El beso de la finitud. Oscar Sanchez
Читать онлайн книгу.Hora es ya de naturalizar la actividad científica, de secularizar la última de las fes de Occidente una vez que ya todas las demás surcan los cambios culturales como pueden. La pandemia del coronavirus ha puesto ante nuestras narices que la ciencia se abre paso a trompicones, como todo, y está abierta a interpretaciones y costumbres, como todo. No desaprovechemos tampoco esta oportunidad de ser welt-bilder, pues, por volver a Don Miguel de Unamuno –yo no soy unamuniano más que en esto:
Y es que el punto de partida lógico de toda especulación filosófica no es el yo, ni es la representación –Vorstellung– o el mundo tal como se nos presenta inmediatamente a los sentidos, sino que es la representación mediata o histórica, humanamente elaborada y tal como se nos da principalmente en el lenguaje por medio del cual conocemos el mundo (Ibídem, pág. 187).
2 Lo menciono porque se saca siempre a colación cuando se trata de discriminar entre la ciencia ideologizada y esa que decimos libre, sin prejuicios ni control social, y que por supuesto es siempre la que nos pilla más cerca aunque sea costosa y privada.
3 Uber Euklidische Geometrie, citado y traducido en Los lógicos, pág. 106, Jesús Mosterín, Austral.
4 “¡Y es mejor que le falte a uno razón que no el que le sobre!”, El sentimiento trágico de la vida, pág. 82, Ediciones Folio.
5 Puesto que, en efecto, sin tales formidables vehículos históricos no hubiera llegado a ninguna parte, y la idea, si es que a esta barbaridad descomunal se la puede llamar simplemente “idea”, hubiera quedado abortada y olvidada. No es descartable en absoluto que exista vida inteligente en otros planetas que sólo emplee las matemáticas para hacer cuentas.
6 Es decir, que sí, que finalmente la filosofía es locura, pero locura productiva, no nefelibata, como también la ciencia, en el sentido de Hegel, cuando dijo aquello que para la compresión común “el mundo de la filosofía es un mundo al revés”.
-Sobre la esencia de la crítica filosófica en general, y su relación con el estado actual de la filosofía en particular.
7 Esto es todavía más difícil de negar en el Antropoceno. Ya hemos visto que la matemática misma, sin la que no existiría la ciencia moderna, es ya toda una formidable mediación entre el hombre y la naturaleza (incluida esa parte de la naturaleza que es el propio hombre, por cierto, sometido a pesquisa y control computacional). Aristóteles la había rechazado porque a su juicio era puramente mental, dado que implica un operativo estrictamente sintáctico sin referentes semánticos. Dices “dos” y no dices a qué dos cosas o substancias reales te refieres, sólo dices uno más uno, por ejemplo, o raíz cuadrada de cuatro, no “dos patitos”. Pero Galileo la abrazó con gran entusiasmo, y funcionaba espléndidamente en un mundo previamente reducido a relaciones cuantificables… No obstante, la matemática misma es hoy plural, y recuerdo perfectamente haber leído a una experta en fractales que la geometría fractal es una cartografía posible de la realidad, no una realidad. El propio Einstein escogió la geometría de Riemann porque le casaba bien, simplemente.
8 Las geometrías no-euclídeas tienen sentido matemático, teórico, aunque no puedan ser construibles en la intuición (en la Imaginación Trascendental, por decirlo de nuevo con Kant).
9 Que escribió, en las charlas conocidas como Pragmatismo: “¿por qué ha de ser “el uno” más excelente que el “cuarenta y tres” o que el “dos millones diez”?” No se puede sobrestimar el valor de esta tremenda afirmación.
¡¡Google no tiene ni idea!! (la Sabiduría y la Vida, hoy)
La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos negamos a tomarla por lo trágico. El cataclismo se ha producido, estamos entre las ruinas, comenzamos a construir hábitats diminutos, a tener nuevas esperanzas insignificantes. Un trabajo no poco agobiante: no hay un camino suave hacia el futuro, pero le buscamos las vueltas o nos abrimos paso entre los obstáculos. Hay que seguir viviendo a pesar de que todos los firmamentos que se hayan desplomado.
El amante de Lady Chatterley, D. H. Lawrence.
Hace un cuarto de hora me ha llamado mi hijo mayor desde un lejano camping para contarme cosas de niños. Un pájaro se había caído de un nido y entre todos lo habían vuelto a subir. Luego, el pobre (los pájaros son maravillosos, y además son los únicos descendientes de los dinosaurios), se había vuelto a caer, o se había tirado, ya no se puede saber, con el resultado de una pata rota. Entonces mi hijo ha buscado en Google qué hacer con un pajarillo maltrecho y tal vez suicida. Me cuenta que en un vídeo le han dicho que no hay que alimentarlo ni meterlo en casa, de modo que han vuelto a dejarlo en el nido. Me ha parecido alucinante. O sea, como a nadie le importa nada un pajarito, excepto a cuatro conservacionistas locos que padecen el síndrome de Casandra, lo que te recomiendan en Internet es que no te ocupes de él, que va a ser peor. El porqué, naturalmente, no lo dan. Como soy profesor, le digo a mi hijo que Google no es un maestro de nada, que los maestros tienen que ser capaces de dar razón de lo que dicen, como sostenía Aristóteles con otros términos –no soy yo tan pedante para haberle soltado esto último al chaval. Pero me quedo con mi pronto iracundo: Google no tiene ni idea, Google es un buscador que como mucho entiende de índices de popularidad. Y parece que esa popularidad adultera los contenidos, si es que lo primero que ha encontrado mi hijo ha sido un llamamiento a la inacción o a la omisión de ayuda, algo que, si se tratara de un humano, sería delito, al menos en el mundo civilizado.
Así que me pregunto quién es maestro hoy, quién sabe algo más allá del mundo del Know-How y de las técnicas aplicadas, es decir, me hago la vieja pregunta por la naturaleza de la sabiduría. Porque bien puede ser que no quede nada de ello, que las viejas imágenes del sabio arquetípico hayan quedado caducas o sean una estafa de feria y estemos mejor sin ellas, supuesto que la realidad del s. XXI se haya convertido en demasiado compleja y plural para ser abrazada por una visión holística que pretenda ofrecer respuestas inequívocas acerca del fin último de nuestras acciones. La pregunta que obsesionaba a Lenin y Chernischevsky, ¿Qué hacer?, a lo mejor no tiene nunca respuesta clara, o tiene tantas respuestas como contextos o como intereses en los le quepa difractarse. Entre la Paradoja de las Consecuencias, la Ignorancia Racional, la Paradoja de Arrow, el Efecto Mariposa, el Principio de Indeterminación de Heisenberg, el Gato de Schrödinger, el Teorema de Gödel, la Ley de Murphy, las Perogrulladas de los expertos, el “No recuerdo nada” de los políticos y el “A mí que me registren” de la ciudadanía, toda certeza se ha venido abajo excepto la saturación porcentual de la muerte, siempre a un cien por cien de los casos –pero hasta eso es meramente inductivo, y falsos sabios hay que prometen recortarlo… Bruno Latour anda últimamente promocionando la idea de lo que él y otros llaman Teoría del Actor-Red, o del Actante-Rizoma, según la cual nada puede ser conocido si no es parcial y localmente a través de modelizaciones provisionales que componen escenarios intrincados en los que el elemento humano se mezcla con sus instrumentos, lo social con lo natural y con lo tecnológico, y donde lo que funciona como objeto de estudio son por tanto amalgamas reticulares abiertas en las que participan en igual rango agentes humanos, maquínicos, medioambientales, corpus normativos, estrategias discursivas, etc. Es una idea que tiene visos de ser cierta, anticipada por la Teoría de Sistemas y la Teoría de Redes, para la cual Internet, claro, ofrece hoy el paradigma oportuno10, pero da la sensación de que es inmanejable, de que nada se puede hacer realmente útil con ella más que una montaña de tesis doctorales a cargo de un equipo multidisciplinar de becarios, como sucede, a mi juicio, con la obra de Michel Foucault –a ambos proyectos les ocurre eso mismo: que son proyectos exclusivamente académicos, pretendiendo ser otra cosa, pero eso es algo muy común al pensamiento de