Mitología H.P. Lovecraft. Javier Tapia

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Mitología H.P. Lovecraft - Javier Tapia


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      © Plutón Ediciones X, s. l., 2021

      Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

      Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

       E-mail: [email protected]

       http://www.plutonediciones.com

      Impreso en España / Printed in Spain

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      I.S.B.N: 978-84-18211-90-4

      Para todos aquellos

      que no temen

      al poder

      del lado oscuro

      I:

      Introducción al universo de Lovecraft:

      Los dioses arcaicos y sin nombre

      “Los sabios interpretan los sueños,

      y los dioses se ríen.”

      H.P. Lovecraft

      ¿Tienen los dioses nombres que se imponen ellos mismos, o todo es una invención de la mente desvelada de los seres humanos en su afán de nominarlo todo?

      ¿Inventamos a los dioses o son ellos los que nos inventan a nosotros?

      ¿Inventamos a los dioses o solo les ponemos nombre mientras ellos se ríen de nosotros?

      ¿Las mitologías nacen de una necesidad humana de intentar comprender su existencia y la del multiverso que nos rodea, o son una realidad mal contada, mal entendida y luego aprovechada para ejercer un determinado control social sobre la población?

      La cosmovisión de cada cultura ha dado lugar a una serie de mitologías en las que el común denominador es el CAOS PRIMARIO de donde emana el COSMOS ARMÓNICO, o, en otras palabras, la Nada Oscura y sin Luz de donde nace el Todo en orden y luminoso, siempre en pugna con la oscuridad.

      El ser humano, dentro de este orden de ideas, es apenas nada, un servidor, un esclavo, un animal que apenas si piensa, débil, enfermizo, hambriento, loco, sumiso, creyente y, sobre todo, mortal, intrascendente, polvo, lodo, apenas nada.

      Los dioses batallan entre ellos, mueren y matan, pero sin morir del todo porque son inmortales. Mientras, los humanos lloran y rezan, y al final adoran a los vencedores más por terror que por amor, e incluso, en algunos casos, los desafían, porque los dioses, crueles guerreros al fin y al cabo, no son un pan de dulce sino tiranos autoritarios que exigen devoción, amenazando siempre con la total destrucción del torpe y débil animal humano.

      Para Lovecraft los dioses en muchos casos no tienen nombre, pero sí voluntad y acción, se ríen de nosotros y de nuestras flaquezas. No dependen de nuestras creencias, imaginaciones, ilusiones, inventos o lo que sea, sino que están ahí, son legión de legiones que a veces podemos vislumbrar, según Lovecraft, por la ventana de los sueños o quizá de la meditación, y no a través de nuestras elucubraciones, locura, drogas o mortificaciones de la carne.

      ¿Todo está en la mente?

      Se dice que todo está en la mente, porque es la que crea y la que inventa, la que construye y descubre, la que absorbe y la que emana; pero a veces la mente, como en el caso de la mente de Lovecraft, parece que va mucho más allá y se encuentra con mundos, dioses, sueños y realidades que están mucho más allá de la imaginación, la creación y el conocimiento.

      Quizá la mente, el cerebro y sus neuronas con millones de conexiones, solo sean una herramienta, un canal, un instrumento, pero nada más, sobre todo en lo que a contacto con los dioses de Lovecraft se refiere.

      El señor Howard Phillips Lovecraft llevaba una vida sencilla, solitaria e introspectiva en el contexto norteamericano de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, con el humanismo, la primera Gran Guerra, la gripe española y la gran depresión económica de fondo, junto a los grandes descubrimientos y avances científicos de su época, es decir, con terribles tragedias y espectaculares descubrimientos, y, sin embargo, sus entidades no corresponden ni a la guerra, ni a la peste ni a la falta de trabajo o ausencia de bienes materiales y dinero, no, Lovecraft escapa a su época de la misma forma que escapa de su formación religiosa y cultural. En otras palabras, la mitología de Howard Phillips Lovecraft es diferente, original, nada parecida a las religiones judeocristianas, y nada similar a las grandes religiones orientales.

      Nada que ver con las mitologías griega, egipcia, china, mexica, inca o yoruba.

      Con entidades más arcaicas que Mitra, Mazda, Zoroastro, Horus e Ishtar.

      Anteriores a la escritura y al Poema de Gilgamesh.

      Sin nombre, oníricas, atrapadas en el fondo del mar, de la tierra o en el páramo perdido. Más allá de los planetas y las estrellas conocidas. En el fondo del fondo de los terrores de los mismos dioses, demonios, ángeles y animales humanos.

      Introducirse en el multiverso de Howard Phillips Lovecraft es adentrarse de verdad en lo desconocido, en aquello que no tiene referente, ni amor, ni piedad ni nada de lo que hemos inventado y creado como civilización; a ciegas, sin poder articular palabra y con la sorda sensación del terror que va más allá del simple miedo.

      Lovecraft no necesita recurrir al “gore” o a la truculencia visual, aunque a veces lo hace, como en el Necronomicón, pero remarcando que el terror no se encuentra en la muerte o la violencia, sino en el modo y significado de la misma, que no mata nada más al cuerpo, siempre prescindible, sino al alma, a la razón y hasta al mismo espíritu en una inexistencia eterna y dolorosa, o en una existencia sempiterna aún peor que toda una vida de sufrimientos.

      Todo ello en la seguridad de que los dioses, entidades divinas, monstruos o lo que sean, no son nada seguros, buenos, amables o misericordiosos, sino una especie de niños extraños y avejentados que se divierten jugando con nuestras existencias, en el más acá y en el más allá, y que no saben todavía qué van a hacer con nosotros en el próximo segundo.

      Los mitos de Cthulhu

      Es así como las entidades dimensionales que no son de este mundo actúan, como Cthulhu, que es primigenio, anterior incluso a la formación de la Tierra, que yace en el fondo marino de nuestro planeta, desde donde clama y llama a su culto, situado geográficamente en el triángulo de las “tierras de Lovecraft”, Arkham, Innsmouth y Dunwich, pero que puede actuar sobre cualquier conciencia; mientras Nyarlathotep, entre árabe y egipcio etimológicamente, es el mensajero del dios supremo Azathoth, una especie de bacteria maligna y gigante que surca el espacio contaminándolo todo; y los hombres-batracio, o “los profundos”, seguidores de Cthulhu, que de vez en cuando y sin razón alguna aparente toman las embarcaciones de los hombres, volviéndolos locos con su simple apariencia, despertando en ellos un miedo doloroso, irrefrenable y atávico.

      Cthulhu jugando con la humanidad

      Para algunos autores, por supuesto, Cthulhu no es más que un cefalópodo o calamar gigante; Azathoth una bacteria vista en el microscopio; y los profundos hombres-batracio solo gente enferma, infectada o deforme, que representan miedos atávicos incluso para aquellos humanos que nunca han viajado por mar y mucho menos por sus profundidades; o que nunca han visto un ser vivo por el microscopio, patógeno y amenazante, o no; y que reaccionan negativamente ante lo diferente, lo enfermo, lo grotesco o lo amenazante. Pero eso, lejos de denostar la obra de Lovecraft, señala la capacidad, posiblemente intuitiva e inconsciente, del autor a la hora de adentrarse en la psique de los lectores.

      Visión de Dominique Signoret


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