Activismo, diversidad y género. Laura Raquel Valladares de la Cruz
Читать онлайн книгу.una sociedad patriarcal y su “dominación masculina” nos convoca a todas las investigadoras y actoras, quienes compartimos el interés por reciclar las piezas para construir una sociedad más justa y equitativa; por demás está señalar que se trata de una tarea nada sencilla, sobre todo, en un país en donde el crimen organizado, la desigualdad, el racismo y la discriminación tienen profundas raíces, pero afortunadamente existen pinceladas de esperanza protagonizadas, precisamente, por mujeres en distintos escenarios y contextos sociales; tal como lo hizo, por ejemplo, María de Jesús Patricio Martínez (Marichuy), médica tradicional del pueblo nahua y defensora de los derechos humanos, con una larga trayectoria de activismo en la redes indígenas desde la década de 1990, en el marco del surgimiento, en 1996, del Congreso Nacional Indígena.
Precisamente frente al actual escenario de feminicidios y violencias políticas de género que enfrentan las mujeres en contextos comunitarios, consideramos relevante rememorar uno de los tantos potentes discursos que pronunció Marichuy, siendo la primera mujer indígena que buscó ser candidata independiente en las elecciones presidenciales de 2018 en México, mandatada por el Congreso Nacional Indígena (CNI) y del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), constituido por el EZLN y el CNI: “Tenemos dolor y rabia por la impunidad ante miles de feminicidios, por la violencia sistemática que día con día vivimos las mujeres del campo y las ciudades y que nos hacen decir ‘¡ya basta!, llegó la hora de las mujeres’, y no tengan duda, nosotras también vamos por todo”. Como muchas y muchos recordarán, Marichuy participó como delegada de Tuxpan en el CNI (1996) y posteriormente formó parte de la “Marcha del Color de la Tierra”, convocada por el EZLN en 2011, en donde fue una de las designadas para tomar la palabra en la más alta tribuna del poder legislativo nacional, para hablar a los legisladores sobre la importancia de realizar una reforma constitucional apegada a los Acuerdos de San Andrés firmados en Sakamch’en de los Pobres en febrero de 1996. Su lucha junto con las mujeres zapatistas y las de la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas (Conami), han sido una inspiración muy significativa para las mu jeres indígenas y no indígenas del país y de América Latina.
Ahora bien, este esfuerzo académico colectivo es también el resultado de trabajos comprometidos y colaborativos que parten desde una perspectiva feminista situada precisamente para no homogeneizar a las mujeres, al contrario, “procura la desmasificación de las idénticas y hacer de la diversidad una riqueza histórica” (Lagarde, 1984: 187). Por esto, como antropólogas junto con las activistas indígenas y afromexicanas, leemos las realidades que aquí se presentan, desde una perspectiva de género porque, como ya lo ha escrito Marcela Lagarde, es una perspectiva real, tópica y existente.
Los feminismos han contribuido a la lucha por concretizar y promover las condiciones sociales para que las mujeres sean reconocidas como sujetas históricas, y entre sus contribuciones más significativas, está su papel para crear conciencias críticas que cuestionan, desde prácticas diversas y cotidianas, la vieja y tradicional visión androcéntrica del mundo. bell hooks decía que “el feminismo es para todo el mundo”, por lo que las autoras consideramos definitivamente que las mujeres tenemos el gran desafío de incidir con nuestra presencia y reflexiones en diversos espacios sociales para modificar la cultura patriarcal hegemónica donde se cruzan las dimensiones de racismo, discriminación, etnia, género, clase, edad, educación, que históricamente nos han colocado fuera de la vida pública, tal como lo hizo Marichuy y otras muchas actoras políticas.
Las pesquisas presentadas coinciden en señalar la necesidad de modificar los estereotipos sociales y sus normas sobre los roles de género, así como mostrar que estas trasmutaciones logran desarticularse en y desde la praxis para descolocar las subjetividades enraizadas a una cultura patriarcal. Para arrancar esas raíces es necesario empezar a actuar, y movilizarse en todos los campos de representación política, económica, social, cultural, mediática y jurídica. La construcción de alternativas las conoceremos en los trabajos dedicados a mostrar la resiliencia de las mujeres triquis desplazadas de San Juan Copala, en Oaxaca (Carmen Cariño); las mujeres que participan en las contiendas políticas en los ámbitos municipales (Dalia Barrera), o las legisladoras de la Cámara de Diputados (Laura Valladares, Lizeth Pérez), o sobre la experiencia de las mujeres del municipio autónomo de Ayutla de los Libres en el estado de Guerrero (Gema Tabares), y los y las jóvenes afromexicanos de Oaxaca (Maritza Urteaga y Alejandra Ramírez), y las mujeres afromexicanas articuladas en la Colectiva Ña’a Tunda, también de Oaxaca (María Lucero y Yolanda Camacho).
Otra de las particularidades de algunos de los capítulos del libro, es que exploran diversas vías metodológicas, tanto para dar cuenta de los procesos políticos analizados, como para repensar los vínculos que se establecen entre investigadoras y los actores y actoras sociales con las que se realizan las investigaciones. Existe una apuesta epistémica que aboga por establecer un diálogo intercultural con las mujeres con las que trabajamos, en algunos capítulos esta mirada y reflexión antropológica surge del trabajo colaborativo y de acompañamiento, como nos lo propone Carmen Cariño desde un posicionamiento como antropóloga, indígena y feminista decolonial en su trabajo con las mujeres triquis desplazadas de San Juan Copala, en el estado de Oaxaca. Otro de los abordajes antropológicos, recientes y muy sugerente, que se caracteriza por establecer una nueva relación entre las antropólogas y las comunidades indígenas autonómicas, es la defendida por Gema Tabares como una “antropología comprometida y comunitaria”, con la que ha desarrollado sus pesquisas con las mujeres indígenas autoridades del municipio de Ayutla de los Libres, en la Costa Chica del estado de Guerrero. También como resultado de un trabajo de campo de largo aliento, cercano y colaborativo, Cristina Hernández se cuestiona las raíces de la violencia y las exclusiones en los municipios indígenas de la Montaña de Guerrero, en donde ha trabajado como parte de organizaciones de la sociedad civil y como vecina de estas comunidades. Mientras que en el capítulo dedicado a reflexionar sobre los procesos organizativos de las mujeres afromexicanas se desarrolla un abordaje en donde se privilegia una metodología colaborativa, no solamente se trata de establecer diálogos horizontales y relaciones comunicativas dialógicas, que se materializan en una escritura colaborativa; es decir, a un texto escrito a dos manos, entre la antropóloga María José Lucero Díaz y la líder de la Colectiva Ña’a Tunda, en el estado de Oaxaca, Yolanda Camacho.
En otros casos la investigación documental, la revisión de fuentes judiciales y periodísticas, combinada con la realización de entrevistas y trabajo de campo, logran brindar un panorama puntual y profundo de temáticas como las relacionadas con las luchas de las mujeres en escenarios de contienda política, o la investigación sobre feminicidios en el estado de Chiapas (Perla Fragoso), así como acerca de lo que significa ser joven afromexicano en el estado de Oaxaca (Maritza Urteaga y Alejandra Ramírez). Otro de los acercamientos etnográficos es el desarrollado por Susana Flores, quien para trabajar con las mujeres indígenas en condición de prostitución tuvo que recorrer bares, prostíbulos, las colonias marginales de San Cristóbal de Las Casas, presenciar y vivir los miedos que estos contextos violentos conllevan. No es una cuestión menor si consideramos que poco se ha estudiado la prostitución en contextos indígenas, a lo que se sumaba su condición de fuereña y la poca apertura para que las mujeres compartieran sus vidas y trayectorias. Se trata, en síntesis, de un libro que contiene distintas perspectivas teóricas e igualmente distintos modelos metodológicos para emprender los estudios antropológicos.
En cuanto a la presentación de los capítulos del libro se han organizado en cuatro grandes ejes temáticos, el primero denominado “Autonomías, mujeres y resistencias en contextos de violencia”, está conformado por tres capítulos que enfatizan la agencia de las mujeres indígenas para configurar resistencias ante escenarios de violencia estructural y la emergencia de dinámicas organizativas, políticas, así como las estrategias para edificar proyectos autonómicos indígenas, en esta dirección, las autoras reflexionan sobre ¿cómo se configuran proyectos de autonomía y de resistencia en el marco de naciones plurales?, ¿cómo se normalizan las violencias hacia las mujeres indígenas en contextos comunitarios? y ¿cuáles son los retos que deben enfrentar los pueblos indígenas y sus mujeres cuando se comprometen con un proyecto autonómico en un escenario de múltiples faccionalismos? Las respuestas la encontramos en los trabajos de Gema Tabares y Cristina Hernández, quienes desde hace años realizan pesquisas colaborativas, éticas y comprometidas con las comunidades de