Mitología H.P. Lovecraft. Javier Tapia

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Mitología H.P. Lovecraft - Javier Tapia


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presente en el mundo entero cuando los astros se alineen debidamente”.

      Si leemos su biografía, incluso la que aparece en la Wikipedia, podemos encontrar rasgos astrológicos de su personalidad como los relatados anteriormente; y si atendemos a su aspecto físico, veremos una gran diferencia en la robustez infantil y la languidez madura del autor.

      La infancia de Lovecraft

      Howard Phillips fue un niño robusto y prodigio, y un adulto lánguido y sensible, siempre creativo.

      Cuentan que a los dos o tres años ya recitaba sendos poemas, que a los cuatro ya sabía leer y que a los seis años ya escribía sus propios textos, aunque, a decir verdad, eso no lo diferenciaba de muchos otros niños de la alta y media burguesía de su tiempo, donde los niños de las familias acomodadas no iban a la escuela y recibían la educación en casa para no mezclarse con niños de menor escala social que, como Tom Sawyer, sí iban a la escuela.

      Lovecraft en su infancia

      Como Howard, muchos niños de su época y de su condición social eran niños prodigio que antes de los seis años leían, jugaban al ajedrez, tocaban el piano y componían odas. Eran niños solitarios que vivían apartados del mundo real y que se rodeaban de adultos y de criados.

      Las casas solariegas de entonces, en un lugar como Providencia, tenían una heredad que explotar (que a menudo no explotaban), campo abierto y naturaleza a descubrir, con cuevas, fauna, flora e insectos interesantes, donde los niños como Howard podían dar rienda suelta a su energía infantil y a su imaginación.

      Lo urbano burgués y lo campirano se mezclaban en la formación de Lovecraft, pero nunca durante su infancia tuvo que enfrentarse al páramo yermo, estéril o muerto y rodeado de podredumbre, monstruos o extraños alienígenas, que sin embargo lo acompañaron durante toda su vida.

      Su madre, Sarah Susan Phillips, venía de una familia poderosa y rica, y transmitió al joven Howard todas las veleidades de la alta burguesía de Rhode Island y de Nueva Inglaterra, dándole muy poco espacio para las relaciones sociales y llenándolo de prejuicios raciales y de clase. El apellido Phillips pesaba en la región y Howard debía corresponder a la fama de su apellido. Trabajar, como sí lo hacía su padre, Winfield Scott Lovecraft, era cosa de las clases bajas, los negocios de nuevos ricos y la venta cosa de judíos, a las que Howard no debía aspirar jamás. Vivir de rentas o de la explotación de sus heredades era lo propio para un niño de su clase, que no debía pensar en el sucio dinero más que para administrarlo.

      Su padre, representante de plata para una gran compañía, era un burgués de cuello blanco, pero no pertenecía a la aristocracia de la zona y se la pasaba de pueblo en ciudad ofertando su producto, sin mucha relación con la formación de Howard, de hotel en hotel y sin llenar las aspiraciones de su santa mujer. Cuando Howard tenía solo tres años, su padre enfermó de una rara crisis nerviosa y fue recluido en un hospital para morir cinco años después, dejándolo huérfano a los ocho sin prácticamente haberlo conocido, con lo que la influencia materna fue tan absorbente como definitiva para la formación de Lovecraft, que pasó de ser un niño robusto, creativo y enérgico a ser un adolescente sensible, enfermizo y clasista.

      También tuvo la influencia de sus tías y de su abuelo materno, Whipple Van Buren Phillips, quien lo guio y animó por el mundo de la literatura, pero que contribuyó a su soledad y a su educación clasista y con aires de grandeza.

      Adolescencia perdida

      Poco se sabe de la adolescencia, en cuanto a vida personal, de Howard Phillips Lovecraft, porque desde la muerte de su padre pasó a ser un recluso de su propio hogar sin apenas relación con el mundo exterior, las pasiones, el amor, los excesos y demás asuntos propios de la juventud. Solo se sabe que escribía poesía y más poesía, algún cuento y algunos artículos científicos para revistas locales sin mayor difusión.

      Fue un año a la escuela tras la muerte de su padre, pero su madre lo retiró aduciendo que estaba enfermo; luego asistió dos años y medio a la escuela preparatoria, y hasta ahí llegó su formación académica oficial, ya que sin título de bachiller le fue imposible presentarse a los exámenes de la Universidad de Brown, en Providence, donde soñaba con hacerse astrónomo profesional.

      En casa, y al amparo del abuelo, aprendió algo de química y astronomía y se aficionó a la ciencia por un tiempo.

      En 1904 murió su estimado abuelo, Lovecraft contempló el suicidio y pasó largas temporadas entre crisis nerviosas y apatía por un mundo real que parecía ser incapaz de ofrecerle algo, hasta que en 1913 leyó a Edgar Allan Poe y empezó a salir del ámbito familiar compuesto por su madre y sus tías.

      Joven adulto

      Con 23 años de edad decide que quiere ser escritor de algo diferente y original, alejado de lo cursi y romántico, como escribe en una carta a la revista Argosy criticando al popular autor Fred Jackson, señalando que este escribía para la masa historietas de amor, con lo que traicionaba a la literatura y a la verdadera creación artística. La carta, por la polémica que suscita, se hace famosa y lo lleva a ser reconocido por el ambiente periodístico de 1914, y hasta a ser presidente de la Asociación de Nacional de Periodistas Amateurs entre 1922 y 1923.

      Un año antes, en 1921, muere su madre, a la que estaba muy apegado y adoraba, lo que, sin embargo, lo libera del dulce yugo materno y le permite crecer por su cuenta.

      Ya en 1917 funda su propia revista, El conservador, donde publica sus propios textos, como Tumba y Dagón, y otros que le parecen convenientes, originales y diferentes, lo que le hace ganar adeptos y seguidores, con los que se cartea fervientemente (Lovecraft llegó a escribir unas cien mil cartas a lo largo de su vida), destacando al autor de Conan el Bárbaro, Robert E. Howard, también creador de una mitología y un universo originales y diferentes.

      El solitario Howard Phillips Lovecraft ya tiene amigos, por carta la mayoría, pero amigos al fin y al cabo. En nuestros tiempos los tendría a través de las redes sociales. También tiene un grupo de seguidores que van siguiendo su obra, y en 1923 logra publicar profesionalmente Dagón, en Weird Tales, especializada en el terror y en la ciencia ficción, aunque con muy poco prestigio literario.

      El horror del matrimonio

      Muertos su abuelo y su madre, Howard queda en el desamparo afectivo y económico, pero aún le queda algo de herencia y libertad creativa. Ya es un autor reconocido, aunque mal pagado, y parece un caballero bien estante de Providence de 34 años de edad, es decir, en apariencia un buen partido, quien además no fuma, no bebe y no va con mujeres de dudosa reputación.

      Sonia Green, la esposa de Lovecraft

      Es entonces cuando su complejo de Edipo lo lleva a conocer en una convención para escritores noveles a una escritora emigrante ucraniana, siete años mayor que él, fuerte, independiente y alegre que regentaba una tienda de sombreros: Sonia H. Greene. Se casó con ella en 1924 y se divorciaron amigablemente dos años después, sin más descendencia que una novela escrita a cuatro manos, El horror en la playa Martin.

      Tras casarse se mudaron a New York, en el Brooklyn, donde se agotó la herencia y las tías dejaron de pasarle su renta. Lovecraft tuvo que rebajarse a trabajar como escritor fantasma y como corrector de estilo, algo que hacía divinamente y con un inglés muy depurado.

      El amor y la alegría se fueron con la ausencia de dinero, ya que lo que él ganaba no era suficiente para llevar una vida decente al estilo que Howard estaba acostumbrado, y ella, quizá ilusionada de que se casaba con un buen partido, había dejado su tienda de sombreros. Ella tenía el vicio de comer, pero a Howard le parecía una vulgaridad, y en cuanto al sexo, aunque ella lo defendía, los vecinos y amigos nunca oyeron chirriar la cama matrimonial.

      Howard era afable y educado, y hasta detallista mientras tuvo dinero, pero no fue suficiente para Sonia, así que, sin tener nada qué reclamarle específicamente, le pidió el divorcio para poder seguir con su camino en América,


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