E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 1 - Susan Mallery


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de chispas. Era alta y delgada.

      –¡Has venido!

      La voz venía de su izquierda, y fue un grito que se pudo oír por encima de la música. Se giró y vio a Tucker, con la diferencia de que ya no era el chico alto y delgado que recordaba. Ese tipo era guapo y tenía unos hombros anchos, una agradable sonrisa y unos ojos que resplandecieron al verla. A pesar de la fuerte música, el extraño edificio y esa obra nada convencional, todo desapareció y el mundo se redujo a Tucker.

      Nevada nunca había creído en el amor a primera vista, nunca había creído que fuera posible que un alma reconociera a otra, nunca había sabido lo que era que le robaran el aliento. Se quedó allí clavada al suelo, incapaz de moverse o de hablar. Solo podía mirar al hombre al que sabía que amaría durante el resto de su vida.

      Él dijo algo porque ella vio cómo se movían sus labios, pero no pudo captar el sonido. Después se rio, le agarró el brazo y la llevó afuera.

      –Hola –dijo cuando estaban en la relativa tranquilidad del aparcamiento–. Has venido.

      –Sí.

      La abrazó y su cuerpo resultó cálido contra el de ella. Quería apoyarse en él, perderse en su fortaleza y en su calor, pero Tucker se puso derecho demasiado deprisa a pesar de que Nevada no estaba preparada para dejarlo marchar. Aún no.

      –¿Qué tal la universidad?

      –Bien. Estoy adaptándome a las clases.

      –¿Y te encuentras cómoda en tu habitación?

      Parecía más un padre que un amigo, pero ella asintió de todos modos.

      –¿Está bien Ethan?

      –Sí, va tirando.

      La sonrisa se desvaneció del rostro de Tucker.

      –Siento lo de tu padre.

      –Gracias.

      Su padre había muerto inesperadamente ese verano dejando a toda la familia impactada y devastada. Aunque sus hermanas y ella habían protestado por no querer marcharse a la universidad, su madre había insistido. Ethan había sido el único que había renunciado a sus sueños para ocuparse del negocio familiar.

      –Es complicado. Aún no me puedo creer que haya muerto.

      Tucker la rodeó con el brazo y la besó en la cabeza.

      –Quiero decirte que irás encontrándote mejor aunque ahora mismo eso no signifique mucho.

      –Sé que no dolerá tanto dentro de un tiempo, pero ahora mismo es muy duro.

      La miró a los ojos e hizo que ese vacío se disipara. Seguía rodeándola con el brazo y Nevada se preguntaba si él también habría sentido esa conexión.

      Por primera vez deseó haber tenido más experiencia en lo que concernía a los hombres. En el instituto nunca le había dado importancia y había salido con algún que otro chico, pero nunca había tenido un novio de verdad.

      –¿Quieres almorzar? –le preguntó él.

      El corazón le dio un brinco. Sí, de acuerdo, no era una cita, pero se acercaba mucho.

      –Me gustaría.

      –Bien –bajó el brazo–. Deja que vaya a ver si Cat quiere tomarse un descanso –sacudió la cabeza–. Tiene el típico temperamento de artista y nunca sé cuándo va a echarme la bronca, así que no te sorprendas si oyes muchos gritos.

      Parecía más emocionado que molesto ante la idea.

      –¿Cat? –preguntó ella recordando a la soldadora, pero Tucker ya había entrado en el edificio.

      Nevada fue hacia la puerta y lo vio subir por el andamio. Cuando llegó a la soldadora, le tocó el hombro. Las chispas cesaron y la mujer se quitó la máscara protectora. Incluso desde la distancia, pudo ver que era una belleza. Una melena larga y oscura le caía a mitad de la espalda en forma de ondas. Su rostro poseía una belleza clásica: ojos grandes, pómulos altos y carnosa boca. La mujer se quitó el mono de trabajo y dejó ver una ajustada camiseta y unos pantalones cortos sobre unas largas y perfectas piernas y una cintura tan fina como la de una modelo.

      Tucker y ella descendieron del andamio juntos.

      De nuevo, Nevada se vio incapaz de moverse, pero ahora no por la presencia de Tucker, sino por sentirse insignificante. La mujer era mayor que ella y, probablemente, un par de años mayor que Tucker. A pesar de llevar ropa informal, tenía un aire de sofisticación. Era de esa clase de mujeres a las que los hombres escribían canciones y por las que iban a la guerra. Era una de esas mujeres a los que los hombres amaban.

      Cuando la pareja se acercó, Nevada quiso echar a correr, pero se obligó a permanecer allí sabiendo que si lo intentaba, probablemente acabaría tropezándose con su propio pie.

      –Así que tú eres la amiga de Tucker –dijo la mujer con una sensual voz y un ligero acento–. Estoy encantada de conocerte al fin. Soy Caterina Stoicasescu –extendió una larga y delgada mano.

      –Nevada Hendrix.

      Nevada estrechó la fuerte y arañada mano evitando en todo lo posible quedarse con la boca abierta. Miró a la mujer, a la escultura, y de nuevo a la mujer.

      ¿Caterina Stoicasescu? Era famosa, todo un talento. La habían descubierto cuando era pequeña, antes incluso de ser adolescente. Sus esculturas eran consideradas brillantes y Nevada sabía que su obra estaba expuesta por todo el mundo, que era una persona muy conocida y rica.

      –¿Vienes de un pueblo pequeño, verdad? –preguntó Caterina.

      –Fool’s Gold. Está en las laderas de la cordillera de Sierra Nevada. Es precioso y muy pintoresco. Probablemente un sitio muy distinto a los que usted suele frecuentar en su vida habitual.

      Caterina sonrió y estrechó sus penetrantes ojos verdes.

      –Así que has oído hablar de mí. Eso está bien.

      –No soy una experta, por supuesto, pero sí. Su trabajo... –señaló a la escultura–. Es precioso.

      Caterina se acercó a ella y ambas contemplaron la pieza.

      –Dime, ¿qué sensación te produce?

      Nevada tragó saliva.

      –Yo... eh... no sé muy bien qué está preguntándome.

      –Cuando la miras, ¿qué piensas? ¿Qué has pensado al verla?

      –Soy estudiante de Ingeniería –comenzó a decir mientras se sonrojaba. Miró a Tucker esperando que él la rescatara, pero no estaba mirándola. Tenía la mirada clavada en la otra mujer.

      –Eres inteligente, lo veo. ¿Qué has sentido?

      –Tristeza. Como si hubiera pasado algo malo.

      Caterina alzó las manos al aire y dio una vuelta.

      –¡Sí, exacto! –agarró a Nevada por los hombros y la besó en las mejillas–. Gracias.

      Nevada estaba atónita.

      –De nada, señorita Stoicasescu.

      –Cat, por favor. Todos mis amigos me llaman así –se agarró del brazo de Nevada y señaló el metal–. Es el final de la guerra. No es algo muy probable, pero lo he hecho como recordatorio del dolor que todos sentimos. No tenía planeado qué iba a ser. Yo soy solo un conducto por el que sale el arte.

      Cat se giró hacia ella.

      –Bueno, cuéntamelo todo sobre ti. Sé que vamos a ser grandes amigas.

      Nevada estaba asombrada.

      –¿Qué quieres saber?

      –Todo. Empieza por el principio. Yo soy de Rumanía. ¿Tienes hermanos? Sí, debes de tenerlos porque Tucker te conoce por eso. Tenemos que hacer algo juntas. Tal vez ir a una fiesta.


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