Tras La Caída . L. G. Castillo

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Tras La Caída  - L. G. Castillo


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—Dime, ¿qué es?

      Él inhaló bruscamente y aguantó la respiración antes de dejarlo salir de un golpe. —El tiempo aquí es distinto al de la Tierra.

      —¿Qué significa eso? ¿El tiempo es distinto? ¿Cómo de distinto?

      Se le puso el corazón en la boca. ¡Oh, Dios! Tal vez están todos muertos.

      Ella empezó a ver el rostro de Lash desenfocado hasta que sintió que se caía.

      —¡Naomi! —gritó él cogiéndola.

      —¿Cuánto tiempo? —Su voz era suave, temerosa.

      —Estás en shock. Volvamos a casa. Siento muchísimo haber olvidado contártelo. Te lo explicaré todo y después podemos averiguar...

      —No. —Ella respiró hondo y se forzó así misma a ponerse en pie. Ahora no era el momento de ser débil. Era el momento de ser el arcángel que se esperaba que fuera. Cogiendo aire reconfortante de nuevo, dijo: —Dime, ¿cuánto tiempo ha pasado?

      —En realidad nunca suelo prestar mucha atención al tiempo. Nosotros no medimos el tiempo aquí como en la Tierra. Diría que tal vez —tragó saliva y la miró con preocupación— un año.

      —¡Un año! ¿Llevo ausente un año?

      —Quizás menos —dijo él frenéticamente.

      Ella dejó escapar un suspiro. Debería estar agradecida de que solo fuera un año. Se dio la vuelta y se quedó mirando la casa de Welita. Había planeado escaparse sin que nadie se diera cuenta y visitarla cuando le dieran su primera asignación. Quería darle a Welita algún tipo de señal de que aún seguía con ella. Aunque esta no pudiera verla, sabía que su abuela sabría que era ella. Había planeado incluso ir ver a Chuy, ya que este había empezado a creer que los ángeles existían. Pero ahora se habían ido.

      Una idea repentina la golpeó. —Los arcángeles tienen poderes. Pueden hacer casi cualquier cosa, ¿verdad?

      —Yo no diría cualquier cosa, pero, sí, tienen dones poderosos.

      —Puedo encontrarlos.

      —No podrás bajar a la Tierra a no ser que te den una asignación o uno de los arcángeles te dé permiso.

      —Pero, yo soy un arcángel.

      —Técnicamente, sí, eres un arcángel, pero estás en formación. Todavía necesitas la aprobación de Michael o de Gabrielle, y ellos nunca te la darán a menos que sea para servir a algún propósito superior.

      Le cambió el semblante. ¿De qué le servía ser un arcángel con poderes si no podía utilizarlos? ¿Qué iba a hacer ahora? Las lágrimas se deslizaron por su rostro. —Pensaba que el Cielo sería un lugar de felicidad.

      Él la tomó entre sus brazos. —Naomi, por favor, no llores.

      No podía evitarlo. Quería ser valiente; ser el poderoso arcángel que todos esperaban que fuera. Pero no podía. Era duro, muy duro dejar atrás una parte de ella, la parte que la hacía ser quien era. Su familia: Welita, Chuy, sus padres. Teniéndolos a ellos sentía que podía hacer cualquier cosa. Cuando sus padres murieron, sintió como si hubiera perdido parte de ese sentimiento. Y ahora que Welita y Chuy se habían ido, sentía un gran vacío en el pecho.

      Lash colocó un dedo bajo su barbilla y le levantó la cabeza hasta que sus ojos se encontraron. —Te llevaré a buscar a Welita.

      —¿Cómo? —resolló ella—. No sabes dónde están.

      —Tengo un plan. Vuelve a casa y cuando regrese, tendré el permiso que necesitamos para bajar a la Tierra.

      Ella abrió los ojos de par en par. —No quiero que hagas nada por lo que te puedan echar. No puedo perderte a ti también. —Ella quería encontrar a su familia desesperadamente, pero no a su costa.

      —Es completamente legal. Te lo prometo. No puedo contártelo ahora. Solo sé que lo conseguiré para ti. ¿Confías en mí?

      Ella miró su glorioso rostro, y él la miró fijamente con ternura. Suspiró, esperanzada. Con Lash a su lado, ambos podrían hacer cualquier cosa.

      —Sí.

      Lash caminaba arduamente por un sendero desgastado junto al arroyo; un sendero que había tomado cientos de veces a lo largo de los años. «No puedo creer que de verdad esté haciendo esto».

      Le había prometido a Naomi que conseguiría que pudiera bajar a la Tierra para encontrar a Welita y a Chuy. Pensando que ellos seguramente empatizarían con la situación de Naomi, su primer pensamiento fue pedirles permiso a Rachel o a Uri. Desechó esa idea cuando recordó que ambos habían pasado siglos separados el uno del otro. No sería justo pedírselo a ellos, no fuera a ser que se metieran en problemas. Los arcángeles no estaban a salvo de ser castigados. Raphael podía dar fe de ello.

      Solo le quedaba una persona que pudiera ayudarle y le irritaba infinitamente tener que pedirle ayuda.

      Anduvo con pesadumbre por el sendero con flores alineadas a los lados hasta llegar a la puerta de Jeremy. Jeremy vivía en una pequeña casa de campo de una habitación junto al arroyo, a unos tres kilómetros del puente, la puerta de entrada a la Tierra. Al igual que su ropa, Jeremy mantenía su vivienda impoluta, algo que era difícil, especialmente después de una noche de póquer. Pese a que Lash ofrecía su casa, Jeremy siempre lo rechazaba, argumentando que nadie podría atravesar la puerta principal debido a la montaña de desorden.

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