Lo mejor de Dostoyevski. Fiódor Dostoyevski
Читать онлайн книгу.puso en pie.
Seguramente dijo Zosimof a Rasumikhine , el asesino es uno de sus deudores.
Seguramente repitió Rasumikhine . Porfirio no revela a nadie sus pensamientos pero sólo interroga a los que tenían algo empeñado en casa de la vieja.
¿Los interroga? exclamó Raskolnikof.
Sí, ¿por qué?
No, por nada.
Pero ¿cómo sabe quiénes son? preguntó Zosimof.
Koch ha indicado algunos. Los nombres de otros figuraban en los papeles que envolvían los objetos, y otros, en fin, se han presentado espontáneamente al enterarse de lo ocurrido.
El culpable debe de ser un profesional de gran experiencia. ¡Qué resolución, qué audacia!
Pues no replicó Rasumikhine . En eso, tú y todo el mundo estáis equivocados. Yo estoy seguro de que es un inexperto de que éste es su primer crimen. Si nos imaginamos un plan bien urdido y un criminal experimentado, nada tiene explicación. Para que la tenga, hay que suponer que es un principiante y admitir que sólo la suerte le ha permitido escapar. ¿Qué no podrá hacer el azar? Es muy posible que no previera ningún obstáculo. ¿Y cómo lleva a cabo el robo? Busca en la caja donde la vieja guardaba sus trapos, coge unos cuantos objetos que no valen más de treinta rublos y se llena con ellos los bolsillos. Sin embargo, en el cajón superior de la cómoda se ha encontrado una caja que contenía más de mil quinientos rublos en metálico y cierta cantidad de billetes. Ni siquiera supo robar. Lo único que supo hacer fue matar. ¡Lo dicho: un principiante! Perdió la cabeza, y si no Lo han descubierto no Lo debe a su destreza, sino al azar.
¿Hablan ustedes del asesinato de esa vieja prestamista? intervino Lujine, dirigiéndose a Zosimof. Con el sombrero en las manos se disponía a despedirse, pero deseaba decir todavía algunas cosas profundas. Quería dejar buen recuerdo en aquellos jóvenes. La vanidad podía en él más que la razón.
Sí. ¿Ha oído usted hablar de ese crimen?
¿Cómo no? Ha ocurrido en las cercanías de la casa donde me hospedo.
¿Conoce usted los detalles?
Los detalles, no, pero este asunto me interesa por la cuestión general que plantea. Dejemos a un lado el aumento incesante de la criminalidad durante los últimos cinco años en las clases bajas. No hablemos tampoco de la sucesión ininterrumpida de incendios provocados y actos de pillaje. Lo que me asombra es que la criminalidad crezca de modo parecido en las clases superiores. Un día nos enteramos de que un ex estudiante ha asaltado el coche de correos en la carretera. Otro, que hombres cuya posición los sitúa en las altas esferas fabrican moneda falsa. En Moscú se descubre una banda de falsificadores de billetes de la lotería, uno de cuyos jefes era un profesor de historia universal. Además, se da muerte a un secretario de embajada por una oscura cuestión de dinero… Si la vieja usurera ha sido asesinada por un hombre de la clase media (los mujiks no tienen el hábito de empeñar joyas), ¿cómo explicar este relajamiento moral en la clase más culta de nuestra ciudad?
Los fenómenos económicos han producido transformaciones que… comenzó a decir Zosimof.
¿Cómo explicarlo? le interrumpió Rasumikhine . Pues precisamente por esa falta de actividad razonada.
¿Qué quiere usted decir?
¿Qué respondió ese profesor de historia universal cuando le interrogaron? «Cada cual se enriquece a su modo. Yo también he querido enriquecerme Lo más rápidamente posible.» No recuerdo las palabras que empleó, pero sé que quiso decir «ganar dinero rápidamente y sin esfuerzo». El hombre se acostumbra a vivir sin esfuerzo, a andar por el camino llano, a que le pongan la comida en la boca. Hoy cada uno se muestra como realmente es.
Pero la moral, las leyes…
¿Qué le sorprende? preguntó repentinamente Raskolnikof . Todo esto es la aplicación de sus teorías.
¿De mis teorías?
Sí, la conclusión lógica de los principios que acaba usted de exponer es que se puede incluso asesinar.
Un momento, un momento… exclamó Lujine.
No estoy de acuerdo dijo Zosimof.
Raskolnikof estaba pálido y respiraba con dificultad. Su labio superior temblaba convulsivamente.
Todo tiene su medida dijo Lujine con arrogancia . Una idea económica no ha sido nunca una incitación al crimen, y suponiendo…
¿Acaso no es cierto le interrumpió Raskolnikof con voz trémula de cólera, pero llena a la vez de un júbilo hostil que usted dijo a su novia, en el momento en que acababa de aceptar su petición, que lo que más le complacía de ella era su pobreza, pues Lo mejor es casarse con una mujer pobre para poder dominarla y recordarle el bien que se le ha hecho?
Pero… exclamó Lujine, trastornado por la cólera . ¡Oh, qué modo de desnaturalizar mi pensamiento! Perdóneme, pero puedo asegurarle que las noticias que han llegado a usted sobre este punto no tienen la menor sombra de fundamento. Ya sé dónde está el origen del mal… Por Lo menos, Lo supongo… Se Lo diré francamente. Me pareció que su madre, pese a sus excelentes prendas, poseía un espíritu un tanto exaltado y propenso a las novelerías. Sin embargo, estaba muy lejos de creer que pudiera interpretar mis palabras con tanta inexactitud y que, al citarlas, alterase de tal modo su sentido. Además…
¡Óigame! bramó el joven, levantando la cabeza de la almohada y fijando en Lujine una mirada ardiente . ¡Escuche!
Usted dirá.
Lujine pronunció estas palabras en un tono de reto. A ellas siguió un silencio que duró varios segundos.
Pues lo que quiero que sepa es que si usted se permite decir una palabra más contra mi madre, lo echo escaleras abajo.
¡Pero Rodia! exclamó Rasumikhine.
¡Si, escaleras abajo!
Lujine había palidecido y se mordía los labios.
Óigame, señor comenzó a decir, haciendo un gran esfuerzo por dominarse : la acogida que usted me ha dispensado me ha demostrado claramente y desde el primer momento su enemistad hacia mí, y si he prolongado la visita ha sido solamente para acabar de cerciorarme. Habría perdonado muchas cosas a un enfermo, a un pariente; pero, después de lo ocurrido, ¡ni pensarlo!
¡Yo no estoy enfermo! exclamó Raskolnikof.
¡Peor que peor!
¡Váyase al diablo!
Lujine no había esperado esta invitación. Se deslizaba ya entre la silla y la mesa. Esta vez, Rasumikhine se levantó para dejarlo pasar. Lujine no se dignó mirarle y salió sin ni siquiera saludar a Zosimof, que desde hacía unos momentos le estaba diciendo por señas que dejara al enfermo tranquilo. Al verle alejarse con la cabeza baja, era fácil comprender que no olvidaría la terrible ofensa recibida.
¡Vaya un modo de conducirse! dijo Rasumikhine al enfermo, sacudiendo la cabeza con un gesto de preocupación.
¡Déjame! ¡Dejadme todos! gritó Raskolnikof en un arrebato de ira . ¿Me dejaréis de una vez, verdugos? No creáis que os temo. Ahora ya no temo a nadie, ¡a nadie! ¡Marchaos! ¡Quiero estar solo! ¿Lo oís? ¡Solo!
Vámonos dijo Zosimof a Rasumikhine.
Pero ¿lo vamos a dejar así?
Vámonos.
Rasumikhine reflexionó un momento. Después siguió a Zosimof.
Cuando estuvieron en la escalera, el doctor dijo:
Si