El beso de la finitud. Oscar Sanchez

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El beso de la finitud - Oscar Sanchez


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o cosilla, concreta o abstracta, que tuviera que aprender habría de vivir tres mil años sólo antes de estar medianamente preparado para a la vida adulta. El lenguaje en que nacemos ya nos lo da aprendido, y el Dasein aprende a manejarlo sin necesidad alguna de tener contacto inmediato con la realidad mencionada por las palabras. La comprensión, además, no es algo lanzado caprichosamente al mundo, sino algo que ya ha pasado su prueba con la realidad, que ya funciona como vida práctica de una comunidad dada y por tanto en lo que se anuda de un modo singular el ahí y el ser-ahí, o la circunstancia y el hombre que diría Ortega (pero Ortega ponía el peso en el hombre, no en el ahí…).

      Toda esta operación es algo natural para nosotros, a la vez que algo que configura culturas según proyectos. El sentido se da, con toda espontaneidad, en múltiples configuraciones, naturales y culturales a la vez. “Naturales”, porque en ellas consiste espontáneamente la acción del Dasein (y esto no es constructivismo tal como lo entienden los hijos e hijas adoptivos de Foucault); “culturales”, en tanto que de facto son muchas y no una, y sólo en este aspecto (y esto no es relativismo, puesto que hay un criterio de demarcación: hay muchas posibilidades de cultura que funcionan porque la realidad responde a ellas en cierto marco, pero otras que no; hay muchos síes, pero también algunos noes...) Así que no hay algo así como una “armonía virginal” previa a la presencia de un Dasein que busca en la configuración de los sonidos un proyecto determinado (música para el ardor guerrero, para la festividad, etc.), por seguir con la polémica en torno a Schönberg, así como tampoco hay una “armonía construida” enteramente artificial que nos hayamos inventado de la nada en vista a ningún interés (este último error es más frecuente hoy: el romanticismo kantiano aquel de que es que el arte careces de fines, que se agota en una pura (no)actividad contemplativa...) Pues bien: tanto el meteorito, como el papel que cumple un meteorito en nuestra cultura tecnocientífica, como la zancadilla, y el significado político de la zancadilla, que es indistinguible de ella (no se hubiera producido la primera sin el segundo), es lo que Heidegger llama aquí “entes”, o “lo ente” en general. Pero en el momento en que a alguien le dé por pensar que esto que escribo no es ciencia experimental seria, “de pata negra”, que recuerde dos cosas: la primera, que el propio Heidegger puntualiza que exactitud no es lo mismo que rigor; y la segunda, que eso ya lo dijo Rudolf Carnap de Heidegger y su propia escuela –llámese Círculo de Viena, Positivismo o Empirismo lógico…– murió en los años cincuenta por incapacidad de referirse con una proposición atómica a un hecho atómico “aquí y ahora”.

      Ser y tiempo no era un texto fácil, pero tampoco es la Ciencia de la Lógica de Hegel. Se trata de pensar desde el no-Fundamento, y nadie estaba ni estamos acostumbrados a ello, y los profesionales de la ciencia menos. Y pensar desde el no-Fundamento al margen del Sujeto, que también suena raro pero no es más que decir que cuando hables de algo, procura atender a ello tal como se te muestra, no a la relación de tu presunta Conciencia con ese objeto, que es lo que hacía el maestro de Heidegger, Edmund Husserl. En el fondo, Martin Heidegger fue un fenomenólogo hasta el final, pero sin partir del Yo o la Conciencia…

      24 Más exactamente: todos los detractores de la posmodernidad sin haber leído nada, incluidos los realistas especulativos, que algo habrán leído… La confusión es tal, que ni saben que es justamente la modernidad la que convirtió en evanescentes a las “cosas”, haciendo del entero orbe de la significación del mundo el objeto de la proyección del sujeto.

      ¿Qué es “Post-modernidad”?

      En los últimos años ya no se habla de Post-modernidad más que para usar el término como saco de pegar. La Post-modernidad, para una gran mayoría que tampoco sabe bien lo que sea “Modernidad”, parece que significa dar de lado a la realidad y a la ciencia para cultivar quimeras decadentes, como en una suerte de decline and fall de la hegemonía cultural occidental. Visto así, tendríamos a nuestros enemigos en casa, los posmodernos serían aquellos que ponen explosivos en los cimientos de nuestra propia civilización, como unos payasos dementes, como los Joker de la filosofía y de la estética. Resulta, pues, muy fácil señalarlos con el dedo y refutarlos, lo cual se ha hecho desde todos los frentes, ya que permite al detractor un lucimiento fácil a cambio de una solución simplista. ¿Quién diablos, por ejemplo, podría estar a favor de la ablación de clítoris en África, o en contra de las vacunas en el mundo entero? Pues bien, todos aquellos que desean hacer sus primeras armas en el pensamiento acusan a los posmodernos de esas salvajadas y creen que así han logrado el puesto de alférez de la filosofía actual. De esta guisa, lo que termina ocurriendo es que alguien como yo encuentra por todas partes ataques a una posmodernidad inexistente desde posiciones que son ellas mismas posmodernas y no lo saben. A este absurdo se suma la desmedida notoriedad del librito de Lyotard, que está muy bien pero del que él mismo confesó (se cuenta en Los orígenes de la postmodernidad, de Perry Anderson, Anagrama, que hay que leer) que había inventado todas sus citas bibliográficas. Con lo que Post-modernidad significa el hundimiento de los meta-relatos, y ya está, aunque nadie sepa a qué meta-relatos se refiere Lyotard ni qué papel han jugado en la historia de nuestra cultura. Por todo ello, recomiendo leer de verdad el librito, un encargo del gobierno de Canadá al filósofo francés, además del estupendo y claro libro de Anderson y todavía más, si se quiere, uno sencillo, el Posmodernidad de David Lyon, en Alianza.

      Pero vamos a “mojarnos” ya, como se dice en la calle. Se ha dicho alguna vez que la posmodernidad es la única época de la historia humana que tiene fecha de nacimiento exacta, citando al arquitecto Charles Jencks:

      Por suerte la muerte de la Arquitectura Moderna puede situarse en un momento preciso del tiempo. A diferencia de la muerte legal de una persona, que está convirtiéndose en un complejo asunto de ondas cerebrales contra latidos del corazón, la Arquitectura Moderna se acabó de golpe… La Arquitectura Moderna murió en Saint Louis, Missouri, el 15 de julio de 1972 a las 3,32 de la tarde (más o menos) cuando a varios bloques del infame proyecto Pruit-Igoe se le dio el tiro de gracia con dinamita… Pruit-Igoe se construyó de acuerdo con los ideales más progresistas del CIAM y fue premiado por el Instituto Norteamericano de Arquitectos cuando se diseñó en 1951 (…) Su estilo purista, metáfora del hospital saludable y limpio, tenía además la intención de infundir, por medio del buen ejemplo, las correspondientes virtudes en sus habitantes. La bondad de la forma haría bueno el contenido, o por lo menos haría que se portasen bien; la planificación inteligente de un espacio abstracto promocionaría un comportamiento sano… Estas ideas simplistas, tomadas de las doctrinas filosóficas del racionalismo, del conductismo y del pragmatismo, demostraron ser tan irracionales como las doctrinas mismas. La Arquitectura Moderna como hija de la Ilustración era heredera de sus ingenuidades congénitas.

      ¿Qué pasó exactamente aquel día, a esa precisa hora? Pues pasaron dos cosas no pequeñas histórica y culturalmente hablando. La primera fue que un complejo de viviendas consideradas el no-va-más del Estilo Internacional de Le Corbusier, Mies Van der Rohe, Lloyd Wright y tantos otros fueron abandonadas por sus privilegiados inquilinos, que se habían aburrido de ellas. Cada milímetro de la edificación y de la disposición interna estaba diseñado para hospedar al Hombre Ideal, al Sujeto que ha alcanzado la Mayoría de Edad Kantiana, y ese interfecto tan extraño no se presentó por allí. Los que sí se fueron a vivir ahí fueron personas normales, anómalas y defectuosas, que terminaron hasta la coronilla –expresión que dice Alessandro Baricco que está en extinción– de una casa tan perfectita e idéntica a la de sus vecinos. Así que intentaron rehacerla a su modo, y como no pudieron, se marcharon. Adiós al Ich denke kantiano convertido en Ich baue arquitectónico; hasta nunca al utopismo moderno y bienvenidos a la Post-modernidad. Porque la conclusión inevitable es que no queremos una existencia racional y uniforme ni regalada, lo que queremos es la nuestra, aunque sea diferente y discordante. Quisimos ser sinceros, pero en realidad somos auténticos, conforme a la distinción del gran crítico literario Lionel Trilling. Pruit-Igoe tuvo que ser dinamitado, a la porra para siempre con el Trascendental kantiano impuesto desde fuera.

      La segunda cosa que ocurrió con aquella demolición fue que la Arquitectura se convirtió en el símbolo del nuevo modo de sentir. Durante siglos, Occidente había confiado incondicionalmente en el logos, en el discurso, puesto que


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