Mitología H.P. Lovecraft. Javier Tapia
Читать онлайн книгу.ciudad y un barrio que detestaba, muy lejos de su vida apacible y sin recursos económicos, así que en 1927 volvió a Providence a la nueva casa familiar y al amparo de sus tías, donde logrará su mayor y mejor producción literaria sin tener que pensar en el amor, el sexo, la comida o el pago por la habitación y los servicios.
Sin Dios
En 1933 Lovecraft vuelve a independizarse. Es un hombre grande de tamaño, extremadamente delgado (apenas come, y lo que come le sienta mal), enfermizo, depresivo, nervioso y lleno de manías y fobias, con una gran sensación de fracaso pese a que ya es un autor de culto para sus seguidores en Weird Tales, pues no le encuentra sentido a la vida y la normalidad lo abruma con su estulticia y vulgaridad.
Para algunos autores y seguidores de su obra, esa sensación de vacío se debía a que Lovecraft era un ateo recalcitrante, al menos con lo que a las religiones oficiales y judeocristianas se refiere, explicando con ello que un hombre sin Dios carece de la fe reconfortante en la redención, la salvación o el acogimiento en la otra vida.
Cuentan que desde los cinco u ocho años el joven Howard Phillips se declaró ateo y se negó rotundamente a asistir a los centros religiosos de las múltiples iglesias y templos de Providence, ya fueran católicos o protestantes, y así siguió el resto de su vida.
Su boda fue por lo civil, y nunca se acercó a recibir ningún tipo de sacramento, tan socialmente aceptados en su época.
Se sintió atraído temporalmente por el socialismo y quizá por el humanismo, pero pronto desechó todo tipo de ideologías, que le parecían tan insustanciales como los dogmas religiosos.
“Si la religión fuera cierta, sus seguidores no intentarían golpear a sus crías con una conformidad artificial; simplemente insistirían en su búsqueda inflexible de la verdad, independientemente de los antecedentes artificiales o las consecuencias prácticas”.
H.P. Lovecraft
Lovecraft no cree en un Dios único.
Lovecraft no cree en un Dios omnipotente.
Lovecraft no cree en un Dios omnipresente.
Lovecraft no cree en un Dios celoso y absorbente.
Lovecraft no cree en un Dios vengativo.
Lovecraft no cree en un Dios que premie el asesinato, la vejación, la violación y la muerte de los contrarios o de los no creyentes.
Lovecraft no cree en un Dios dogmático que exige sumisión, adoración y obediencia.
La salvación cristina le parece una grosería, entre otras cosas, porque deja fuera, en el infierno o en el limbo, a los grandes pensadores de la antigüedad.
Para Lovecraft la más recóndita antigüedad, lo primigenio, es sagrado.
Sus convicciones son firmes, tanto, que incluso se permite ser del todo indiferente a las creencias y a las instituciones religiosas de su entorno y de su época; no las necesita, no le interesan y ni siquiera son dignas de discusión o de crítica.
Sin embargo, es creyente de su propia experiencia onírica, metafísica y esotérica, donde hay todo tipo de dioses, pero ninguno como Jehová, Shiva, Horus, Mazda o Mitra, y ni siquiera Zeus.
Sin darse cuenta, Lovecraft crea a sus propios dioses, su propia mitología, y le da la espalda a las trilladas y fraudulentas expresiones religiosas de su contexto.
El famoso Círculo Lovecraft se forma poco después de su muerte, así que no se le puede achacar, como pretenden algunos, la regencia o gobernanza de una secta oculta de adoradores de un pulpo primigenio que los llama desde las profundidades de los mares, Cthulhu.
No, Lovecraft no es consciente de haber formado un culto, como el del árabe enloquecido que supuestamente escribe el Necronomicón, Abdul Alhazred, tampoco aparece en la lista de fraters masones, rosacruces, teósofos, iluminados o similares tan populares en su época. Lovecraft es siempre independiente, un caballero de Rhode Island, original y diferente, ateo y tremendamente creativo, sin Dios pero con muchos demonios y divinidades, que sin embargo vive abatido, pero no por falta de Dios sino por falta de inteligencia en los seres humanos.
No podía entender cómo era posible que la mayoría de los seres humanos, entre ellos gente que él quería y respetaba, fueran capaces de creer en algo tan necio e infantil como lo eran las religiones: mala literatura llena de cuentos sin pies ni cabeza.
La Biblia le parecía uno de los peores libros jamás escrito, y si ese texto, como el Corán, era la palabra de Dios a través del Arcángel Gabriel dictada a profetas y escribas como Mahoma, necesitaba volver a la enseñanza elemental y visitar a un psiquiatra frecuentemente hasta que superara sus traumas.
¿Cómo es que nadie se daba cuenta de tal atrocidad?
¿Cómo era posible que gente intelectual que conocía y sabía, que entendía y era racional, creyera en tal estulticia?
La respuesta podía ser el miedo, y quizá por ello, más que criticar abiertamente a creyentes y sacerdotes, sus escritos estaban llenos de incertidumbre y terror.
La mejor época creativa, entre los 37 y 43 años de edad, es también la más depresiva y dolorosa, y no tanto por carecer de una figura paterna y divina fuerte al estilo occidental y anglosajón, sino por carecer de fe en una humanidad que encuentra torpe, vulgar, zafia y, sobre todo, estúpida.
Hay quien señala que sus crisis nerviosas y depresiones se debían, además, a que a pesar de contar con un sinnúmero de lectores y seguidores, su obra no era apreciada como verdadera literatura, sino como un pasquín de terror como la editorial que lo publicaba, y que encima le escatimaba el pago de derechos de autor y solo le daba una miseria por sus escritos.
Lovecraft era muy claro al respecto: “un caballero no debe cobrar por lo que escribe”, porque un caballero como él no debía rebajarse a trabajar ni a venderse como un cualquiera, sino esperar que su obra llegara al lector, una obra que debía ser pura y sincera, sin falsos amores o tópicos de moda; una obra que el autor siente y experimenta, que habla de lo que el autor entiende, y no una forma de engaño funcional que adocena a la gente.
Lovecraft pensaba que quien se vende, se pervierte, porque la fama y la gloria son un producto de los que gobiernan el mundo y detentan el poder. No hay obra famosa y laureada que sea pura y sincera cuando el autor está vivo y cobra por ello, e incluso a menudo, cuando el autor ya está muerto, es rescatado y malversado porque el poder y el gobierno así lo deciden, y no por la verdadera calidad de su obra. Así que a él no le importaba entrar en el círculo de los grandes autores ni obtener la fama de la academia literaria, sino simplemente escribir y que alguien lo leyera, como cuando escribía cartas a amigos, seguidores y detractores; nada más, el resto era una vulgaridad repugnante movida por las más innoble vanidad.
¿Asexual?
Mientras Edgar Allan Poe era un alcohólico con una vida amorosa atormentada y una sexualidad descontrolada, Howard Phillips Lovecraft no tenía vicios conocidos ni pasiones exageradas, pues veía al sexo como una función fisiológica más sin la mayor relevancia.
Esto le ganó fama de homosexual o de asexual entre amigos, familiares y conocidos, ya que si bien era alegre en las fiestas y reuniones, con un aguzado sentido del humor, nunca pareció interesado particularmente en el sexo.
El sexo, como la religión, le parecía una niñería que se había exagerado y moralizado innecesariamente, entre muchas otras cosas, porque el sexo es la única función fisiológica que no mata si no es practicada. Todos nacemos sexuados y con hormonas, y morimos sexuados, incluso gozando de un orgasmo o eyaculación, así que el sexo es parte esencial del ser humano, sin importar con quién o con qué se practique, y sin importar si se practica o no, porque lo llevamos con nosotros toda la vida, y en Dreamland se puede practicar eternamente con las más bellas hadas y ninfas sin que a nadie le llame la atención.
Sonia, la que fue su esposa durante dos años, defendió siempre su hombría, una hombría que a Lovecraft no le importaba para nada, y para ser un caballero de alcurnia, que era lo que él deseaba, la sexualidad como amor o