Azores. vvaa

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De todas formas, todos los capitanes donatarios (menos uno) procedían del continente: tomaban decisiones que a veces eran inapropiadas y solo servían para dividir aún más a la población del archipiélago. En 1717, un cisma religioso en el seno de la orden franciscana, cuyo poder espiritual en las Azores persistía desde los primeros días del descubrimiento, separó las islas en dos provincias (Angra y Ponta Delgada), lo que alimentó la confusión política y supuso la separación del archipiélago en dos zonas de influencia. Finalmente, en 1808, en Faial, el prestigio de los conventos de monjas fue dañado por el inverosímil secuestro de unas pocas monjas algo atrevidas por parte de emprendedores oficiales ingleses. Las tensiones que se habían estado cociendo durante tanto tiempo tenían que encontrar una vía de escape. Aunque las Azores se habían convertido en una provincia de Portugal por decreto el 26 de enero de 1771, en realidad siempre fueron tratadas como una colonia.

      Inevitablemente, São Miguel comenzó su movimiento de emancipación a principios del siglo XIX; era una isla bastante rica y no podía soportar que el gobierno general se hubiese instalado en Angra, a donde iba a parar todo el dinero. Quería decidir su propio destino y mantener el Tesoro bajo su control. Mientras todo el archipiélago buscaba su propia identidad, tras la firma del Tratado de Fontainebleau en 1807 con España, Napoleón invadió Portugal, obligando a la reina y a toda la corte a huir a Brasil. Luego los ingleses desembarcaron en Madeira y las Azores, oficialmente como « protectores », y los cónsules pronto se convirtieron en verdaderos poderes paralelos.

      La guerra civil

      El archipiélago se había desentendido de la autoridad para soportar mejor la influencia de una potencia extranjera. La guerra civil portuguesa que siguió a la revolución de 1820 hizo que la isla de Terceira jugara un papel especialmente importante. En ese momento, las nuevas ideas liberales estaban germinando en la mente del pueblo, mientras la corte seguía en el exilio en Brasil, y Portugal era gobernada, como una verdadera colonia inglesa, por el vizconde Beresford. El 1 de marzo de 1821 estalló una revuelta en Ponta Delgada, encabezada por Noronha y João Soares de Albergaria, que proclamó el gobierno provisional de la isla de São Miguel, fiel a la Constitución y al gobierno, organizado entonces en las asambleas de Oporto y Lisboa tras la expulsión de Beresford.

      La nueva autoridad de São Miguel puso en cuestión su subordinación a Terceira, cuyo gobierno fue acusado de despilfarrar el tesoro y de abusar de la influencia del obispado. El continente reconoció esta nueva autoridad y separó las dos islas orientales de las demás, que seguían estando sujetas al capitán general.

      Lisboa decidió entonces dividir las Azores en tres jurisdicciones, regidas por jueces corregedores: Ponta Delgada, Angra y Horta, que también se liberó de la tutela de Terceira. Sin embargo, en esa época, la mayoría de los habitantes del archipiélago eran leales al rey Juan VI, que había regresado a Lisboa y había acatado la Constitución bajo juramento en 1822.

      En 1826, Pedro IV, también emperador de Brasil, fue nombrado rey, pero abdicó en favor de su hija María, mientras que su propio hermano, Miguel, fue nombrado regente, aunque al final usurpó el trono en 1828, abolió los fueros y se proclamó rey absoluto.

      Todas las islas de las Azores lo aceptaron como tal, excepto Terceira, donde los constantes conflictos entre liberales y absolutistas desgarraron la población. El nuevo capitán general enviado allí, Sousa Prego, no fue recibido en Angra, donde no era bienvenido; así que se trasladó a Ponta Delgada, que iba a asumir una nueva importancia administrativa.

      Al mismo tiempo, Pedro IV fue depuesto en Brasil, tras lo que pensó en tomar la corona portuguesa. Terceira, que le era fiel, se proclamó capital del reino de Portugal en su nombre y en el de Doña María, el 28 de octubre de 1828, y Vila Flor fue nombrado capitán general. De esta manera, las Azores estaban comandadas por dos capitanes: uno, Sousa Prego, nombrado por el rey Dom Miguel en Ponta Delgada, y el otro, Vila Flor, que apoyaba a Dom Pedro en Terceira. En ese contexto, Cipriano da Costa Pessoa pronunció una frase que quedaría para la historia mientras Terceira participaba en una heroica lucha armada contra Lisboa: « Mejor morir empuñando las armas que sufrir los insultos de los satélites del usurpador ».

      Evidentemente, las cosas no se detuvieron ahí. En agosto de 1829, Sousa Prego trató de someter Terceira por la fuerza desembarcando con 3500 hombres: los liberales finalmente ganaron la batalla después de una lucha fratricida en la que perecieron no menos de mil desafortunados. Es gracias a esta victoria que Praia se ganó el nombre de Praia da Vitória (playa de la victoria).

      Poco a poco, los liberales (también llamados constitucionalistas, ya que se sometían a la Constitución y no al absolutismo de don Miguel) lograron conquistar el resto de las islas del archipiélago, mientras que todos los miguelistas huyeron a São Miguel.

      Fue allí donde los partidarios de Pedro lanzaron su último ataque el 1 de agosto de 1831: los absolutistas fueron finalmente derrotados en Ladeira da Velha, y Sousa Prego huyó bajo la protección británica. Era el fin del régimen de los capitanes generales.

      Una lección importante es que el intento de unificar las Azores había fracasado; de hecho, el concepto de centralización no es en absoluto una realidad en el archipiélago.

      En 1834, después de haber formado allí un consejo de regencia, Pedro IV utilizó Terceira como base de expedición a la costa portuguesa a la cabeza de su ejército.

      Recuperando la corona a expensas de su hermano, condujo a Portugal a la era moderna y a Terceira a la historia, y cambió el nombre de la capital de la isla por el de Angra do Heroísmo en memoria del apoyo que le proporcionó.

      

      Las Azores en el siglo XX

      Las Azores en el siglo XX - Castillo de San Felipe. Terceira.

      © Nessa Gnatoush – Shutterstock.com

      Durante el período contemporáneo, la historia de las Azores es más tranquila. No obstante, las divisiones no cesaron después de la sangrienta guerra civil, ya que São Miguel todavía no reconocía la supremacía de Terceira en la región, y los miguelistas fomentaban ocasionalmente la guerra de guerrillas contra las instituciones dirigidas por los liberales. Pero poco a poco las tensiones disminuyeron y el archipiélago entró en la era industrial.

      El primer cable submarino transatlántico conectó Faial con el resto del mundo, las islas se fueron abriendo gradualmente al mundo exterior y comenzó la hemorragia de las grandes migraciones, dado que la situación económica no era muy halagüeña.

      Mientras miles de isleños se dirigían a las Américas en busca de una vida más cómoda y menos sofocante, todos los buques transatlánticos —pronto seguidos por los navíos de recreo— hacían escala en el archipiélago, benévolos puertos al abrigo en medio del océano.

      Más tarde, como la posición estratégica de las islas había despertado la codicia de los contendientes durante la Segunda Guerra Mundial (según algunos relatos locales, hubo ocasionales intercambios de chistes entre los operadores de radio alemanes e ingleses con base en Faial, que terminaron en el café de la esquina), Salazar, el triste y pragmático dictador, decidió, a medida que el conflicto llegaba a su fin, que sería prudente dejar que los Aliados establecieran una base allí.

      Los estadounidenses aún no se han ido y la base de Lajes, en la isla de Terceira, aunque recientemente ha perdido parte de su importancia, sigue activa. Ahí se reunieron George Bush, Tony Blair y José María Aznar los días 16 y 17 de marzo de 2003 para discutir la crisis iraquí y « dar una última oportunidad a la diplomacia », encuentro que se conoce como la Cumbre de las Azores.

      La Revolución de los Claveles de Portugal, en abril de 1974, trajo un toque final de agitación a las Azores. Dado que la población solo estaba moderadamente centrada en el tema « del poder a los trabajadores », los acontecimientos de Lisboa (con la ayuda de información cuidadosamente seleccionada por la Iglesia) parecían, desde la distancia, particularmente inquietantes. Durante los primeros meses de la revolución, el miedo al comunismo, tanto por parte de la población como por parte de los estadounidenses,


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