollo del sujeto hacia la autonomía. Para Riesman, solo las circunstancias personales de un individuo podrían “preserve him from anomie and prevent him from being placed in situations which might encourage moves towards autonomy” (1954, p. 301). En ese sentido, la anomia no es un fin en sí mismo, sino un medio a través del cual es posible alcanzar una mayor libertad personal, por lo que su visión se relaciona indirectamente con el concepto de anomia positiva.
Desde otra perspectiva, y en oposición al método de Riesman, el sociólogo y activista político norteamericano Richard A. Cloward (1926-2001) rechazó la premisa de la delincuencia como asunto meramente individual. En la misma línea de la teoría criminológica de Shaw y McKay, Cloward considera que el entorno desempeña un papel fundamental en la emergencia de la actividad criminal: “in other words access to criminal roles depends upon stable associations with others from whom the necessary values and skills may be learned” (1976, p. 170). Además, considera que el estrato social y la clase son una variable para determinar esta elección:
The pre-requisite attitudes and skills are more easily acquired if the individual is a member of the lower class; most middle and upper class persons could not easily unlearn their own class culture in order to learn a new one. (Ibídem, p. 173)
El resultado de estas consideraciones fue que Cloward terminó por rechazar la teoría de la desorganización social propuesta por Shaw y McKay, pues, desde su punto de vista, detrás del “desorden” social hay un “orden” criminal en el que las variantes de lugar y clase son fundamentales.
A los anteriores autores, se puede sumar el sociólogo y filósofo germanoinglés Ralf Dahrendorf (1929-2009), uno de los fundadores de la teoría del conflicto social, que analiza la situación de la “subclase de los excluidos”, quienes ofrecen respuestas particulares a situaciones de desorganización social. Para él: “any deviation from the values (normative structure) or institutions (factual structure) of a unit of social analysis at a given point of time […] shall be called structure change” (Dahrendorf, 1959, p. 238). Esto significa que la desobediencia a las normas de una sociedad determinada puede constituir un presupuesto para el cambio social, para la creación de una sociedad nueva.
Otra propuesta destacable es la del filósofo francés Bruno Latour (1949), representante de la actor network theory. Este autor habla de una “ecología política”, donde, para responder a la cuestión de la anomia que puede definir en su naturaleza la crisis actual del planeta, una Constitución o normativa fundamental debe acoger las distintas vertientes de la realidad e, incluso, de los objetos en interacción con los sujetos (fenómeno contemporáneo definido por el poder de la tecnología). Ciertamente, para Latour es urgente abordar la situación actual desde este punto de vista puesto que las circunstancias críticas de la humanidad en términos de subsistencia así lo demandan: “no se trata de una guerra mundial, sino de una acumulación de guerras mundiales” (Mora, 2013, párr. 66). Desde esta perspectiva apocalíptica —de gran pertinencia para entender los efectos del covid-19—, es necesario prepararse para la guerra, lo que implica que hay que despojarse de las visiones organizacionales del siglo XX. En el caso de la sociología, esto significa prepararse para “dejar de lado categorías como iniciativa, estructura, psiquis, tiempo y espacio junto con toda otra categoría filosófica y antropológica, no importa cuán profundo parezcan estar arraigadas en el sentido común” (Latour, 2008, p. 44). Para este autor, la sociología no debe “imponer un orden por anticipado” (Ibídem, p. 42), sino permitir que los actores de un sistema construyan ese orden: “No trataremos de disciplinarlos ni hacerlos encajar con nuestras categorías; los dejaremos desplegar sus propios mundos y solo entonces les pediremos que expliquen cómo lograron establecerse en ellos” (Ibídem, p. 42). Al respecto, cabe añadir que Latour no se está refiriendo exclusivamente a seres humanos, pues según la actor network theory un actor “no es la fuente de una acción sino el blanco móvil de una enorme cantidad de entidades que convergen hacia él” (Ibídem, p. 73). Esto significa que, en el desarrollo de una acción, los agentes no solo son individuos, las cosas, incluida la naturaleza, también pueden serlo. En general, los teóricos de la actor network theory prefieren hablar de “actantes”, un término que toman de la teoría literaria para referirse a los agentes de la acción, sean estos concretos o abstractos: