El beso de la finitud. Oscar Sanchez

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El beso de la finitud - Oscar Sanchez


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de la ciudad: Escenografía de “Así Habló Zaratustra”

       Del Psicoanálisis como cárcel mental

       “Aunque el alcohol eléctrico del rayo…”

       Buenas noticias para los cetáceos

       ¿Por qué no Platón en el s. XXI? –una fábula filosófico/política

       Fractal

       Aristóteles y la “embarazosa cuestión”

       De la normalidad sentida como tiranía

       Vattimo ahora nihilista

       Less is bore: una posible lección filosófica de la cuarentena

       2.500 años de la gesta de los 300 (espartiatas)

       La Filosofía o el Espejo de la Teología

       “Mr. Turner”, o cuando el mundo era todavía hermoso....

       De las izquierdas contra las derechas como guerras de religión

       Antonio Escohotado y/o las drogas equivocadas…

       “Sopinstant” de selenitas y la teoría de la Panespermia

       El Infinito... ¿Y quién es ese mozo?

       Cien años del Tractatus Lógico-Philosóphicus

       La conspiración de los buenos alumnos (o “La educación necesaria”)

       Stat Rosa Pristina Nomine: ¿Qué es una “Idea” platónica?

       Ignoramus et ignorabimus: ¿Para qué sirve el “noúmeno” de Kant?

       V de Vendetta, The Road y el último reducto de la libertad humana

       Tal vez una ambigüedad en el pensamiento de Marx...

       Amartya Sen y la ciencia jovial

       Abismos clavados en abismos…

       Apoteosis medieval

       Decálogo escéptico contra los filósofos

       Una “dictadura sin lágrimas”: Zamiátin y la transparencia

       Escatología metafísica (o metafísica escatológica)

      Breve prefacio: cuidar del mundo,

      expandir el ser…

      No obstante, últimamente la especie humana tiene una imagen muy negativa de sí misma, prácticamente la opuesta. Andamos como sin ánimo y casi asumiríamos con resignación la teoría del malo de Matrix, el Agente Smith, cuando postula que quizá el hombre no sea sino el virus de la Tierra, el modo como el planeta ha proyectado destruirse a sí mismo. Y, claro, no tenemos manera alguna averiguar si es así o no. Los dos puntos de vista, tanto el de la criatura humana como homo faber, es decir, como ese ser que sabe o podría saber cómo plenificar el ser que le rodea y sustenta, como ese otro que ve en nosotros a culpables pecadores, en tanto homo destructor que han nacido para conducir al mundo en un viaje hacia el fin de la noche, son enfoques hipotéticos, entre los cuales jamás podremos decantarnos teóricamente – serían, pues, antinomias, en el lenguaje de Kant. Teóricamente no, pero en la práctica sí, y aquí está la gracia del asunto. En realidad, basta con actuar bajo la premisa de que el mundo a menudo imperfecto y accidentado necesita de nosotros para mejorar y ya estaríamos haciendo esa premisa realidad en el mismo acto de apostar por ella. Igualmente, si nuestro comportamiento se rige bajo la conjetura del Agente Smith, entonces se hará terriblemente cierta, puesto que actuaremos como la carcoma de la Tierra, seremos los exterminadores ontológicos, pero a sabiendas de que esto tendrá lugar porque lo hemos querido así, no porque nuestra presunta naturaleza intrínseca nos haya obligado a ello.

      Algunas fuentes indican también que Aristóteles, el cual, desde luego, nunca estuvo ni presintió siquiera la existencia de Japón, se despedía de sus amigos con la expresión “cuida del mundo”. No “cuídate”, sino “cuida del mundo”, y, dentro de él, por supuesto, también a tí mismo. Aristóteles, además, nunca limitó su consideración del valor de lo existente exclusivamente a los humanos, como hacemos hoy en los inicios del s. XXI, ni siquiera únicamente a los organismos vivos, agrandando el círculo, a la manera del movimiento ecologista. Para él, todo era susceptible de perfección. Si hurgas en un viejo caserón y encuentra un cuchillo viejo y mellado, puedes llevar a cabo con él dos líneas de conducta posibles: o bien lo dejas como está, pero exponiéndolo


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