El beso de la finitud. Oscar Sanchez

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El beso de la finitud - Oscar Sanchez


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como proclamaba Foucault, es que ha caído en brazos de la estolidez total. Esta mañana he visto en YouTube un spot que, en su concisión, podría representar la estética de un mundo verdaderamente mejor y centrado en aquellas prácticas que mantienen la vida y la tornan habitable en vez de destruirla y arrasarla; pues bien, era un anuncio de una marca de cerveza. ¿Es, pues, el marketing de una cerveza el nuevo Sujeto epocal? Si hay algo más que sabiduría individual sobre la Tierra, y esto ya es de por sí muy discutible, sería algo así como el acervo, el patrimonio, el archivo, el repositorio de todo el saber de la humanidad, el nous poietikós aristotélico, en fin, y eso, en mi opinión, está muy lejos todavía de serlo ese latifundio en disputa y lleno de rastrojos y malas hierbas que es hoy en día Internet. Sin embargo, sólo eso, el Entendimiento Agente, merecería el puesto del Sujeto pospandemia, de instancia de la Razón Práctica no absoluta y en permanente reemsamblaje, pero a ver qué o quién lo encarna, visto lo visto… (Pido perdón por esta larguísima nota, pero aún me queda algo por decir. Tal vez el único pronóstico en el que Nietzsche acertó plenamente fue en el de la caracterización de “el último hombre”, aquella modalidad de humanidad crepuscular que es la más inteligente y feliz que jamás haya existido en la historia, pero a la vez la más profundamente imbécil y balbuciente…).

      11 Si Voltaire fue, en el s. XVIII, el filósofo no sistemático ni metafísico al que alguien calificó de “un caos de ideas claras”, Foucault fue el Voltaire del s. XX, ese hombre ilustrado pero pesimista cuyo enemigo no fue la Iglesia, la Monarquía o la simple necedad humana, sino la forma de Estado que salió reconstituida de Mayo del 68, y un filósofo ni sistemático ni metafísico tampoco al que yo calificaría como “el orden riguroso y metódico de las ideas confusas”…

      12 No confundir con la compasión colectiva representada por las cabezas visibles que vemos en los informativos estos días, o con la compasión de las ayudas al Tercer Mundo, menos aún con la de las donaciones de los milmillonarios a la americana. Mientras que la primera es pura liturgia de reafirmación del poder tras el revuelo, las segundas no son más que realizaciones varias de la máxima que dice que “cuando el mercado no tiene compasión, la compasión tiene mercado”... (Curiosamente, por cierto, el liberalismo siempre pensó que el ser humano es malo y rapaz hasta la médula, pero creó un espacio de economía política propicio a dar salida a ese egoísmo e insolidaridad –con la excepción de la filantropía eventual de los ricos–, mientras que el marxismo siempre confió en la bondad última del hombre, muy al modo anarquista, y sin embargo dio lugar a sistemas sociales donde esa generosidad y espíritu comunal eran draconianamente vigilados y controlados, por si acaso… Es por eso, en general, que ser sabio en Geología o en Astrofísica es incomparablemente más fácil que serlo en cosas humanas, ya que el hombre como tal es el tema de estudio más retorcido del universo).

      ¿Y si el mundo (no) fuera una simulación?

      No existe sino esta vida que nos mata.

      Proverbio uruguayo

      Hasta en los dibujos animados para niños he visto formulada la que parece ser la pregunta metafísica por excelencia del s. XXI: ¿y si el mundo fuera todo él una enorme simulación, como en Matrix? Está tematizada en clips científicos simulados de YouTube, se la hacen filósofos simulados en el aula delante de sus alumnos o en un congreso repleto de espectadores simulados, y lo cierto es que cualquier persona simulada, sola en su cuarto y reflexionando sobre las rugosidades del techo –eso le ha ocurrido hasta al gran Joan Manuel Serrat…–, da en hacérsela a sí mismo a ver si así se libra de los problemas reales que le aguardan en cuanto cruce la puerta. Es tal el poder taumatúrgico que ha adquirido la tecnología desde que tenemos dispositivos móviles (cuando hubiese sido mucho mejor desarrollar la energía de fusión), que ya todos creemos que los chismes lo pueden todo, que no hay límite a lo que los ingenieros y los programadores podrían construir para nosotros o incluso contra nosotros. Si eso lo ensamblamos además con cierto narcisismo fracasado del individuo cableado del Primer Mundo (intentamos querernos más que nada en el mundo, como nos vende la publicidad, de verdad que lo hacemos, pero no lo conseguimos, maldita sea, y entonces nos pasamos al consumo de los placebos de la felicidad), la duda cartesiana está servida: ¿no será toda esta porquería de vida mía una gigantesca simulación por ordenador y yo el único sujeto realmente existente? ¿O estaremos todos enchufados a un Gran Bluff, como los cerebros en la cubeta de Hilary Putnam, víctimas cortazarianas de la imposibilidad estética y lírica de asomarnos al Otro Lado? Yo, que nunca me he hecho esa pregunta, siendo sincero, tal vez porque desde muy temprano tuve un hermano pequeño e incordión que tome en el acto por real, o porque tengo pocas luces, creo sin embargo que no, que es una hipótesis más que falsa, inútil, escapista y absurda, e intentaré explicar sucintamente el porqué.


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