El beso de la finitud. Oscar Sanchez

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El beso de la finitud - Oscar Sanchez


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actuales reivindican, aunque él de una manera mucho más matizada (puesto que, de nuevo a mi modo de ver, Aristóteles sabía perfectamente que ousía es una categoría del lenguaje, es decir, algo que está entre la realidad y el pensamiento y por tanto que es en cierto modo Trascendental en el sentido de Kant). Pero en la escolástica cristiana, e incluso antes, en la Alta Edad Media, esas aportaciones de Aristóteles se reificaron, de modo que ya teníamos “cosas” en el sentido que las entendemos hoy, como cuerpos físicos receptores de propiedades y enunciables mediante atributos. A eso se agarran la escuela del Realismo Especulativo, queriendo convencernos de algo tan normal como de que las tales cosas están ahí antes de que ninguna conciencia las perciba, más aún: que la propia conciencia humana es una cosa entre las cosas, asuntos todos ellos de los que nadie en su sano juicio dudaría. A Descartes se le acusa a menudo de no haber sido capaz de romper amarras con el tomismo de su juventud, pero lo cierto es que cuando dice “res cogitans” está corroborándonos que no está tan chalado como para creer en el solipsismo metódico propuesto previamente por él mismo...

      O sea, que es el significado eventual de las cosas lo que la Filosofía ha indagado, no la existencia o no de las “cosas mismas”, como las llamaba Husserl, que otro que tal bailaba (también últimamente se está intentando hacer de Husserl un realista, con el partido que le sacó y aún le saca la Iglesia Católica…) Los alegres muchachos del Realismo Especulativo creo que no han captado esto, y que van convirtiendo en problema algo que jamás lo fue. Ellos hablan de la “crítica de la correlación”, que es la relación sujeto– objeto, y se preguntan si eran o no reales los dinosaurios antes de que hubiera humanos para olerlos, tocarlos, verlos o servirles de cena. A esto lo denominan, con una pedantería de la que luego acusan a sus predecesores posmodernos, el archi-fósil. El Idealismo Alemán no consiste, como dice Sartre –El ser y la nada–, que no existe el Egipto antiguo, sino la Egiptología. El Idealismo Alemán, tan incomprendido hoy como seguido en su momento, consiste en señalar que hubo Egipto de los faraones, sin duda, pero su inteligibilidad no reside en las ruinas que nos pueda haber legado, sino que esa inteligibilidad es puesta por los egiptólogos en un proceso gradual de investigación. Y eso es todo, señores: la “correlación” no es en absoluto necesaria si no aspiras a obtener el sentido, el significado verdadero de algo que claro que estaba ya ahí antes de que posases tu interés en ello. Un glaciar es un archifósil prehumano, pero si quieres saber cómo funciona un glaciar, qué es un glaciar, en qué condiciones se produce el glaciar, etc., no te va a servir de nada hacer un viaje al Perito Moreno a pasar frío. O sí te va a servir, pero si extraes muestras, realizas mediciones, preguntas a los lugareños y finalmente piensas sobre todo ello. Hegel es mucho más complejo que todo eso, pero no es ningún estúpido “acosmista”. Si no haces nada de lo dicho, si el sujeto científico no asume al glaciar como objeto (en alemán Gegenstand, lo que “está en frente de”l sujeto o conciencia) de conocimiento y se pelea por tornar ese noúmeno fenómeno, es lo mismo que los defensores de las “cosas” lo llamen archifósil o Juana la Loca, ya que no sabrán nada cierto sobre él. Por eso la mejor divisa del Idealismo Alemán la aportó el Fausto de Goethe: Al principio fue la acción…

      No obstante, uno siempre se puede poner místico de lo que le apetezca. Creo haber leído algo de Walter Benjamin en donde decía que las cosas se comunicaban entre ellas, y me gusta la idea. Voy más allá, incluso, y me parece que el sonido que continuamente hacen las sustancias es para expresarse a ellas mismas en su esencia. Un sonido metálico es el metal mismo, y connota su dureza y su lisura, por ejemplo. Pero no voy a meterme en esos jardines, que no deseo ser un Neo-nuevo-realista-especulativo, o no aquí y ahora, al menos. El pluralismo ontológico es una gran opción, en efecto, y es también cierto que el planteamiento moderno de la filosofía ha sido ya hace mucho superado por las circunstancias, pero esa no es una alternativa pos-pos-moderna, lo cual es ridículo


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