¡Arroja la bomba! . Vanina Escales
Читать онлайн книгу.había lanzado a todos los vientos su clamor de bestia herida, llena de prejuicios y convencionalismos, contra la obra revolucionaria de la delicada niña entrerriana”. A pesar de la mufa, encontró el Teatro Apolo lleno, “la prensa burguesa ha sufrido una saludable derrota”.15
Además de cubrir el estreno de Almafuerte, Marchini tenía que anunciar a los lectores de La Protesta el advenimiento de la nueva virgen roja americana. Virgen, a la madre de Pitón, los compañeros que hablaban del amor libre.
La crítica se ejerce como cortejando, es un soliloquio verbal que rodea a la vestal como quien baila el vals: “La admiración es una bondad, y yo, como Salvadora, quiero más bien ser bueno, porque solo los buenos pueden amar, y los que aman son fuertes, son los poseedores del Ideal que engrandece y regenera”, escribió sin pudor Santiago Locascio en el prólogo de Almafuerte.16 Él también notó sus “lampos virginales” y que “la artista es apenas una niña”, dos imágenes que a esa altura ya son un lugar común de aquella crítica que, para no ver la obra, mira a la autora. El cortejo de ave del paraíso sigue: “Salvadora es una estrella que aparece por arte mágico en el horripilante horizonte de tinieblas que nos cubre. […] Haced que el beso de la dulce poetisa sea eterno, porque él endulzará vuestra vida y alimentará noblemente el fruto de vuestros amores”.
Es llamativo que Santiago Locascio no hiciera referencia no ya a la obra sino a la Ley de Residencia, su drama central, al menos por impulso autobiográfico: se la aplicaron a él en 1902. Fue uno de los primeros elegidos por el gobierno de Roca para encallar de vuelta a Europa después de que el Congreso aprobara el proyecto que Miguel Cané tenía en carpeta desde 1899, y que el 23 de noviembre de 1902 se convirtió en la Ley 4144.
Tras las rejas, Teodoro Antillí se las arreglaba para sacar las columnas que escribía para el diario. Una, “Desplazamiento”, estuvo “originada en la lectura de ‘La columna de fuego’, de Alberto Ghiraldo y ‘Almafuerte’, de Salvadora Medina Onrubia”, “una nueva compañera de nuestros dolores, nuestras luchas y nuestras ideas”. Con un entusiasmo a prueba de prisiones dice: “Nada falta, pues, ni nueva y siempre continuada actividad, ni nuevos y valiosos prosélitos. ¿Quién duda del porvenir en estos momentos?”.17
Cuando se estrenó Almafuerte, el diario Crítica estaba en la calle hacía cuatro meses. Edmundo Guibourg tenía 21 años, uno más que Salvadora, y todavía no era un crítico ni un autor consagrado, pero era ácido y fue a ver la obra para “buscarle fallas”. Cuando leyó lo que “Pucho” había publicado, su padre lo mandó a llamar: “Cometiste un grave error”. Guibourg no sabía que el padre le seguía la carrera.
–¿Qué error?
–Anoche estrenó una obra una muchacha y es la primera que escribe. Vos no tenés en cuenta que es una nouvelle ni nada de eso y la tratás como si fuera una veterana defectuosa que está llena de prejuicios.
Guibourg la fue a buscar para pedirle disculpas y se hicieron amigos, porque no daba para romance. “Salíamos a tomar café con leche en una lechería de Corrientes, entre Callao y Riobamba”18 y, aunque no estaba seguro, creía ser él quien la llevó a Crítica y la presentó con Natalio.
En la redacción de La Protesta, mientras tanto, se ocupaban de las acciones del comité “Contra las leyes de represión y por la libertad de los presos”. Pidieron un lugar en la Casa Suiza para el 27 de enero.19 Locascio, “hombre sublime y ridículo, con su levita impecable, su barba asiria y su larga melena”20 compartió escenario con Salvadora, que fue como la autora de Almafuerte, y con Mansilla.
Salvadora no improvisó, había preparado su discurso.
Primero su legitimidad autobiográfica: “…He luchado por llegar a vuestro lado airosamente, pisando prejuicios y despreciando normas”.
Segundo, la conquista: “Quiero y pido y reclamo un puesto de lucha, el puesto que me corresponde por derecho”.
Tercero, la acusación al corto sueño socialista: “Otros se creen positivamente revolucionarios porque gritan al patrón y quieren marcar las horas de su trabajo. Detrás de sus rebeldías de carnaval vemos que todo es egoísmo, utilitarismo bajo y grosero. Su inteligencia solo les permite aspirar a cosas de la tierra y toda su enjundia la emplean en conseguirse un poco de comodidad material. Nosotros no”.
Cuarto, el camino sufriente de la ascesis anarquista: “Un hombre al decirse anarquista se sella la frente. […] El anarquista, mosquetero del Ensueño, mosquetero del Ideal, mosquetero de la Belleza,generoso, sabe que va al dolor y marcha con la frente bien alta. Sabe que al gritar su idea se separa de los demás hombres, que se hace blanco de cuanto veneno quieran echar en él, de cuanta infamia y maldad conciban los defensores de ese tan decantado orden social. Sin embargo, marcha… Es noble, es valiente. Podrá decirse de alguno que es fanático, pero de ninguno puede decirse que tenga doblez en el alma…”.
Quinto, la idea de destino –tan poéticamente potente, aunque contradictoria con la de voluntad, que es afín al anarquismo–: “Lo soy, porque llevo la justicia y la verdad en la carne y en el alma, porque he nacido anarquista como se nace genio, como se nace imbécil o como se nace rico”.21
¿Por qué Salvadora se acercó al anarquismo? ¿Le propuso mejores sueños? Los revolucionarios del Olimpo anarquista que dejaron escritos no forzaron un sistema riguroso. Ese bello escrúpulo acerca de las explicaciones totalizantes también significa amar las grietas, los devenires minoritarios, sospechar de la seguridad que prometen las autoridades a cambio de resignar determinación. Asumirse anarquista implica al menos la asunción de una propia ingobernabilidad, la defensa de una libertad radical y deslizarse por la realidad sin pilares. El ideal libertario es el único que no quiere obligar a ser aceptado y que afirma, al mismo tiempo, su voluntad de ser. Gozosamente insurreccionales, preferentemente impertinentes, los anarquistas,22 como dice Daniel Barret, “socavan el terreno que pisan y disfrutan”.23 El anarquismo para Salvadora fue un refugio ético para el deseo, amparo para su voluntad, un hogar al que volver. Vamos otra vez: el anarquismo a Salvadora le permitió ejercer su desenfado, desatar su insolencia, despreciar la obsecuencia, sellarse la frente con orgullo de anormal, poder maldecir los sueños cortos y reírse de los sirvientes funcionales. Porque en ella, personalidad y convicción se tejieron juntas.
Gloria Machado Botana estaba estudiando las propiedades de las runas celtas cuando la conocí. Era la única de la familia que seguía los pasos de Salvadora en la investigación del mundo paranormal. Primero nos juntamos en un café cerca de su casa. Entró tan coqueta y de peluquería que yo, tan de jean y cola de caballo, entendí que después de años de negarse, hablar sobre Salvadora merecía una performance a la altura.
Pese a la edad, era adolescente y hacía un juego simpático entre “te cuento y no te cuento”. “Bueno, no me cuentes”, le decía yo, y ella “ay, sí, te cuento”, y bajaba la voz como si nos rodearan servicios. Un día decidió que no podía andar sola sin protección y me esperó con una turmalina negra engarzada para que usara como amuleto contra las energías negativas. Ella y su hermana Mireya “Yunga” eran “sobrinas carnales” de Natalio Botana, y fueron criadas por Salvadora tras la muerte de su madre. Diferente a la de Edmundo Guibourg, Gloria tenía otra historia de cómo se conocieron Salvadora y Natalio.
Salió con Manena Vargas por la tarde a buscar al padre a la revista PBT. La blusa que Manena le había prestado le daba un aire cosmopolita. Estaban en la redacción cuando entró Natalio, que trabajaba ahí después de salir eyectado de otros medios. Consiguió hacerse presentar; él tenía puesta una camisa celeste y se dispuso al galanteo. Salvadora contrapuso un efecto scarface, no le prestó atención. Las chicas se despidieron y se fueron a tomar el tranvía. Primero subió Salvadora y se sentó. Cuando Manena intentó sentarse con ella sintió el empujón de Natalio, que había subido por la otra puerta y ocupó el lugar al lado de Salvadora. En recuerdo de aquella camisa celeste que Natalio tenía puesta cuando se conocieron, en cada aniversario juntos él recibía una camisa de ese color.24
Salvadora y Natalio empezaron a verse. Él tenía 24 y ella 19. Los dos eran periodistas y habían llegado a la