Repensar la antropología mexicana del siglo XXI. Pablo Castro Domingo
Читать онлайн книгу.han estudiado el doctorado. La genera ción joven no sólo enfrenta condiciones laborales muy adversas, también es una generación heterogénea y fragmentada, con pocas oportunidades, en la que el origen de clase y el nivel de estudios influyen mucho en las probabilidades de obtener mejores condiciones laborales.
La maestría ya no garantiza altos ingresos, el doctorado sí, pero ¿por cuánto tiempo? Un dato muy interesante que aportó la Encuesta es que las diferencias en la situación laboral no son muy grandes entre quienes estudiaron licenciatura o maestría, mientras que son muy marcadas entre quienes estudiaron doctorado y el resto. Incluyendo a los antropólogos de todas las edades, quienes sólo han estudiado licenciatura ganan en promedio $12,051 mensuales, los que han estudiado hasta maestría ganan $13,757 al mes y quienes estudiaron un doctorado ganan $25,165. Es mínima la diferencia de ingresos entre quienes sólo tienen licenciatura y quienes tienen maestría. Es una divergencia de sólo $1,706 al mes, quienes estudiaron hasta maestría ganan sólo 14.1% más que los que estudiaron licenciatura. En cambio, los ingresos de quienes estudiaron doctorado son muy superiores, ya que ganan más del doble de lo que perciben quienes estudiaron licenciatura y 82.9% más de lo que ganan quienes estudiaron una maestría. Estudiar una licenciatura o una maestría no parecen ser suficientes para obtener un trabajo bien remunerado, ya que 44.2% de quienes tienen sólo licenciatura ganan menos de tres salarios mínimos y 30.5% de los que estudiaron una maestría están en la misma situación. En contraste, de quienes estudiaron un doctorado sólo 14.8% ganan menos de tres salarios mínimos. La divergencia también se ve en la franja de ingresos altos: sólo 14.4% de los que estudiaron hasta licenciatura y 16.2% de los que estudiaron maestría ganan más de diez salarios mínimos, mientras que 44.3% de los que estudiaron doctorado obtienen esos ingresos. Esto sugiere se ha producido un cambio significativo en el mercado de trabajo de la antropología en México. En los años setenta bastaba tener una licenciatura para conseguir un buen trabajo. Todavía hasta los años noventa quienes habían estudiado una maestría tenían altas probabilidades de conseguir un empleo bien remunerado. En el presente siglo ni siquiera una maestría garantiza un ingreso muy superior al que obtienen quienes han estudiado licenciatura. Sólo quienes han estudiado doctorado logran un aumento significativo en sus ingresos y acceden a buenas condiciones de trabajo. Se trata de un claro ejemplo de una rápida devaluación de las credenciales educativas. En un lapso de menos de 30 años la licenciatura y la maestría perdieron muchas de las ventajas que ofrecían en el pasado. Dado el rápido incremento de la matrícula de doctorado es probable que, dentro de pocos años, incluso los egre sados de este nivel experimenten una disminución en sus ingresos. De hecho, los antropólogos recién egresados del doctorado ya están enfrentando muchas dificultades para la obtención de buenos empleos en el campo de la antropología.
NUEVAS CIRCUNSTANCIAS, NUEVOS ANTROPÓLOGOS
Los antropólogos del siglo XXI son distintos a los que forjaron la antropología mexicana después de la Revolución, a los que impulsaron el indigenismo en las décadas de la posguerra, a los antropólogos críticos de los años sesenta y setenta y a los antropólogos de la época de la globalización de finales del siglo pasado (Portal y Ramírez, 1995). Son muy distintos a ellos, pero no porque sean una clase diferente de personas, porque tengan un ADN singular o porque posean una misteriosa “personalidad generacional”, como la que suele atribuirse a los llamados millenials (Onion, 2015; France y Roberts, 2014).11 Son distintos porque tienen otros orígenes y otras trayectorias, porque viven en otra época y en otras circunstancias históricas. Ya no se trata de un pequeño gremio, relativamente homogéneo, en su mayoría de clase media, formado en la Ciudad de México, que trabajaba en muy pocas instituciones académicas y gubernamentales, que investigaba sobre unos cuantos temas y se concentraba en torno a unas cuantas tradiciones teóricas. Hoy es una profesión diversa, integrada por miles de personas, con orígenes sociales muy dispares, formadas en 19 entidades federativas, que trabajan en ámbitos muy heterogéneos, cuyos intereses, preocupaciones y orientaciones abarcan una gama muy amplia.
Las nuevas generaciones de antropólogos cuentan con una alta habilitación académica, fruto de la consolidación de varias instituciones de educación superior e investigación, además de que una gran proporción ha estudiado posgrados, que han podido aprovechar la existencia de un amplio sistema de becas (en especial de Conacyt). Se trata de las generaciones de antropólogos con mayores niveles de instrucción de la historia, pero la gran paradoja es que son las que menos oportunidades laborales han tenido. Se enfrentan a un mercado de trabajo sumamente competido, en el que varias centenas de antropólogos muy bien formados tienen que disputar por muy pocos pues tos de trabajo dignos. Los que no los consiguen se ven obligados a aceptar empleos precarios, con bajos ingresos, con pocas prestaciones y sin seguridad laboral. Muchos de ellos realizan trabajos con escasa vinculación con la antropología. Es, entonces, una generación marcada por la diversidad, pero también por la precarización, la desigualdad y la segmentación. La situación laboral de la mayoría contrasta con la de los pocos que han podido acceder a empleos definitivos con buenas condiciones de trabajo. Contrasta también con la de antropólogos de otras generaciones, que se incorporaron al trabajo en épocas en las que el mercado laboral ofrecía mejores oportunidades.
La escasez de empleos dignos que padecen las nuevas generaciones de antropólogos mexicanos se inscribe en un panorama más general de precariedad e incertidumbre laboral en el país. Sin embargo, en el caso de la antropología la situación es más grave, porque la fortaleza que alcanzó la disciplina hizo que en las últimas décadas el número de personas que estudia antropología creciera a ritmos muy acelerados. Sólo entre 2000 y 2017 hubo alrededor de seis mil nuevas graduaciones en licenciatura, maestría o doctorado en antropología. Además, se siguen formando antropólogos orientados a trabajar en el medio académico, pese a que ese sector ya sólo absorbe a alrededor de una cuarta parte de los nuevos egresados. En cuanto a sus condiciones laborales, la comunidad antropológica mexicana se encuentra fracturada: sólo una minoría tiene empleos estables, con prestaciones laborales y empleos dignos, mientras que la mayoría enfrenta condiciones laborales muy adversas. Los más jóvenes son los más afectados. Los nuevos antropólogos mexicanos tienen un potencial enorme, por su número, por la formación académica que han tenido, por la pluralidad y diversidad de sus trayectorias, intereses y perspectivas. Sin embargo, la desigualdad y la precariedad de sus condiciones laborales limitan el aprovechamiento de todo ese potencial. Está por verse cómo enfrentarán esta paradoja, tanto ellos como el conjunto del gremio antropológico.
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