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más que vengar el crimen. No puedo dudar de ello, si tuviéramos la clave, encontraríamos que esta comunicación es de la naturaleza que digo.

      Otra vez Holmes aplastó el papel contra su plato intacto. Yo me levanté e, inclinándome hacia él, observé detenidamente la curiosa inscripción, que decía lo siguiente:

      534 C2 13 127 36 31 4 17 21 41

      DOUGLAS 109 293 5 37 BIRLSTONE

      26 BIRLSTONE 9 47 171

      —¿Qué saca de esto Holmes?

      —Es obviamente un intento de transmitir información secreta.

      —¿Pero cuál es el sentido de un mensaje en cifras sin la clave?

      —En este momento, no del todo.

      —¿Qué quiere decir con “en este momento”?

      —Porque hay muchos números que yo leeré tan fácil como la apócrifa al final de una columna de avisos: Medios tan crudos entretienen a la inteligencia sin siquiera fatigarla. Pero esto es diferente. Es claramente una referencia a las palabras de la página de algún libro. Hasta que me diga qué página y qué libro no puedo hacer nada.

      —¿Pero por qué “Douglas” y “Birlstone”?

      —Obviamente porque dichas palabras no están en la página en cuestión.

      —¿Entonces por qué no ha indicado el libro?

      —Su agudeza innata, mi querido Watson, esa astucia que es el deleite de sus amigos, lo prevendría de colocar la clave y el mensaje en el mismo sobre. En caso que se extravíe, estaría incompleto. Por ello, ambos deben ir por distintos rumbos antes que algún peligro los amenace. Nuestra segunda pista está atrasada, y estaría sorprendido si no nos trae o una explicación más detallada de la carta, o, lo que es más probable, el mismo volumen a lo que estos números se refieren.

      Los cálculos de Holmes se realizaron en pocos minutos con la aparición de Billy, el botones, con la carta que estábamos esperando.

      —La misma letra, —me indicó Holmes, al abrir el sobre— y esta vez está firmada —añadió con interés mientras abría la epístola—. Vamos, ya estamos llegando, Watson—. Sin embargo, su frente se nubló al fijarse en el contenido.

      —¡Por Dios!, esto es muy decepcionante. Me temo, Watson, que todas nuestras expectativas chocaron con nada. Confió en que este hombre, Porlock, saldrá sin problemas de esto.

      “Estimado Mr. Holmes [decía]:

      No iré más lejos en el asunto. Es demasiado peligroso, el sospecha de mí. Puedo ver que él sospecha de mí. Vino inesperadamente luego de que escribiese la dirección en el sobre con la intención de enviarle la clave del cifrado. Fui capaz de esconderla. Si la hubiera visto, me hubiera ido realmente mal. Pero puedo leer la desconfianza en sus ojos. Por favor queme el mensaje en cifras, que ahora ya no puede ser útil para usted.”

      “FRED PORLOCK”

      Holmes se sentó por un momento retorciendo esta misiva entre sus dedos, frunciendo las cejas, mientras se detenía junto al fuego.

      —Después de todo —dijo finalmente— puede que no haya nada en él. Puede ser sólo su conciencia culpable. Conociéndose a sí mismo como traidor, puede haber leído una acusación en los ojos de los demás.

      —La otra persona a la que se refiere, presumo, que es Moriarty.

      —¡Nada menos! Cuando cualquiera de esa sociedad habla de “él” uno sabe a quién se refiere. Hay un “él” predominante entre todos ellos.

      —¿Pero qué puede hacer él?

      —¡Hum! Ésa es una gran pregunta. Cuando tienes a uno de los primeros cerebros de Europa en tu contra, y todos los poderes de la oscuridad tras él, hay infinitas posibilidades. De cualquier manera, el amigo Porlock está evidentemente asustado por encima de todas las sensaciones. Cuidadosamente compare la escritura en la nota con la del sobre, que fue hecha, él nos lo dijo, antes de esa inesperada visita. Ésta es clara y firme, la otra es difícilmente legible.

      —¿Pero por qué escribió después de todo? ¿Por qué no simplemente tiró la nota?

      —Porque temía que yo hiciera algunas investigaciones sobre él en ese caso, y le llevara muchos problemas.

      —Sin duda —dije—. Por supuesto —había levantado el cifrado original y doblé mi frente hacia él—. Es un poco sorprendente saber que un importante secreto pueda yacer en este pedazo de papel, y que penetrar en él está más allá de los poderes humanos.

      Sherlock Holmes había apartado su desayuno sin probar y encendió su pipa sin sabor que era su compañía en sus profundas meditaciones.

      —Me pregunto... —dijo, recostándose y observando el techo—. Tal vez hay puntos que hayan escapado su pensamiento maquiavélico. Consideremos el problema en la luz de la razón pura. La referencia de este hombre es un libro. Ése es nuestro punto de partida.

      —Uno algo vago.

      —Veamos si lo podemos acortar. A la par que concentro mi mente en ello, éste se vuelve en algo un poco menos impenetrable. ¿Qué indicaciones tenemos acerca de este libro?

      —Ninguna.

      —Bueno, bueno, seguramente no es tan malo como eso. El mensaje comienza con un gran 534, ¿no es así? Podemos tomar como una hipótesis que el 534 es la página en particular a la que el cifrado se refiere. Así, nuestro libro se ha convertido en un gran libro, que ya es algo. ¿Qué otras indicaciones tenemos sobre la naturaleza de este gran libro? El siguiente signo es C2. ¿Qué saca de eso, Watson?

      —Segundo capítulo, sin duda.

      —Eso es muy difícil, Watson. Usted, estoy seguro, estará de acuerdo conmigo en que si se nos ha dado la página, el número del capítulo ya no tiene relevancia. También que si la página 534 recién está en el segundo capítulo, la longitud de la primera debe ser bastante intolerable.

      —Columna —exclamé.

      —Brillante, Watson. Está muy despierto esta mañana. Si no significa columna, entonces estoy completamente engañado. Ahora, ve usted, comenzamos a vislumbrar un gran libro, impreso en columnas dobles que son de considerable extensión, pues una de las palabras está indicada en documento como la doscientos noventa y tres. ¿Ya hemos llegado a los límites que la razón nos puede proveer?

      —Me temo que ya los hemos tocado.

      —Ciertamente comete una injusticia consigo mismo. Un centelleo más, mi querido Watson, sólo un poco más de esfuerzo cerebral. Si el volumen hubiera sido una rareza, me lo habría enviado. En lugar de eso, él quiso, antes que sus planes se derrumbaran, enviarme las pistas en ese sobre. Él lo dice en la nota. Esto quiere decir que el libro es uno el cual él piensa que no tendré dificultad alguna en encontrarlo por mí mismo. Él lo posee, y se imaginará que yo poseo uno también. En resumen, Watson, este es un libro muy común.

      —Lo que dice suena muy plausible.

      —Así, hemos reducido nuestro campo a un libro extenso, impreso en dobles columnas y de uso cotidiano.

      —¡La Biblia! —pronuncié triunfante.

      —¡Bien, Watson, bien! ¡Aunque no, si puedo decirlo, lo suficiente! No podría nombrar otro volumen que se asociara tan poco con los hombres de Moriarty. Además, las ediciones de las Sagradas Escrituras son tan numerosas que difícilmente supondrá que dos copias tendrán los mismos números de página. Éste es claramente un libro que está estandarizado. Da por seguro que su página 534 se corresponderá con mi página 534.

      —Pero pocos libros tienen esas características.

      —Exacto. He ahí nuestra salvación. Nuestra búsqueda se ha reducido a libros estandarizados que cualquiera puede tener.

      —¡Bradshaw!


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