Sabato. Pablo Morosi
Читать онлайн книгу.convencida– cada uno de ellos estaba predestinado. Uno sería intendente, otro cura; a Ernesto le auguraba un futuro como farmacéutico. Él, de chico, soñaba con ser bicicletero o tener un tallercito donde hacer pequeñas reparaciones.
Como en Rojas no había posibilidad de continuar los estudios más allá del ciclo primario, la única opción era emigrar. Pero no solo por eso fue que los hermanos Sabato fueron abandonando el hogar. La severidad del padre también generaba reacciones y rebeldías. Dos de los hermanos de Ernesto huyeron de la casa. Pepe se fugó con un circo a los trece años, deslumbrado por las rutinas de sus artistas y las curvas de una de las trapecistas. Algo parecido ocurrió con Humberto, que partió con rumbo desconocido para regresar años más tarde. Francisco juró que ya no eran sus hijos y hasta llegó a considerarlos muertos. Sin embargo, a su regreso, terminó por acogerlos nuevamente en el seno familiar.
De los hermanos Sabato, el primero en irse de Rojas para hacer el secundario y luego ingresar a la universidad fue Lorenzo, que estudió Medicina en la Universidad de Buenos Aires. El segundo fue Juan, que partió hacia La Plata, donde se recibiría de ingeniero. Los siguieron, cada cual a su turno, Ernesto y Arturo.
La radicación de varios miembros de la familia Ferrari en La Plata, sumada a la estancia de Juan en la capital bonaerense, llevó a sus padres a descubrir el Colegio Nacional Rafael Hernández, una institución de excelencia dependiente de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), adonde decidieron enviar a Ernesto para hacer el bachillerato.
Sería el cierre de una etapa signada por las pesadas tribulaciones descriptas por Sabato infinidad de veces. Por momentos, la oscura visión de su infancia parece más bien la expresión de un mundo interior conflictuado y complejo donde el cuidado o la sobreprotección es percibida como un ahogo insoportable en un hogar al que le faltó el calor del afecto, palabra que el escritor jamás mencionó asociada a la figura de sus padres. No obstante, entre los resquicios de aquel relato sombrío es posible vislumbrar una atmósfera de zonas blandas con plácidas y fugaces felicidades: los juegos escolares; las tardes de domingo en el molino desierto; la magia de las primeras películas mudas en el cine-teatro La Perla; los paseos en el sulki troteador –que, según alardeaban los Sabato era uno de los más rápidos del pueblo– o con “Pancho”, en el Ford T de la familia, y hasta postales cariñosas junto a su padre cantando viejas canciones italianas o disfrutando de las pastillas de menta que Francisco le traía al regresar del trabajo.
Con el paso del tiempo, Sabato revaloró aquel paisaje pampeano de sus primeros años y frecuentemente lo evocó con nostalgia. No pocos nombres, escenas y personajes de aquella experiencia pueblerina surgirán transfigurados en sus novelas, especialmente en Sobre héroes y tumbas y Abaddón el Exterminador.
Aquel fue un tiempo de temores y esperanzas, surcado por calles de tierra, pájaros sobrevolando el pajonal y el inconfundible olor a alfalfa recién cortada, que en los veranos lo inundaba todo. Recuerdos que lo acompañaron toda la vida, como la imagen indeleble de su madre, inmóvil frente al umbral de la casa el día que partió hacia La Plata, mirándolo alejarse en busca de un destino.
1 El apellido de Giovannina aparece escrito en distintos documentos como Ferrari y Ferraro. Solo tras su llegada a la Argentina queda establecido como Ferrari.
2 Véase “Los otros Sabato, segunda crónica: los dos trajes”, en Mario Sabato, La imposible melancolía, Waldhuter Editores, Buenos Aires, 2018, pp. 147-157.
3 Inscripto cuando tenía un año y medio.
4 Anotado inicialmente sin H; años después pasó a ser Humberto.
5 Ernesto Sabato: Abbadón el Exterminador, Sudamericana, Buenos Aires, 1975, pág. 23.
6 Ernesto Sabato: Antes del fin, Seix Barral, Buenos Aires, 1998, p. 24.
7 María Angélica Correa: Genio y figura de Ernesto Sabato, Buenos Aires, Eudeba, 1971, p. 18.
8 E. Sabato: Antes del fin…, p. 25.
9 Revista del Centenario de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos de Rojas, Rojas, 1979.
10 Chispa, Rojas, 17 de mayo de 1979.
CAPÍTULO 2
La era del deslumbramiento
Cuando Ernesto Sabato descendió del tren en la estación de La Plata, en febrero de 1925, tenía trece años y era incapaz de comprender la trascendencia de ese momento. En esas horas de viaje desde Rojas había comenzado a dejar atrás, sin posibilidad de retorno, el umbral de la infancia. Frente a él se abría un horizonte nuevo y difícil, pero pleno de posibilidades y descubrimientos. Ese largo y fructífero recorrido, por momentos también enrevesado, que terminó por convertirlo en uno de los escritores más notables de la lengua castellana y referente del pensamiento a la vez que parámetro moral de los argentinos, debe un capítulo central a la ciudad fundada en 1882 por Dardo Rocha, un encumbrado político del Partido Autonomista.
Atrás quedaba el horizonte chato de la llanura, con su calma predecible; frente a él se abría ahora un escenario de palacios europeos enmarcados por amplias avenidas y bulevares; calles perfumadas con tilos, acacias y naranjos; plazas y parques cada seis cuadras, y un bosque resplandeciente al borde de una ciudad que invitaba a la exploración y la deriva. En esa urbe simétrica, progresista, culta y con aires cosmopolitas que era La Plata, aquel chico al borde de la adolescencia descubrió un mundo deslumbrante donde habitaban el conocimiento científico y las expresiones más variadas del arte, así como el no menos incitante escenario de la política, que tempranamente lo llevó a asumir un fuerte compromiso con los valores del humanismo y las ideas de la equidad social. Allí también encontraría el amor de la mujer que lo acompañó toda su vida; allí nacieron sus hijos y murieron sus padres.
Era, quizá, la etapa de mayor esplendor de la capital bonaerense. Por su trazado en forma de damero surcado por diagonales había sido elegida en París como la ciudad más moderna del mundo. Apoyada además en el prestigio de su universidad, La Plata soñaba con convertirse en un faro del conocimiento.
El iniciático viaje en tren desde Rojas, siguiendo el sendero que ya habían recorrido sus hermanos Lorenzo y Juan, tuvo un inmediato efecto somático en el joven Ernesto: a poco de iniciar el trayecto, aún en las afueras del pueblo, sufrió una descompostura. Toda una señal que realimentó su precoz perfil hipocondríaco.
Por entonces, Lorenzo estaba a punto de terminar la carrera de Medicina en la UBA y se disponía a regresar al terruño para ejercer la profesión. En tanto, Juan promediaba sus estudios de Ingeniería en la UNLP y participaba activamente de la vida política universitaria: estaba afiliado al Partido Socialista y presidía, desde hacía un año, la Federación Universitaria de La Plata (FULP), cosa que haría hasta 1927.
Al llegar a la llamada “ciudad de las diagonales” Ernesto recaló en la casa del tío Paolo Ferrari, hermano de Juana, pero pronto se mudó a un modesto cuarto compartido con Juan, quien, en esos primeros años ejerció sobre él una rígida tutoría. El alojamiento estaba ubicado en 61 N° 414, entre 3 y 4, a quince cuadras del Colegio Nacional, donde cursaría el bachillerato.
Durante años circuló en La Plata la versión de que Sabato había pasado algún tiempo en el internado del Nacional, que funcionaba donde luego se instaló la Facultad de Ingeniería. Sin embargo, dicho albergue estudiantil había sido clausurado poco antes.
Guiado por su hermano, Ernesto